sábado, 21 de octubre de 2017

Resumen Gelman Jorge; "Crisis y Reconstrucción del orden en la campaña de Buenos Aires"

CRISIS Y RECONSTRUCCION DEL ORDEN EN LA CAMPAÑA DE BUENOS AIRES
Estado y sociedad en la primera mitad del siglo XIX
Paginas: 6 a 31.
Jorge Gelman.

La Revolución de Mayo va a promover fuertes cambios y plantear serios desafíos en diversos aspectos de la vida política, social, económica y cultural del Río de la Plata. Uno de los más inmediatos será el de la construcción de un orden legítima, con reglas aceptadas medianamente por la mayoría de la sociedad y un aparato estatal capaz de aplicarlas.
Durante el período colonial, esto se había garantizado fundamentalmente mediante un complejo sistema de negociaciones entre los diversos sectores dominantes y el resto de la sociedad, que reconocían en la Corona y sus representantes locales un poder de arbitraje que articulaban los diferentes intereses y permitía la reproducción social. Si bien la coacción y la represión no estaban ausentes del sistema de dominación colonial, la clave del éxito y de la perduración del régimen parece encontrarse más bien en una especie de consenso que colocaba a la justicia real en el centro de la resolución de los conflictos.
Si esto era en parte verdad para el conjunto de América, en la región de Buenos Aires y su campaña parece haber funcionado de manera muy aceitada, dado que sus diferentes sectores sociales parecen haber encontrado el espacio suficiente para desplegar sus intereses particulares, sin enfrentarse abiertamente con los demás. Los estudios sobre el mundo rural tardocolonial en la región nos muestran un proceso de crecimiento económico y demográfico, que permite una ocupación del espacio por distintos tipos de familias, productores medios y pequeños, vinculados con los mercados, con cierto grado de movilidad social y a su vez articulados con una ciudad y sus elites, todavía dedicados centralmente a organizar un comercio de larga distancia y poco interesados en ese hinterland cercano, si no era para garantizar el abasto de la ciudad. Estas elites urbanas y el aparato estatal parecían interesados sobre todo en mantener la paz y la concordia en la campaña cercana.
La Revolución, sin embargo, parece traer fuentes vientos de cambio en este contexto. Por un lado, las elites urbanas van a interesarse cada vez más en explotar la campaña de Buenos Aires,[1] Se van a empezar a constituir algunas grandes empresas agrarias que van a entrar en fricción con las persistentes familias campesinas y sus antiguas prácticas de reproducción social, y sobre todo este proceso de cambios y conflictos carecerá en un inicio del marco de contención y control que permita regular los intereses en pugna. Si algún cambio drástico e inmediato se produce luego de la Revolución de Mayo es la crisis de un orden legítimo, que ni siquiera podrá ser compensado por la existencia de un aparato coercitivo ya muy reducido en la época colonial y que se debilita y entra en crisis con la revolución.
 La sucesión de gobiernos, leyes, la formación y disolución de cuerpos administrativos, militares, policiales, son la expansión dramática de esta situación, que tendrá uno de sus puntos culminantes en la llamada anarquía del año veinte. En este contexto algunos de los sectores dirigentes locales comenzarán a pensar soluciones nuevas para reencontrar la paz perdida.
La visión más aceptada en la historiografía coincide en que los nuevos sectores propietarios de la provincia de Buenos Aires, los grandes estancieros, van a adquirir centralidad en el manejo de los intereses públicos. Esta situación se expresa ya en el gobierno de Martín Rodríguez y tendrá su culminación en el longevo mandato del primer estanciero Juan Manuel de Rosas. Estos aplicaran una decidida política que favorecerá a esos sectores propietarios, pero para hacerlo deberán reconstruir el orden y desplegar un nuevo y aumentado aparato de coerción que en la campaña tendrá sus puntales en los distintos cuerpos militares y policiales y sobre todo cada vez más en un cuerpo de funcionarios adictos al gobierno, los Jueces de Paz y sus subordinados, los Alcaldes y Tenientes Alcaldes; para controlar a la población y reglar los conflictos. Según una buena parte de la literatura  estos cuerpos de funcionarios representan de manera fiel las nuevas jerarquías sociales de la provincia: tanto en el ejército como en el cuerpo administrativo, las instancias de mando se encuentran en los grandes propietarios. Los gauchos y campesinos sólo son la carne de cañón en los cuerpos militares y a su vez son el sujeto coaccionado por los funcionarios civiles encolumnados firmemente detrás de los intereses estancieros.
