sábado, 14 de octubre de 2017

Resumen: Jonathan C Brown; "De puesto de avanzada a centro comercial: Tráfico y comercio en el Buenos Aires colonial"


"De puesto de avanzada a centro comercial: Tráfico y comercio en el Buenos Aires colonial."


Lo que hoy conocemos como Buenos Aires –la ciudad más grande del cono sur americano, el centro cultural, la capital nacional de Argentina, y el gran foco comercial- surge de comienzos muy modestos. En el siglo XVI, los primeros intentos para lograr un  mayor asentamiento, fracasaron; en 1541, los últimos remanentes de la expedición de Don Pedro de Mendoza –que contaba con 1.000 hombres en 1536- abandonaron su asentamiento original en medio del hambre, indios hostiles y discordia interna. Juan de Garay, regresó de Paraguay, 39 años más tarde sólo con 64 hombres, entre españoles y criollos. Su modesto asentamiento persistía, no cómo el centro administrativo del dominio español de la región, sino como una avanzada.
Buenos Aires, último de los pueblos establecidos durante el siglo XVI en la región del Río de la Plata, no ocupaba un lugar preponderante en el mapa colonial;  ciertamente, no se intentaba que fuera una futura capital virreinal. Sin embargo, la ventaja particular de este asentamiento residía en su ubicación con respecto al Perú, dado que este último poseía las minas de plata más productivas del mundo colonial, así como las costas del Atlántico Sur, desde donde las rutas marítimas conducían a Europa. Consecuentemente, el tráfico y comercio hicieron de la villa-estuario llamada Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto Santa María de los Buenos Ayres- una importante ciudad colonial.
Durante su vida colonial, Buenos Aires luchó en contra de las políticas económicas proteccionistas y mercantilistas. Por otro lado, el tráfico oficial fluía a través de Lima y Panamá, de modo, que esta modesta avanzada en la ribera del Río de la Plata, prosperó gradualmente con el contrabando; así su experiencia como puerto cosmopolita comenzó muy tempranamente. Durante los siglos XVII y XVIII sus pobladores comerciaron con diversos países extranjeros portugueses, holandeses, ingleses, franceses y norteamericanos, además de los españoles. Las autoridades reconocieron el fracaso del proteccionismo mediante concesiones irregulares, permitiendo un intercambio portuario legal más libre, pero estas concesiones sólo sirvieron para activar más el contrabando.[1]
En 1776, habiéndose convertido, más o menos por su propio esfuerzo, en un centro comercial y urbano importante, la Corona Española creó el virreinato del Río de la Plata y Buenos Aires fue nombrada su capital. Este mero status devino un triunfo para las políticas proteccionistas del imperio, porque España se convirtió de esta manera en el socio comercial más importante de Buenos Aires, con la exclusión de los extranjeros no autorizados. La ciudad aumentó su población y los comerciantes se enriquecieron importando mercancías españolas y europeas para toda la región y, aunque la plata era el producto de exportación más importante; el tráfico secundario de productos agrícolas estimulaba la creciente industria ganadera, impulsando con ello el auge del puerto.
La prosperidad virreinal tenía un precio: las guerras que interrumpían el comercio, la invasión extranjera, y el agotamiento de las minas de plata peruanas, dividieron a la comunidad mercantil porteña de acuerdo a las divergentes tendencias políticas del comercio colonial. Un grupo favorecía la libertad de intercambio comercial; el otro, buscaba asegurar y proteger el tráfico porteño para España.[2]
La villa insignificante de 1580, iba a convertirse y a crecer del comercio ilegal durante un siglo y medio, hasta convertirse tranquilamente en uno de los grandes centros comerciales de la América española, casi sin necesidad de sanciones imperiales. Poco después del establecimiento del puerto, transportistas de Córdoba y Tucumán llevaron textiles nativos de algodón y lana para ser enviados en barcos destinados a Brasil, asegurando, a cambio, bienes europeos que consideraban vitales para el mantenimiento de la civilización en las Indias. Los residentes porteños que en 1600 no sumaban más de 500, consumían muy pocos productos del interior, pocas mercancías portuguesas y castellanas y no poseían esclavos, sin embargo, llegarían a ser un gran centro de comerciantes y, a menudo, de Contrabandistas.