Nuestra hipótesis es que esta imagen refleja muy mal el complejísimo proceso de construcción de un nuevo orden en la campaña de Buenos Aires. De hecho algunos autores plantearon hace ya un tiempo que el proceso de construcción estatal y del orden procede y es distinto al proceso de conformación de una clase terrateniente en la región. Y aun el gobierno de Rosas, surgido de los sectores quizás más lúcidos del grupo de los grandes terratenientes, deberá encarar políticas que exceden y aun a veces contrarían los intereses particulares de los grandes propietarios. Estos, y en especial el Restaurador de las Leyes, parecen haber comprendido que para reinstalar la paz social, único marco posible para realizar negocios, era necesario reconocer a la sociedad que los rodeaba, con sus prácticas antiguas de reproducción social, con sus hábitos nuevos de participación política. Sólo así se podría construir un nuevo orden legítimo y con él ir desplegando un eficaz aparato de contención, constituido por un cuerpo de funcionarios leales al gobierno, pero también reconocidos y aceptados por la sociedad. Esta, claro está, era una tarea harto difícil: apoyarse en la compleja y movilizada sociedad bonaerense para tratar de construir un aparato de dominación legítimo, que luego fuera alejándose de esa misma sociedad y respondiera más fácilmente a las órdenes del gobierno y a los intereses más generales de los sectores dominantes.[2]
Esto es lo que nos proponemos estudiar aquí: la difícil construcción de aparato estatal eficaz y legítimo en la campaña de Buenos Aires en la primera mitad del siglo XIX, y en especial durante el gobierno que parece alcanzar este objetivo, el de Rosas. Para ello tomaremos un aspecto de este proceso, que es del despliegue de los nuevos funcionarios del ámbito rural desde los años´20, los Jueces de Paz y sus subordinados, los Alcaldes y Tenientes.

LA LENTA Y DEBIL CONFORMACION DE UN ELENCO POLITICO EN LA CAMPAÑA
Los Juzgados de Paz son creados en 1821, cuando se suprime el Cabildo de Buenos Aires y se reorganiza el sistema político y judicial de la provincia. En cada partido se instalaban un Juez de Paz, quien a su vez coordinaba un equipo conformado por un Alcalde para cada cuartel, y sus respectivos Tenientes Alcaldes. Con esto se pretende suprimir un cuerpo de funcionarios que competía con las autoridades centrales de cada provincia y crear otro que le fuera subordinado, y a la vez extender y aumentar el aparato burocrático y judicial a toda la provincia. Las atribuciones de los Jueces de Paz son diversas, ya que por un lado son los encargados de hacer cumplir las órdenes del gobierno en sus respectivas jurisdicciones, pero al mismo tiempo atienden causas judiciales menores y en primera instancia, con lo cual forman parte del nuevo aparato judicial, centrado en los Jueces de Primera Instancia, que también se crean en esos mismos años. Sus funciones de policía cambian a través del tiempo, ya que inicialmente se crean Comisarías de Campaña que compiten con los Jueces de Paz y que tienen el control de Alcaldes y Tenientes, pero a lo largo de la década del 20 esta indefinición se irá inclinando hacia el lado de los Jueces, que pasarán a controlar a los funcionarios menores, culminando hacia fines de esa década e inicios de la siguiente con la subordinación de las propias comisarías a los Juzgados. Es decir que, cuando asume su primer gobierno Rosas, los Jueces han terminado de convertirse en el centro del aparato administrativo, coercitivo y judicial de la campaña.
Se trata pues de tener un aparato estatal ampliado, eficiente y capaz de responder a las iniciativas del gobierno central de Buenos Aires. Para esto se requería aumentar el personal, delimitar sus atribuciones y garantizar su fidelidad y adhesión al gobierno.
El número de los Juzgados de Paz y su personal subalterno se fue realizando progresivamente acompañando la creación de partidos en la campaña, ya sea como resultado de la partición de viejos partidos o sobre todo por la creación de nuevos en las zonas de frontera ganadas al indígena. Así, de los 29 juzgados de 1822, llegamos a 48 en 1852. Este aumento, bastante impresionante, en realidad es el resultado de un aumento muy gradual y lento en la mayor parte del período considerado, y un solo momento de aumento dramático, que se produce en 1840.[3]
Sin embargo, el aumento en el número de funcionarios no garantizaba por sí mismo la eficiencia en la administración, ni menos aún la subordinación a la voluntad del gobierno. Desde un inicio se buscará denodadamente este objetivo. Luego del primer nombramiento de Jueces de Paz por el gobierno de la ciudad en 1822, el sistema de elección será por ternas propuestas inicialmente por las autoridades policiales, hasta que en 1829 se decide que estas ternas serán elevadas por los propios jueces salientes, a partir de allí, también el Juez era quien proponía a sus subordinados Alcaldes y Tenientes, pero en todos los casos el gobierno central tenía la última palabra en las designaciones. De esta manera, se buscaba como primer requisito un control de los funcionarios y adhesión a la causa del gobierno. Lógicamente, esta búsqueda de adhesión no fue sólo una característica de la administración rosista, sino de todos los gobiernos bonaerenses.  [4]

Las causas de la dificultad de constituir un elenco de funcionarios aptos y fieles al gobierno son múltiples y tienen que ver en primera instancia con la propia inestabilidad política y la falta de un gobierno legítimo. Pero también debemos agregar a ello la dificultad de constituir un cuerpo de funcionarios con los escasos recursos financieros que para ello destinaba la provincia. En efecto, la primera, y no suficientemente señalada, característica de los Juzgados de Paz es que sus titulares no estaban rentados por el gobierno. Es decir que el cargo, lejos de constituir una forma de conseguir ingresos estables, era una carga pública, que en muchos casos resultaba especialmente ingrata.[5]
En cualquier caso, el tema de convertir a los Jueces en funcionarios del Estado asalariados fue discutido durante la primera mitad del siglo XIX.: Manuel Antonio de Castro, uno de los principales juristas de principios de siglo, propone en 1821 que los Jueces de Primera Instancia sean asalariados, aunque no propone lo mismo para los Jueces de Paz. Por su parte; Güret Bellemare, en su Plan General de organización judicial para Buenos Aires de 1829, propone abiertamente que todos los Jueces sean asalariados del gobierno “para indemnizarlos de sus trabajos y ponerles al abrigo de toda corrupción”. Este jurista francés, llegado al Río de la Plata en 1822 y que escribre este “Plan” por pedido de Dorrego, es claramente partidario de lo que él llama el sistema de Jueces de Francia, por oposición al inglés.[6]  Sin embargo, estas recomendaciones parecen haber chocado con los problemas financieros de la provincia y los cargos de los Juzgados continuaron siendo no rentados, salvo por una cantidad de dinero mensual que se les asigna desde 1835, por haberse hecho cargo de las Comisarías de Campaña.
El resultado de esto fue un cuerpo de funcionarios muy inestable, poco formado para la función, muy vinculado con la sociedad que tenía que gobernar y muy susceptible a los sucesivos cambios de gobierno y crisis políticas.
Si consideramos el conjunto de los Jueces de Paz de la campaña de Buenos Aires, desde 1822 hasta 1856, estas conclusiones saltan a la vista. En todo este período tenemos datos sobre la designación de 1.008 cargos anuales de Jueces de Paz en los distintos partidos de la campaña y estos cargos fueron ocupados por 437 personas distintas.[7] De todos modos, sí observamos el cuadro con las frecuencias, notamos que los Jueces más estables, aquellos que estuvieron 5 o más años en el cargo, pese a ser una minoría (11,4% de los Jueces) ocuparon un porcentaje no despreciable del total de cargos anuales (36,4%).
Es decir que parece haber un pequeño sector de las personas que llegaron a ocupar los Juzgados de campaña, que tuvieron la voluntad y la posibilidad de hacerlo por más tiempo. [8]. En todas las regiones de campaña, en los partidos de más vieja colonización, en los agrícolas, en los del norte, en los del Salado o en los nuevos de las afueras del Salado, encontramos partidos con altos niveles de rotación de los funcionarios, como algunos que tienen mayores índices de concentración de los cargos.[9]
Donde sí podemos percibir cierto patrón de cambio es con el transcurso del tiempo. Si bien los jueces más longevos en sus cargos se inician en sus funciones en casi todos los años que estamos considerando, parece haber un cambio considerable desde el 2do gobierno de Rosas, con la constitución de un elenco de Jueces relativamente más duraderos.
A pesar que en los primeros años hay mayor probabilidad estadística de figurar con mayor duración en los cargos, la realidad es que entre 1822 y 1834 tenemos 22 personas que inician una carrera en los Juzgados con 5 o más años de permanencia  y entre 1835 y 1841 tenemos a 28 personas en esa condición. En realidad, el año clave para haber iniciado una carrera duradera en un Juzgado de Paz para ser 1838 con 14 personas que se inician como Jueces y perduran en sus cargos. Es decir que creemos que por estos años el rosismo parece haber tenido cierto éxito en constituir un elenco relativamente estable de funcionarios, y que aquellos que logran pasar exitosamente la “crisis de 1839/1840” tendrán fuertes chances de ser incluidos en ese aparato estatal estable.
De todos modos sigue siendo cierto que, aun después de iniciado el segundo rosismo, la mayoría de los Jueces de Paz lo serán por poco tiempo. Y, como decíamos, en esto influyen tanto la dificultad de reclutar personas idóneas y fieles a la causa, como las propias crisis políticas. Las mayores crisis políticas de la provincia en el periodo considerado se reflejan a nivel de los funcionarios de los Juzgados: entre 1828 y 1829 la rotación del personal político es enorme, al igual que sucederá en 1852.[10]. La crisis del 1839/1840 nos muestra un perfil claramente distinto y que es sin duda el reflejo de ese éxito que señalábamos del segundo gobierno de Rosas: en 1840 quedan en sus cargos 29 de los 33 jueces[11] .
En resumen, tenemos aquí el escenario de un intento y sus límites. El aparato estatal busca ampliarse y fortalecerse en la campaña que se agranda y se puebla en toda la primera mitad del siglo XIX. Pero las sucesivas autoridades de la ciudad tendrán serias dificultades en constituir un elenco más o menos estable y fiel de funcionarios, frente a la escasez de recursos y las recurrentes crisis políticas. Para constituir ese elenco estable y legítimo deberán apoyarse en la propia sociedad y esto se nota claramente si estudiamos quienes fueron esos funcionarios.

EL ESTADO Y LA SOCIEDAD O EL ESTADO ES LA SOCIEDAD
EL PERFIL DE LOS FUNCIONARIOS
Si estudiamos las características personales y el perfil socioeconómico de los Jueces de Paz durante la primera mitad del siglo XIX, difícilmente podamos sostener la imagen de buena parte de la historiografía: un cuerpo de funcionarios, que en su cúspide refleja al sector más poderoso de los estancieros de la campaña. Contamos ya con un estudio de este tipo para los Alcaldes y Tenientes de 6 partidos de la campaña y allí se ve muy bien que en el nivel más bajo de la administración se ve representado casi el conjunto de la sociedad rural, y no su sector más poderoso.[12]  Más bien, los Alcaldes y Tenientes representan a los sectores medios y medios bajos de los pastores y labradores de la campaña, sumado a algunos sectores de servicios de los pueblos rurales.