La política española había prohibido el comercio directo en Buenos Aires debido a que carecía del poder marítimo suficiente para controlarlo. El tráfico oficial de plata del pueblo minero de Potosí descendía de las montañas andinas a Lima, iba por barco a Panamá, cruzaba el  el itsmo hasta la feria comercial de Portobelo y pasaba después a Cádiz y a Sevilla en galeones españoles, de esta manera los oficiales españoles podían proteger el transporte de metales preciosos y de mercancías, de los piratas y de los enemigos nacionales, mientras recolectaban impuestos a lo largo de su travesía. Mientras tanto, en los márgenes del imperio, la escasez de estos productos y sus altos precios condujeron al contrabando en gran escala, Buenos Aires era sólo una avanzada.
Los primeros porteños, residentes del Puerto de Buenos Aires, expresaron la necesidad de incrementar el comercio en su pueblo. Privados de los bienes europeos, los porteños se quejaban de que los comerciantes de Lima rara vez enviaban cargas a las tierras altas y, cuando la ropa, vino, aceite, armas,etc, llegaban de Perú, sus precios eran prohibitivos y de pésima calidad. La misma ropa de lana que en España costaba 2,50 pesos, en Buenos Aires era vendida en 20; además, los porteños lamentaban tener que exportar sus pieles y carne seca por los Andes, cuando los cargamentos directos de productos nativos para Brasil venían al doble de su costo original. En carta a oficiales de la corona, los porteños señalaban las ventajas del puerto, sugerían,  la conveniencia de una escala en Angola para traer un cargamento de esclavos en el viaje de regreso. Ciertamente, estas quejas ocultaban el interés de los porteños de vender más que de consumir la mayoría de los artículos de su amplio comercio, para los mercados de Córdoba, Tucumán y Potosí.
Las autoridades reales, bajo la influencia de los intereses comerciales de Sevilla y Lima, prefirieron responder autorizando sólo unos cuantos barcos registrados en los muelles. Al principio, se permitió a los porteños comerciar con Brasil y España siempre y cuando no exportaran metales preciosos. La actividad de estos barcos registrados continuó hasta mediados siglo XVII. Las autoridades también reconocían el derecho de los buques “en apuros” de detenerse en Buenos Aires para efectuar reparaciones, pero el comercio estaba vedado a su tripulación. Al carecer de buques mercantes, la corona garantizaba contratos de comercio esclavista a compañías extranjeras, comenzando con los portugueses; esto dio pie para que los comerciantes porteños y sus socios comerciales internacionales abusaran de ambas concesiones. Al final se comprobó que la corona española fue incapaz de frenar el contrabando.[3]
Aún sin datos confiables para el comercio clandestino, el crecimiento de la población puede revelar su importancia para esta ciudad  comercial: 1615 tenía 1000 habitantes- en 1674 4.607 – en 1721 8.908 y en 1770 22.551. La ciudad porteña se permitía recibir de dos a cuatro barcos oficiales anualmente, pero de cualquier forma, tenía una población que se duplicaba cada 31 años.
Los portugueses fueron los primeros de una larga lista de extranjeros que comerciaban y fueron absorbidos por Buenos Aires; en fechas tan tempranas como 1586, pasaron vendiendo sus productos en Santiago del Estero, su línea comercial favorita eran los esclavos africanos de las costas de Guinea. En 1595, la concesión real del asiento (contrato exclusivo para vender esclavos en las colonias) ayudó a los comerciantes portugueses en sus negocios legales e ilegales. Intercambiaban esclavos por harina, ropa, cecina de res, cueros y cebo; pero el contrabando de plata consumía la mayor parte de sus esfuerzos. En los primeros años del siglo XVII sus barcos aparecían con bastante frecuencia en el puerto de Buenos Aires.[4]
Los comerciantes portugueses y las autoridades locales colaboraban amigablemente en este puerto colonial español: regularmente las autoridades de la ciudad confiscaban importaciones de mercancías y esclavos sin licencia, sólo para venderlos nuevamente a sus propietarios originales en subastas fraudulentas. Estos engaños hicieron que los importadores llevaran la documentación correcta para transportar carga hacia el interior que de otra manera sería ilegal. La mayoría de los esclavos enviados hacia el interior trabajaban como sirvientes, artesanos, granjeros, pastores y mineros. Los barcos que traían africanos encadenados partían de regreso con plata ilegal mezclada con el trigo y carne seca, que entregaban en Portugal. Los miembros del clero también tuvieron injerencia en el comercio de contrabando: los novicios portugueses podían viajar a Buenos Aires para ordenarse y regresar con barras de plata en su equipaje. Aparentemente, tales métodos fueron tan exitosos que permitieron a los comerciantes usar los edificios de los jesuitas como bodegas para sus mercancías y su plata.