Veamos que sucede con los Jueces de Paz, donde en principio sí deberíamos encontrar a los sectores más ricos de la campaña.
En primer lugar, lo que parece evidente a nivel de los Jueces de Paz es que se trata de personas de edad madura, con familia y, si no originarios, al menos con larga residencia en la campaña de Buenos Aires. Lo que los gobiernos parecen buscar en estos funcionarios son personas que por su propia situación tiendan a la estabilidad (en una sociedad extremadamente móvil) con intereses personales que defender y con ascendiente sobre la población por su larga vinculación con los pagos. El promedio de edad es de 42 años (sobre 95 casos), prácticamente todos son casados o viudos con hijos y una amplísima mayoría ha nacido en la provincia de Buenos Aires, aunque pocos en el propio partido que llegan a administrar. Además, una buena cantidad de los Jueces ha ejercido previamente los cargos de Alcalde o Teniente, poniendo a prueba su capacidad para ejercer esas funciones.
En el nivel de Alcaldes y Tenientes había un lugar importante para los numerosísimos migrantes del litoral e interior que poblaban la campaña de Buenos Aires, a nivel de los Jueces este lugar se ha reducido mucho, ya que en el 82,4% de los casos son originarios de la provincia. Con todo, y esto refleja el propio proceso de corrimiento de la frontera y la fuerte movilidad de la población,[13] .
En cuanto a la actividad económica que desarrollan estos Jueces, aparece una amplia mayoría dedicada a la ganadería, aunque queda un espacio razonable para los comerciantes y labradores.
Sin embargo este predominio de ganaderos, no significa en absoluto la presencia mayoritaria de los estancieros más ricos de la campaña porteña.
En muchas de las ternas que se elevan se indica si la fortuna del candidato es “Muy Buena”, “Buena”, “Regular”, o directamente “Escasa”. Si en esta última categoría encontramos sólo dos Jueces, también encontramos muy pocos entre los de “Muy Buena” fortuna (5 casos) 21 con “Buena” y 30 con “Regular”. Obviamente resulta aventurado sacar muchas conclusiones sobre la bases de categorías tan imprecisas como las anteriores, pero en unos cuantos casos tenemos datos sobre capital poseído o sobre stock ganadero. Y aquí las dudas son mucho menores.
Los Jueces cuyo capital conocemos tienen en promedio 51.000 pesos, lo cual no parece una cifra impresionante. [14] Si observamos el stock ganadero, a partir de la información de los censos de 1836/1837 los datos son menos impresionantes aún: el promedio de un millar de vacunas, 700 ovinos y 157 equinos refleja claramente a los sectores medios de la campaña. Sólo 7 tienen stocks realmente importantes, pero la mayoría alcanza apenas algunos centenares de animales. De hecho, si comparamos estos datos con los de la distribución del ganado para el conjunto de la campaña sur de Buenos Aires, que analizamos en otro lado, tenemos en los Jueces una muestra casi perfecta de los distintos tipos de propietarios de la campaña.
Se podría pensar quizás que la mayoría de estos propietarios pobres o medios de la campaña pasaban fugazmente por los cargos de Jueces de Paz, mientras que los más ricos eran los que permanecían muchos años en el cargo. Los datos de que disponemos no sostienen en absoluto esta hipótesis sino incluso, en parte, lo contrario: del listado inicial de 142 jueces ternados cuyos datos evaluamos, hay 33 que permanecen en sus cargos 5 o más años.[15]
Es decir que lo que estos datos nos muestran con bastante elocuencia es que los Jueces de Paz no eran reclutados con preferencia entre los sectores más ricos de la campaña, sino entre los sectores medios y medios bajos y que de alguna manera los más altos funcionarios rurales reflejaban bastante bien al conjunto de la sociedad. Por supuesto que en este nivel hay algunos excluidos, como en general también lo están entre los Alcaldes y Tenientes: en primer lugar las mujeres, aunque algunas de ellas fueran titulares de familias, y a veces de importantes propiedades; no encontraremos allí a los migrantes recientes[16] y tampoco encontramos a los peones (que a su vez eran en gran medida migrantes recientes) los Jueces reflejan más bien una sociedad de propietarios, ni muy ricos ni extremadamente pobres, de edad avanzada, nacidos en la provincia o con muchos años de residencia, casados y con familia. De alguna manera podríamos pensar, junto con Cansanello, que reflejan una comunidad de vecinos, en la cual la distinción no pasa tanto por la pertenencia a una clase social o por el nivel de riqueza, sino por la inserción en esa comunidad con toda una serie de derechos adquiridos, pero también de respeto de tradiciones y obligaciones.
En cualquier caso, sacando esos extremos que se encuentran excluidos de la función pública casi por definición, podemos encontrarnos Jueces de Paz de casi todos los sectores de ese complejo mundo de propietarios que componen la sociedad de la campaña de Buenos Aires en la primera mitad del siglo XIX.
Podríamos acaso decir que el Estado refleja a esa sociedad, o aún más que “es la sociedad”. Este perfil de los funcionarios nos muestra que los gobiernos de la ciudad debieron apoyarse en la compleja sociedad de la campaña para tratar de construir un aparato estatal. Y esto tenía obviamente un precio: con ese cuerpo de funcionarios resultaba difícil imponer un orden distinto del que los pobladores de la campaña consideraban legítimo.

ORDEN ANTIGUO, POLITIZACION FACCIOSA Y CONSTRUCCION DEL ESTADO.
Con este equipo cada vez más amplio de funcionarios, los gobiernos de Buenos Aires intentarán construir un aparato estatal capaz de imponer un nuevo orden en la campaña. Al menos desde los años ´20 es posible percibir que este orden tenía una serie de preocupaciones centrales, no siempre coherentes: se trataba de restablecer la paz social y cierta disciplina, que el propio proceso revolucionario y las guerras habían alterado seriamente. Sólo restableciendo esa paz era posible hacer negocios seguros y permitir el progreso económico. Sin embargo, los principios alrededor de los cuales se debía restablecer esa disciplina eran menos claros. Los propietarios rurales más importantes y, en general, los gobiernos entendían que había que consolidar y proteger los derechos a la propiedad privada, seriamente amenazados por las prácticas de apropiación directa que la crisis había agravado, pero que a su vez indicaban con una serie de prácticas de acceso a los recursos que no tenían que ver con la crisis, sin con mecanismos que la sociedad campesina de fronteras había desarrollado desde mucho tiempo atrás y que una buena parte de la población reconocía como válidas. Toda una serie de conflictos sobre la propiedad de la tierra en las primeras décadas pos-revolucionarias ponen a prueba estas contradicciones y nos muestran un Estado que titubea frente a los derechos contradictorios de antiguos ocupantes de terrenos sin títulos y los nuevos ricos denunciantes que pretenden hacer valer sus derechos privados. A su vez, el Estado, que parece alinearse cada vez más con los intereses de los grandes propietarios, tiene una serie de necesidades propias que muchas veces van a entrar en conflicto con los intereses de esos sectores. Por un lado las necesidades financieras, aunque es verdad que la disponibilidad de los recursos aduaneros  (y en los años con bajos ingresos y fuertes necesidades fiscales la emisión monetaria) le permiten reducir la presión impositiva directa sobre los propietarios, imponiendo al conjunto de la sociedad vía los aumentos de precios. Pero por otro lado el Estado, inmerso en los intentos de expansión fronteriza y sobre todo en guerras internas y externas intermitentes, ejerce una presión reclutadora sobre la sociedad, que en este caso parece afectar indirectamente más a los mayores estancieros que a los pequeños o medianos propietarios. Como es sabido, la mayor parte de la mano de obra regular a la que podían recurrir los estancieros, ante el fin progresivo de la esclavitud, era sobre todo una multitud de varones migrantes recientes, y sólo ocasionalmente a la población local, mayormente constituida por pequeños productores independientes. Por ello los estancieros presionarán sobre el Estado para que excluya a estos migrantes de las levas. Aunque la legislación tendió a reconocer esta excepción, la realidad impuso que el peso de la leva recayera mayormente sobre este sector de la población, los sistemas de convalidación y la propia estructura del aparato estatal que acabamos de describir hacían imposible enfrentar abiertamente a la población mayoritaria de vecinos/campesinos de la región. Las quejas de los grandes propietarios sobre esta cuestión serán reiteradas y se ven exacerbada en los momentos de crisis bélica.
Como se ve, una situación compleja y unos objetivos del Estado no siempre coherentes, que se debían emprender contando con un aparato estatal que parecía expresar más bien a esos mundillos rurales locales que a un poder arbitral externo que se quería imponer.
Los Juzgados de Paz y su personal, que –hemos visto- expresaban desde el punto de vista de su composición el abigarrado mundo de vecinos de los pueblos, pequeños y medianos propietarios, arrendatarios, pobladores, etc, parecen actuar también en consonancia con ese perfil social y como expresión de esa voluntad local y sus redes.
Una serie de debates que se producen en los inicios de la década de 1820, sobre las atribuciones de los Juzgados de Paz y el nuevo Reglamento de Campaña, expresan esta situación. Si bien varios Jueces parecen coincidir en la necesidad de limitar la movilidad de los sectores definidos como vagos o que cuestionan los derechos de propiedad (pulperos inescrupulosos, agregados, etc) cada uno expresa también intereses locales, contradictorios con otros.[17] Algunos Jueces quieren suprimir a los agregados y convertirlos en peones, otros sólo proponen que sean controlados por los Jueces de Paz.
Ejemplos como éstos encontramos a lo largo de toda la primera mitad del siglo XIX, y son la expresión de la existencia de una sociedad rural sumamente compleja, que se siente de alguna manera reflejada en los funcionarios locales y que los gobiernos de Buenos Aires tendrán serias dificultades en disciplinar para imponer un orden propietario de nuevo cuño.
De hecho uno de los fundamentos de la creación de los Juzgados de Paz reemplazo de los Alcaldes de Hermandad era la ineficacia de estos últimos en suprimir toda una serie de prácticas rurales. Y sin embargo, ya creados los Juzgados, las protestas de los gobiernos se reiterarán. Desde Rivadavia hasta Rosas encontramos múltiples ejemplos de esas quejas sobre los Jueces. Rosas, que intentó imponer a rajatabla el respeto a toda una serie de derechos privados que las prácticas usuales de la campaña cuestionaban, tendrá serias dificultades en imponerlas en sus propias estancias y muchas veces estas prácticas se perpetuarán con la complicidad de los jueces locales.