A principios del siglo XVII, los esclavos y la plata eran los principales rubros de este comercio clandestino; los comerciantes de Córdoba y Tucumán sumaban a la exportación cueros, trigo, carnes secas, sebo, lana cruda y ropa. Por su parte, los comerciantes portugueses traían vino, productos de hierro, azúcar, lana alemana y castellana, pescado seco y membrillos en conserva.
Hacia mediados del siglo XVII, sin embargo, los portugueses habían cedido su hegemonía comercial en el puerto de Buenos Aires a los comerciantes holandeses. Portugal y Brasil  se habían salido de control de la corona castellana, mientras que España luchaba contra Gran Bretaña. Bajo estas circunstancias los transportistas holandeses encontraron una rápida acogida para sus mercancías –incluyendo a los esclavos- por parte de los oficiales patriotas de Buenos Aires. Las pieles vacunas también se estaban convirtiendo en mercancías valiosas en Buenos Aires; los barcos holandeses cargaban, además de plata, varios cientos de pieles que compraban por el equivalente de un peso. Mismas que vendían en Europa en 6 pesos. Los comerciantes extranjeros habían encontrado un punto débil en el sistema mercantil español.

Como sus predecesores portugueses, los holandeses y otros extranjeros, demostraron su capacidad para practicar ampliamente el comercio clandestino; antes de echar ancla en el puerto, desembarcaban sus mercancías más valiosas en las costas cercanas a Buenos Aires, de modo que en las aduanas portuarias pagaban impuestos sólo por las mercancías de menor valor.[5] En suma, los barcos registrados oficialmente en el Consejo de Comercio español, abusaban de sus privilegios en cada escala. El monarca castellano, Carlos II, al saber de la magnitud del contrabando en Buenos Aires, advirtió a sus ciudadanos que el comercio ilegal con extranjeros debilitaba a España y ayudaba a sus enemigos; castigó a los oficiales porteños que se habían enriquecido con el contrabando y a los comerciantes del interior, quienes preferían los artículos más baratos desembarcados en el puerto atlántico en vez de los despachados en Lima. Sin embargo, a pesar de estas medidas, el comercio ilícito en Buenos Aires continuó a lo largo del siglo XVIII.
A principios del Siglo XVIII, los comerciantes británicos lograron la supremacía comercial en el Río de la Plata; el Tratado de Utrecht, que dio fin a la guerra española de sucesión, concedió a la British South Sea Company, el derecho exclusivo de introducir esclavos a los dominios españoles y la compañía estableció una bodega en Buenos Aires que surtía el cargamento humano que debía ser vendido en mercados tan lejanos como el Potosí y Chile.[6]  El asiento estipulaba únicamente las importaciones de esclavos, pero no regulaba el comercio de otros productos ni de la plata española, por este motivo, la South Sea Company no mantuvo el trato. Los comerciantes ingleses importaban mercancías bajo el rubro de “provisiones de las compañías”, o simplemente vendían sus bienes a los porteños a bordo de los barcos y dejaban que ellos los desembarcaran sin pagar derechos aduanales. Pretextando falsas averías en sus barcos, los ingleses tenían oportunidad de descargar mercancías ilegales, en tanto sus barcos eran “reajustados”. Para reducir sanciones por el comercio ilegal, compartían sus ganancias ilícitas con los oficiales locales, así que era el mercado, y no el trato suscrito, lo que determinaba el comercio británico.
Mientras tanto, el incremento en las actividades de embarque en el estuario estimuló el crecimiento de la industria ganadera local, exportando voluminosos cargamentos de cueros que complementaban las de lingotes de plata en las bodegas de los barcos extranjeros[7]. Los pobladores del campo asentados cerca de la ciudad porteña adquirían cueros secados al sol de las vaquerías, nombre dado a una partida de hombres de a caballo que cazaban ganado salvaje que pastaba en las fronteras de la pampa al sur de Buenos Aires. Los ganaderos del interior también enviaban al puerto pieles, sebo y carne salada, utilizando senderos a lomo de mula, carros de bueyes o por vía fluvial; pero, aún así, pocos ranchos ganaderos cercanos a Buenos Aires proveían exportaciones ganaderas en grandes cantidades.
La guerra de 1739  entre España y Gran Bretaña dio por terminado el derecho de asiento a los británicos pero, a pesar de ello, el contrabando inglés continuó a través del estuario en Colonia de Sacramento. Estableciéndose en la Banda Oriental en 1680, la avanzada de comerciantes portugueses añadió otro elemento: Colonia servía también de salida a la industria ganadera de las praderas uruguayas y las embarcaciones transportaban fácilmente cargas ilegales del y al puerto español. Un ataque militar a Colonia en 1762, sorprendió a 21 buques ingleses en el puerto, con esta acción la corona española reconoció, en contra de los deseos imperiales, que el comercio había hecho de Buenos Aires uno de los centros comerciales más importantes de la América española y que, por tanto, tenía que ser protegido por España.
Con este motivo y para consolidar su control político en el extremo sur de su imperio, España estableció el Virreinato del Río de la Plata en 1776. Los borbones llevaron a cabo reformas económicas con la finalidad de reorganizar el comercio en las colonias, lo que significó para Buenos Aires –designada capital virreinal y puerto comercial principal en la región- una nueva etapa de crecimiento comercial.
De hecho, las reformas borbónicas representaron el esfuerzo imperial más exitoso para regular el intercambio comercial en el estuario. De aquí en adelante, la plata del Potosí se iba a exportar legalmente a través del puerto de Buenos Aires, y no de Lima, debido a que el virreinato incluía dentro de sus fronteras a la mayoría de los centros mineros del Alto Perú. El libre comercio porteño pertenecía sólo a los barcos de registro español que hacían sus travesías entre puertos dentro del imperio; posteriormente se estableció el consulado –una cámara para normar a los comerciantes- a fin de proteger los intereses comerciales españoles en el estuario, aunque, más que nada, se estableció para obtener impuestos del comercio, ahora legal y más extenso.
Los comerciantes porteños no tuvieron que recurrir más a las prácticas del contrabando y el comercio ilegal en gran escala, debido a que ahora florecía el comercio legal, aunque ésta duró poco tiempo. Por primera vez en sus dos siglos de existencia, Buenos Aires se convirtió en el principal socio comercial de España[8]. Con certeza se puede decir que la mitad del comercio ibérico pasaba a y del puerto de Cádiz, seguido por Barcelona, Málaga, Coruña y el puerto colonial de la Habana. El predominio comercial del puerto de Cádiz significaba que muchas de las mercancías embarcadas allí provenían del norte de Europa. Los buques mercantes procedentes de Cádiz, cargaban, por lo menos, un 60 % de productos extranjeros en sus bodegas, por lo tanto, los consumidores porteños recibían legalmente los bienes importados a los que se habían acostumbrado desde hacía algún tiempo.
La plata, los esclavos africanos y las mercancías europeas continuaron dominando el comercio en Buenos Aires, mientras que, en menor medida, las exportaciones de productos agropecuarios impulsaron el desarrollo de la industria de engorda de ganado.[9] Las fuentes que disponemos estiman el valor de la plata entre el 50 y el 80 % de las cargas salían de Buenos Aires y Montevideo, los productos de granjas y ranchos sumaban cerca de un tercio del valor total de las exportaciones. Las pequeñas embarcaciones transportaban productos ganaderos procedentes de las provincias ribereñas y de la Banda Oriental, en donde los compradores viajeros encontraban grandes haciendas como por ejemplo la Estancia de las Vacas[10].