Tenemos entonces aquí expresado un problema central que deberán enfrentar los gobiernos de Buenos Aires por un lado no tiene más remedio que apoyarse en las sociedades locales para construir el aparato del Estado, pero por ello mismo, les será muy difícil imponer ciertas órdenes del gobierno cuando éstas se enfrentan con intereses de las redes locales y con prácticas reconocidas como válidas desde tiempo atrás.
En las propias ternas de Jueces y en las filiaciones del personal subalterno de los Juzgados encontramos esa contradicción. En 1832, por ejemplo, se repone reemplazar a 4 tenientes de Alcalde de Capilla del Señor, y los argumentos para ello muestran esta dificultad del gobierno central. En el caso de uno de ellos  (Pedro Borja) se señala: “se comporta con muy poca delicadeza y anhelo en el desempeño de sus funciones”. En otro (José Luis Abalos) se indica: “se demuestra muy poco exacto e indiferente al cumplimiento de las disposiciones superiores”. En el partido de Pilar en el mismo año también se propone deponer a algunos tenientes y los argumentos son aun más explícitos: Toribio Alegre, se dice, “ha sido depuesto de su cargo por el ningún celo que tiene en los bañados sobre los robos y raterías que se practican diariamente, haber faltado en dar cuenta de varios individuos sospechosos  que después he sabido se han alojado en su manzana sin dar cuenta a la Comisaría …ha desobecido varias órdenes de citación.”
Y, sin embargo, tenemos la impresión de que poco a poco, y sobre todo desde la segunda gobernación de Rosas, se va a lograr ir imponiendo cierto orden. Un orden que no expresa abiertamente los intereses del sector más rico de la sociedad en el sector agrario, sino uno que se construye sobre un consenso que a la vez van a permitir al gobierno de Rosas ir instalando progresivamente la idea de un Estado que expresa ese consenso y cuyos representantes se colocan por encima de la sociedad y pueden ejercer el poder de arbitraje sin ataduras con sectores particulares.
Las claves de ese consenso parecen tener algunos pilares fundamentales. El rosismo va imponiendo en la sociedad una serie de ideas encadenadas que asocian  Orden/BuenasCostumbres/Propiedad/Religión y, a su vez, todas estas ideas se vinculan con una politización rabiosa, que las propias crisis políticas propician, y que unen esas Virtudes con la Federación. Ser buen Federal pasará a ser progresivamente sinónimo de todas esas virtudes que caracterizan a la comunidad y de la cual quedan excluidos todos los que representan lo contrario, resumido en el vocablo Unitario. Ese consenso fuertemente politizado se coloca por encima de grupos sociales y el clivaje no se establece entre ricos y pobres (aunque sí puede estarlo entre propietarios-cualquiera sea su nivel- y no propietarios), sino entre defensores de la Federación, el orden, la religión, la propiedad, las buenas costumbres, que pasan a ser progresivamente sinónimos, y del otro lado los unitarios. Se puede ser pobre y Buen Federal o rico Unitario y excluido.
Como ya dijimos en esas ternas de Jueces o en las filiaciones de Alcaldes y Tenientes se debe indicar la actividad de la persona, su fortuna, su edad y familia, y como también vimos es más característica la edad avanzada y la familia que el nivel de riqueza del candidato. Se debe ser propietario y vecino, pero no necesariamente rico y como vimos, de hecho la mayoría de los Jueces y más aún los Alcaldes y Tenientes pertenecen a los sectores medios y bajos de los propietarios de la campaña. Pero junto a estas características señaladas en las ternas y filiaciones se indican otras, que parecen tener mayor peso que las anteriores. Se debe probar que se es “Federal neto” o “Buen Federal”, que se respeta el Orden y las Buenas Costumbres, la Propiedad que se tiene respeto entre los vecinos.[18] Absolutamente todas las ternas y propuestas de funcionarios incluyen este tipo de mérito faccioso, pero también en general la adhesión al orden, las buenas costumbres, la autoridad moral sobre el vecindario, etc.[19]. La enumeración sobre estas consideraciones puede ser tediosa, pero queda claro que todas esas virtudes aparecen asociadas en las personas que terminan siendo nombradas en los cargos y que, por el contrario, cuando existen dudas sobre algunas de ellas, el candidato no llega al cargo o es depuesto. Y en esto no parece, incidir ninguna consideración sobre la condición socioeconómica de la persona. Así, encontramos importantes propietarios “resfriados con el sistema de la federación” que son alejados de los cargos públicos.[20]. Y por supuesto los malos federales se verán adjudicar todos los males condenados por el sistema federal. [21]
A la hora de ser propuesto y sobre todo nombrado en un cargo en los Juzgados, estos argumentos parecen tener mucho más peso que cualquier consideración sobre la condición social o el nivel de riqueza de un individuo.
Sobre la base de este tipo de consenso, Rosas va a ir tratando de establecer una jerarquía, donde los mejores federales son los que ocupan los cargos de responsabilidad y representan al Estado, que se puede colocar como garante de ese consenso, por encima, de los intereses particulares.
La puntillosidad de Rosas para establecer un riguroso ritual en las actividades de los funcionarios públicos parece claramente encaminada a lograr estos objetivos: tanto elevar a los funcionarios, necesariamente inmersos en las sociedades locales, por encima de las mismas, como convencer a los propios funcionarios de ello.[22] La explicación que da Rosas de la necesidad de estos procedimientos resulta en extremo interesante, considerando “cuanto conviene enseñar a los pueblos por actos públicos y solemnes, el respeto que deben a los encargados de la administración de justicia, y hacer sentir igualmente a estos la gravedad e importancia de sus funciones”.
Rosas parece especialmente interesado en mostrar al aparato del Estado Federal por encima de los intereses privados, y no sólo en un plano discursivo. Las propias crisis políticas le darán la ocasión de demostrarlo, afectando los intereses de propietarios, ricos o menos ricos, que se han adherido a la causa de los unitarios, hasta llegar incluso a las expropiaciones masivas posteriores a 1839-1840. En efecto, esos años de aguda crisis parecen ser el momento culminante de este proceso. Apoyado en ese consenso y en un aparato estatal ya bastante disciplinado logra vencer una conjunción de enemigos, que incluye desde los “libres del sur” hasta la invasión de Lavalle sostenida con fuerzas externas.
En un mundo rural con actores diversos, se producen conflictos inevitables, que sólo se arreglan cuando interviene el Alcalde e  impone el orden.[23]



[1] ante las nuevas posibilidades que abre la coyuntura internacional y la crisis de las maneras tradicionales de hacer dinero en Buenos Aires.
[2]  Y todo esto con distintos frentes de guerra y conflictos y con recursos financieros escasos, o mejor dicho dedicados en su casi totalidad a contener esos frentes.
[3] De resultas el levantamiento del sur de la campaña en 1839, y de la conciencia de la administración rosista de la debilidad de su control de ese mundo rural nuevo en la frontera sur, se va a producir un enorme esfuerzo por aumentar el aparato del Estado en esa parte de la campaña: los hasta entonces 4 partidos de Azul, Monsalvo, Dolores y Tandil pasarán a constituir 14 nuevos partidos, con sus respectivos planteles de funcionarios.
[4] En 1822, un Juez de Primera Instancia de Campaña informa al gobierno que al buscar candidatos para el Juzgado de Paz Exaltación de la Cruz “procedí a recibir debidos conocimientos de los que por su buena, conducta, aptitud y adhesión al orden y a la presente administración pudieran ser propuestos”. Como se ve, hay que responder a ciertos criterios éticos y de profesionalidad, pero también (y, seguramente, sobre todo) “adherir a la presente administración”. Sin embargo, no será fácil conseguir estos objetivos. En el mismo caso antes mencionado, las conclusiones del Juez de Primera Instancia son desoladoras. “El resultado (de la búsqueda anterior) ha sido que no es fácil en el partido de La Cruz personas que reúnan tales calidades”.
[5] Y no sólo podía resultar ingrata por lo que significaba como abandono de la dirección de los negocios privados, sino que los beneficios directos o indirectos que se podían obtener por el cargo de poder al que se accedía corrían el riesgo de perderse y aun volverse en contra frente a los reiterados cambios de gobierno y los conflictos civiles que se sucedían en el período.
[6] Explica, que con Jueces ad honorem, reclutados entre las clases más ricas de la campiña inglesa, es impracticable en Buenos Aires. No sólo por la falta de una “deferential society”, en la cual esos propietarios sean respetados por el conjunto de la población, sino además porque en Buenos Aires nos dice, es imposible encontrar a propietarios y negociantes dispuestos “a distraerse de su ocupaciones cotidianas” para estudiar y aplicar las leyes.
[7] Es decir que el promedio de permanencia de un Juez de Paz en su cargo apenas llegaba a 2,3 años. Por supuesto, este promedio significa que la inmensa mayoría de los Jueces sólo lo fue un año, una cifra considerable entre 2 y 3 años y que sólo una minoría ejerció el cargo por más tiempo.
[8] Luego trataremos de ver quiénes eran estos Jueces más longevos en sus cargos y también intentaremos entender por qué lo eran. En cualquier caso parece imposible encontrar un patrón regional para explicar esta mayor o menor permanencia de los Jueces.
[9] Así tenemos una altísima rotación en partidos como Baradero, San Pedro, San Nicolás, Salto, Areco, Chivilcoy, Monte, Ranchos, Ensenada, Pilar, Dolores, Las Flores, Saladillo, Tapalqué y Monsalvo; y, al contrario, una fuerte concentración en pocas personas en partidos como Morón, Matanza, San Isidro, Pergamino, Rojas, Giles, Luján, Lobos, Cañuelas, Chascomús, Quilmes, Magdalena, Tordillo, Ajó, Tuyú, Mar Chiquita, Lobería, Chapaleufú, y Patagones. En el resto la situación es intermedia.
[10] Con la revolución que dirige Lavalle caen 29 de los 31 Jueces de Paz de campaña, y cuando cae Lavalle sólo queda uno de los Jueces que había nombrado, vuelven 7 de los Jueces de la época de Dorrego y el resto (23) son todos nuevos. Con la caída de Rosas en 1852 pasa algo similar: sólo quedan 5 de los 46 Jueces de los que tenemos datos.
[11] que estaban en el momento del levantamiento de los “Libres del Sur”. Los que cambian son los de San Nicolás y Quilmes y los de los dos partidos que estuvieron en el centro de la escena de la crisis: Dolores y Monsalvo.
[12] Entre los funcionarios subalternos se encuentran tanto pobladores nativos de Buenos Aires como migrantes del Interior, están excluidos en general los sectores más pobres de la campaña (peones y obviamente esclavos), pero también –en general- los más ricos.