Los habitantes de la pampa, al sur y este de Buenos Aires, gradualmente comenzaron a engordar y domesticar ganado para surtir los crecientes mercados de exportación. De este modo los métodos ineficaces que utilizaban los cazadores de ganado no pudieron enfrentar la demanda de productos agropecuarios que amenazaba con agotar muy pronto el ganado cimarrón de las praderas. Así, las áreas fronterizas como Chascomús y Rojas, atrajeron colonos que emplearon los mismos sistemas de producción altamente sofisticados de las provincias del interior y de la Banda Oriental. El hacendado colonial vivía en su hacienda y cuidaba del ganado con sus hijos, alquilaba trabajadores y poseía uno o dos esclavos.
 Los trabajadores con experiencia provenían de toda la región, y, el rápido incremento de la población comprendida en el área entre Buenos Aires y el Río Salado, reflejan los límites de la migración dentro del virreinato, por ejemplo, el Distrito de Luján aumentó su población de 464 habitantes en 1781, a 2000 en 1798. Como culminación de la matanza, preparación de pieles y extracción de sebo en sus estancias, los hacendados despachaban  productos hacia el puerto en carretas de bueyes, de este modo el área sur de Buenos Aires comenzó a proveer un creciente volumen de productos ganaderos a las bodegas de la ciudad.
Aparentemente, el puerto de Buenos Aires logró un balance favorable en su comercio exterior durante el período virreinal. Los certificados aduanales describen también la tendencia general del comercio exterior del puerto donde los réditos se elevaron. Estas conclusiones reflejan el comercio oficial y presumen una cantidad insignificante de contrabando, aunque no fue ese el caso.
El contrabando nunca desapareció debido a que las reformas borbónicas ni eliminaron las altas tarifas aranceladas ni liquidaron ciertos monopolios, así como tampoco permitieron la carga no controlada en barcos extranjeros en el estuario.[11] Los vendedores ambulantes vendían tabaco brasilero ilegal a lo largo y ancho de la ciudad y campo, violando abiertamente las prerrogativas del estanco del tabaco, aunque ocasionalmente las autoridades castigaban los abusos más notorios y organizaban cateos a bodegas de algodón, lanas, sedas y blancos, por los que no se habían pagado derechos aduaneros. Los oficiales sabían que la plata se exportaba bajo la misma forma clandestina, ya que de esta manera las mercancías contrabandeadas eran más baratas para los consumidores y las ganancias para los comerciantes se acrecentaban.
El aumento de la población, su importancia administrativa y su riqueza comercial, se combinaron para hacer de Buenos Aires el mercado consumidor más grande de la región, [12] el gobierno virreinal gastaba más en mejoras materiales y salarios para la burocracia en la capital, que en cualquier otra jurisdicción del virreinato. Los importadores reservaban sus mercancías de mejor calidad para los clientes capitalinos y enviaban pacotilla y bienes de menor calidad al interior. Más que otros comerciantes, los porteños se convirtieron en los consumidores más importantes de la región.
La relevancia del comercio exterior porteño, engendró un sistema social en el que sus miembros más respetados eran ricos comerciantes comprometidos en el sector importador-exportador, aún criollos como Juan M. de Pueyrredón o como Gaspar de Santa Coloma, los más ricos comerciantes, fácilmente se movían entre los administradores españoles del virreinato[13]. Los grandes comerciantes mantenían contactos en los puertos españoles, así como con agentes en ciudades del interior como en el Potosí, Mendoza y Córdoba; invertían en actividades económicas auxiliares: ventas al menudeo, embarques costeros y ribereños y, esporádicamente, plantas de salado de carne en el área rural. Aún así, las actividades de las haciendas no producían la clase de riqueza que atraía a los negociantes porteños.  Existía una larga cadena de bodegueros y detallistas; los porteños detallistas de ropa y mercancías importadas sumaban alrededor de 600 y existían cerca de 700 pulperías que se localizaban a lo largo de la ciudad, vendían vinos, velas, sal, pan, extractos, mecheros y otros artículos de consumo. La estructura comercial de la ciudad cambió gradualmente desde la época del auge del contrabando.
Sin embargo, esta fue la mejor época para el puerto colonial, y, al mismo tiempo, la peor, debido a que las interrupciones e inseguridad del comercio internacional durante esta etapa virreinal, opacaron este período de prosperidad. Los conflictos napoleónicos en Europa después de 1797, significaron para Buenos Aires una década de retraso comercial además, dos invasiones de tropas británicas provocaron una repentina saturación de productos importados en los mercados locales y, finalmente, se aunó a todo esto el colapso de la producción de plata del Potosí. España, aliada de Francia desde el comienzo de las guerras europeas, fue desplazada por el mayor poder marítimo de la época: Gran Bretaña que bloqueando las posesiones de España, la obligó a reducir el comercio con sus colonias;[14]. En respuesta, España cerró sus puertos a las mercancías británicas provocando con ello malestar entre los comerciantes porteños, quienes habían prosperado con la venta de productos de Liverpool y Bristol.
Los conflictos europeos llevaron a España a renunciar a su breve liderazgo comercial en Buenos Aires y cederlo a comerciantes de otras naciones que regresaban al puerto sin la intermediación española. De esta manera, resurgió el comercio portugués proveniente de Brasil, y, por primera vez, anclaron en el estuario buques norteamericanos.[15] Mientras tanto, Gran Bretaña también resentía en sus puertos americanos la interrupción comercial provocada por la guerra. Los comerciantes británicos ya no navegaban al estuario ni comerciaban con los contrabandistas hispanoamericanos. Después de una década de interrupción comercial, un líder militar británico buscó, unilateralmente, la oportunidad de reabrir los viejos mercados en el Río de La Plata; sir Popham al mando de fuerzas terrestres y navales, capturó Montevideo y Buenos Aires en 1806; a pesar de haber actuado sin la autorización de su gobierno, la invasión excitó la imaginación comercial de los comerciantes británicos, quienes de inmediato enviaron 100 barcos a Buenos Aires, esto dio como resultado la caída de los precios debido al exceso de mercancías importadas y, por lo tanto, los comerciantes porteños así como los ingleses, sufrieron pérdidas, de cualquier forma, el comercio ingles había regresado a Buenos Aires para quedarse. Hacia 1808, los españoles e ingleses se habían aliado contra los franceses y, al año siguiente, marinos británicos desembarcaron más de 1 millón de libras esterlinas en mercancías en Buenos Aires. La España ocupada por los franceses era incapaz de proteger ya su comercio colonial.
Este disturbio comercial dividió a la influyente comunidad mercantil porteña y contribuyó a los  sucesos políticos de 1810. El partido, del que los contrabandistas habían sido precursores en el siglo XVII, favoreció el comercio con barcos de todas las nacionalidades y alentó la venta de productos en la cantidad y con la calidad que determinara el mercado local. Los criollos Mariano Moreno y Manuel Belgrano, argumentaban que el libre comercio reducía los precios al consumidor y ensanchaba los mercados de exportación para los productos agropecuarios de la región. Los intereses opuestos, preferían la estabilidad comercial, los contactos españoles, y la vigilancia de la Corona; estos comerciantes, quienes tenían fuertes ligas con España, como el español Martín de Alzaga, pedían el retorno a la época dorada del comercio virreinal, cuando los barcos de Cádiz dominaban el comercio de Buenos Aires. Esta última posición, que había sido legitimizada por la prosperidad comercial platera del siglo XVIII, fue minada por un suceso económico  que escapaba al control de todos: para 1810 las minas de plata del Alto Perú se habían agotado. De aquí en adelante, los librecambistas se beneficiarían del comercio de cueros- rubro que ocupó el lugar de la plata- y del comercio con cargueros no españoles.
Muchas de las tendencias comerciales que son evidentes en la experiencia comercial del puerto de Buenos Aires, continuaron durante el siglo XIX aunque con algunas modificaciones; el comercio extranjero se incrementó dramáticamente, los barcos extranjeros que anteriormente llegaban al puerto en busca de plata, ahora lo hacían buscando cueros, sebo y lana cruda, que eran los productos que demandaba la pujante revolución industrial de los países del norte del Atlántico. Los comerciantes extranjeros se asentaban en Buenos Aires para organizar el comercio de importación y exportación, como lo habían hecho los traficantes de esclavos, portugueses e ingleses, de los siglos anteriores; los trenes de carga y barcos ribereños continuaron llegando de las provincias con exportaciones y productos de consumo y regresaban con mercancías importadas.