[13] apenas el 17% de los Jueces han nacido en el mismo partido que administran.
[14] De esas 47 personas sólo 9 superan los 100.000 pesos, la amplia mayoría tiene entre 20.000 y 50.000 pesos y los 9 más pobres apenas alcanzan la cifra promedio de 9.000 pesos
[15] De ellos se indica capital en 12 casos y nos da un promedio de 50.423 pesos, es decir, levemente inferior al promedio general de Jueces. En cuanto a stock ganadero la situación es peor: en los 7 casos de los que tenemos información, el promedio de vacunos es 650 y de ovinos 486, o sea, claramente menor que en los Jueces que permanecen menos tiempo.
[16] escaso migrantes llegan al cargo y los un poco más numerosos entre los Alcaldes y Tenientes, llevan bastantes años de avecindamiento
[17] Así, por ejemplo, el Juez de Paz de Morón en 1822 defiende abiertamente a los chacareros locales, en contra de los ganaderos que con sus animales destruyen los sembrados de los vecinos. Estos ganaderos, que estaban preferentemente ubicados en los terrenos de la Matanza (incluido por esos años en el partido de Morón) y que no se sienten representados por las autoridades de Morón, a su vez van a presionar por separarse de ese partido para lograr una mejor representación de sus intereses, y en efecto en 1825 se conforma el nuevo partido de La Matanza.
[18] Y todo eso debe probarse fehacientemente, en particular la adhesión a la causa federal. Así se indica sistemáticamente, según la época, si se participó en la lucha contra Lavalle en 1829 o al menos si se sufrió la persecución de los decembristas, si se estuvo luego del buen lado en los 1832-1833, si se mantuvo fiel a la causa en 1839-1840.
[19] Así, en 1836, por ejemplo, se dice de Manuel Pardo, propuesto como Juez de Matanza, que “su conducta es intachable, su honrado y juicioso proceder lo han hecho acreedor al concepto y estimación de los vecinos de este partido y reúne a más virtudes cardinales y un bien conocido amor al orden. Estas virtudes aparecen indisolublemente ligadas con la causa federal. Sirva de ejemplo el caso del teniente del cuartel 4 de Monsalvo en 1832, Miguel Colares, de quien se dice que “no ha servido en el ejército restaurador, pero no cabe duda de su adhesión a la causa federal por su amor al orden”. En todos los casos se señalan los ciudadanos declarados “Beneméritos” en el 30 por haber combatido contra Lavalle, los que participaron en el bando rosista en los 30. Si no consta que hay participado en las luchas directamente se debe probar de alguna otra manera su adhesión a la causa. Así, por ejemplo, se señala: “sin embargo de no haber prestado servicios a la causa de la Federación, se clasifica por tal porque desde antes de la revolución se demostró exaltado en sus conversaciones a este respecto y por esta consideración fue reelecto.
[20] Tal es el caso por ejemplo de Jacinto Araoz, importante propietario de Lobos, primer Juez de Paz del partido en 1822, pero del cual se informa en 1835 que aunque participó en la lucha contra Lavalle en 1829. Durante la administración de Balcarce  “se dejó seducir por el general Espinoas, más adelante se mostró indeciso, pero cuando sonó el movimiento popular del 11 de Octubre se decidió por los restauradores. Aunque al final optó por los ganadores, Araoz ya no volverá a figurar entre los Jueces del partido
[21] El ex Juez de Paz de San Antonio de Areco, Patricio Arriaga, es descrito en una filiación como “Unitario empecinado dedicado a la bebida es extremo hablador no goza de opinión en el partido por ser en extremo vicioso, permaneció en Buenos Aires durante la guerra contra los sublevados del primero de diciembre. Del otro lado podemos encontrar a pobres rurales, pero que han manifestado adhesión a los principios proclamados por la causa y que son designados en los cargos. El caso quizás mas extremo que hemos encontrado es el de Manuel Cabral, del partido de Pilar, quien es nombrado teniente en 1832 y “que por corresponder a la clase pobre no se incluyó en la clasificación general”., es decir que ni siquiera es propietario pobre , sino pobre de solemnidad, pero sin embargo “es de buena conducta y ha sufrido golpes y ultrajes en la ciudad por uno de los amotinados del 1º de diciembre.. y acá prestó sus servicios personales en la reunión federal de Pilar.”
[22] En enero de 1832, Rosas ordenó el ceremonial para la asunción de los Jueces, que aunque conocido vale la pena recordar aquí: la asunción del cargo se hará haciendo asistir a la mayor parte de la población, utilizando para ello un día festivo y antes de la Misa Mayor. Para el acto se colocará en una mesa cubierta con un paño “un crucifijo, 2 velas y el libro de los Santos Evangelios”. Se establece una fórmula de juramento que destaca la obediencia a las “autoridades legítimas” y a la Federación y luego de este juramento “se cantará la misa mayor, que oirán desde sus puestos ambos jueces (el saliente y el entrante) alcalde y vecinos”, y así podríamos seguir.
[23] El objetivo planteado pacientemente parece estar convirtiéndose en realidad. Las “Bodas de Chivico y Pancha” obra de teatro muy representada en la época de Rosas, parece expresar muy bien la idea que el Gobernador tenía del Estado que estaba construyendo y que inicialmente sólo era una expresión de deseos.

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