Entre 1810 y 1850, el comercio de exportación se componía de aquellos productos agropecuarios  que antes habían sido desdeñados por los ricos comerciantes virreinales. Para llenar las bodegas de la ciudad con productos de exportación, los mataderos y almacenes de los suburbios procesaban ganado en pie, mientras que los mercados acumulaban lana y cueros traídos directamente de las estancias. Los más grandes terratenientes argentinos- que en la mayoría de los casos eran hijos de familias comerciantes coloniales- se convirtieron en los ciudadanos ricos mientras que los ganaderos y ovejeros se asentaban en las praderas vírgenes de más allá del Río Salado, antigua frontera colonial. Después de todo, el comercio colonial porteño convirtió gradualmente la industria ganadera de un rubro secundario en la principal actividad económica. Buenos Aires, la avanzada del imperio, hacía mucho que se había convertido en un centro comercial.



[1] El tráfico ilegal resultó excesivamente flexible para este puesto de avanzada, tanto, que el deterioro económico de cualquier socio traficante –incluyendo a españoles- nunca llevo al colapso económico de Buenos Aires.
[2] Si el comercio había hecho de Buenos Aires una ciudad valiosa para el imperio, la ruptura comercial contribuyó entonces a la eventual pérdida española de su acaudalado puerto; como escribiera el historiador argentino Juan Agustín García “Buenos Aires fue orientada comercialmente desde sus comienzos”.
[3] Debido a que el Consejo Comercial se encontraba en Sevilla a muchos meses de viaje y las líneas costeras del puerto y del sistema del Río Paraná eran imposibles de patrullar, a menudo los oficiales locales preferían participar en el comercio ilegal, garantizando libremente el permiso para que barcos extranjeros y sin licencia pararan en Buenos Aires.
[4] los comerciantes portugueses se asentaban permanentemente en la ciudad casándose con miembros de familias de los consejeros más apreciados por el rey; para 1650, las más antiguas familias de comerciantes portugueses se encontraban entre los más leales súbditos de España.
[5] Estos mercaderes protestantes, comerciaban también con la hermandad del colegio de los jesuitas, quienes tenían reputación de tener la mayor bodega de plata ilegal del Alto Perú.
[6] En 1715 y 1739, los barcos esclavistas ingleses entregaron en el puerto cerca de 18.400 africanos provenientes de las costas de Guinea.
[7] De esos cueros los europeos sacaban las pieles utilizadas en la ropa, muebles, equipajes, carruajes, arreos y empaques de toda especie. El número de cueros exportados por Buenos Aires se incrementó de 45.000 en 1716 a 60.000 en 1724.
[8]  llegaban cerca de 70 barcos anualmente; en un buen año como el de 1796, por ejemplo, se registró la entrada de 73 buques procedentes de la península
[9] los textiles españoles, ingleses y franceses, predominaban en las importaciones, aunque también el hierro vizcaino y los artículos europeos de lujo, en general, encontraban mercados en Buenos Aires, las importaciones anuales de mercurio español cargadas a lomo de mula y carretas de bueyes para las minas del Alto Perú, alcanzaron 273 toneladas métricas en 1790.
[10] cerca de Colonia, que tenía más de 40.000 cabezas de ganado y empleaba cerca de 40 trabajadores permanentes en la década de 1790, aunque también en otras áreas se estaba desarrollando la engorda de ganado como negocio.
[11] Los capitanes de estos barcos manifestaban únicamente pequeños cargamentos, mientras que los compradores porteños compraban mercancías en las riberas al amparo de la oscuridad.
[12] los habitantes urbanos incrementaron su número de aprox 24.000 en 1778 a 42.000 en 1809.
[13] Los comerciantes, mayoristas, importadores y exportadores, que monopolizaban el comercio eran cerca de 178, controlando la mayor parte de los capitales y de los embarques de mercancías hacia los mercados del interior.
[14] las exportaciones de Buenos Aires, por ejemplo, cayeron un nivel de 5 millones de pesos en 1796, a menos de medio millón en el año siguiente.
[15] En 1800, 43 barcos norteamericanos llegaron con esclavos de Mozambique y con productos europeos re-exportados.

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