martes, 10 de agosto de 2021

Theda Skocpol Los Estados y las revoluciones sociales (segunda parte)

Resumen desde pagina 194 a 209 del libro de Theda Skocpol "Los Estados y las revoluciones sociales)

Como los diferentes actores sociales se organizaron y participaron de la Revolución Francesa para culminar con  cambios sociales y políticos revolucionarios limitados por la propias estructuras tradicionales que prevalecieron.

Campesinos contra señores en la Revolución Francesa

Revolución francesa: 4 de agosto de 1789, los miembros de la Asamblea constituyente lucharon entre sí por denunciar y renunciar a las estructuras “feudales” de la sociedad y de la política francesas. Los derechos señoriales, la venalidad de los cargos judiciales, las inmunidades fiscales, los derechos de caza, las tensiones de la Corte, la justicia señorial –todo fue denunciado. Simbólicamente, fueron estos cambios los que harían que la Revolución pudiese ser considerada como una revolución social –porque fueron más allá de los cambios políticos para transformar a la sociedad- Y, sin embargo, los nobles liberales y los representantes del Tercer Estado, reunidos en Versalles, nunca habrían iniciado aquella sesión de reformas radicales, de no ser porque una difundida revuelta agraria contra el sistema señorial los obligó a ello, a pesar de su renuencia inicial. Los hombres escandalizados por los diversos ataques a los castillos, por ejemplo, apresuradamente decidieron hacer concesiones que no habían proyectado. Sin la revolución campesina “podríamos estar seguros de que la Asamblea Constituyente no habría asestado tan serio golpe al régimen feudal”. La revolución no se habría desarrollado más allá de unas reformas constitucionales.

El potencial para las revueltas campesinas que estallaron en 1789 fue inherente a la estructura social agraria peculiar de Francia, dentro de la Europa del siglo XVIII.  Las condiciones socioeconómicas y políticas que influían sobre la capacidad del campesinado a reaccionar contra la explotación señorial eran, comparativamente, favorables a Francia.(argumento de la autora)

En contraste con los siervos de la Europa oriental y con los bajos estratos agrícolas, cada vez más desposeídos, de Inglaterra, el campesinado francés virtualmente poseía una porción considerable de las tierras en Francia. Al menos un tercio de la tierra –y una proporción aun mayor de las tierras cultivables- era trabajada por millones de campesinos en pequeñas parcelas que podían ser administradas, compradas y vendidas, y trasmitidas a sus herederos, tan sólo sometidas a varios derechos señoriales.

Además, como muy pocos grandes terratenientes cultivaban directamente sus propias heredades, aproximadamente otros dos quintos de la tierra eran alquilados a aparceros y arrendatarios, principalmente en pequeñas parcelas. Por tanto, los campesinos controlaban el empleo de la mayor parte de las tierras dedicadas a la producción agrícola.

Sin embargo, eran sometidos a graves derechos de alquiler sobre lo que producían. La “renta básica –real, señorial, de diezmo y propiedad- (fue) la fuerza motora del reino y de su sistema social. Los contribuyentes (fueron) los gobernados, los receptores de la renta y sus agentes, los gobernantes”. El diezmo-colectado en especie, en tiempos de cosecha- tenía como promedio 8% e iba a parar, en gran parte a ricos obispos, canónigos y señores laicos, fuera de las parroquias locales. Los derechos señoriales (que iban a parar a terratenientes burgueses y a casas religiosas, así como a los nobles) variaban enormemente, según la región y la localidad; por lo general, eran pesados en Bretaña y en el este de Francia, y ligeros en las zonas que rodean al sur del Loira (donde, en cambio, los diezmos eran mayores). Los impuestos –de los que estaban en gran parte exentos los terratenientes nobles- se llevaban entre 5 y 10% de la producción en el pays d’élection, pero menos en el pays d’état. Las rentas de propiedad a menudo eran las más onerosas: en las zonas del sur y del oeste donde predominaba el métayage (la aparcería), los aparceros habían de entregar la mitad de la cosecha a los terratenientes; en otras partes, los derechos exigían al menos un quinto de la cosecha. En general, los diversos derechos de renta sobre la producción campesina se llevaban entre un quinto y tres quintos de su ingreso bruto (lo que les quedaba después de que al menos una quinta parte era retenida para semillas, y se apartaba para la subsistencia de los labradores y para cubrir los costos de producción y mantenimiento), con variaciones importantes a través de las diversas épocas y regiones. Normalmente, las rentas eran gravosas; en los tiempos de crisis de producción o de crisis de mercado parecían una sangría casi insoportable al margen dejado para la subsistencia.

El bienestar campesino dependía del grado en que una familia poseía tierras sujetas a mínimos derechos de renta, además de los medios, incluso herramientas y ganado, necesarios para trabajar la tierra. En todas las zonas de la Francia del siglo XVIII, quienes podían vivir con seguridad de sus tierras, o de considerables tierras rentadas, sólo eran una pequeña proporción del campesinado, pero en su mayoría eran pobres e inseguros. O bien, como inquilinos, tenían que pagar onerosos alquileres por trabajar pequeñas parcelas para su subsistencia, o bien no poseían más que una casa y un huerto y habían de encontrar ingresos suplementarios mediante un empleo agrícola día tras días, o una producción industrial diaria, o bien la emigración estacional para encontrar trabajo lejos de su hogar.

En el fondo mismo de la escala socioeconómica se hallaban los vagabundos: como la población crecía más rápidamente que el desarrollo económico, que pudiese ofrecer los nuevos empleos, el número de aquellos vagabundos empobrecidos, aumentó a finales del antiguo régimen. Y muchas familias establecidas nunca se hallaron lejos del destino de aquellos vagabundos. Los crecientes precios de la tierra y los granos no podían ayudarlos, pues su perspectiva –y su problema- era sencillamente conservar tierras suficientes, y empleos para pagar los alquileres y arrebatarle a la tierra una subsistencia precaria.

La diferenciación económica dentro de las filas del campesinado estaba muy avanzada, y el “individualismo agrario” había hecho grandes avances por los campos. La base fundamental de la comunidad era económica. El centro de la disposición era el terroir, es decir, “la suma de todos los tipos de tierra cultivada o explotada por un grupo de varios caseríos, o bien dispersos por una zona de campos dispersos”. La comunidad campesina tenía intereses en “la propiedad colectiva y el uso de bienes comunales”, o “frenos colectivos a la propiedad privada en beneficio de los habitantes como grupo”. En los pays de bocage de Normandía y Bretaña, donde se hallaban dispersas las granjas, las comunidades campesinas poseían tierras comunes, que incluían bosques, que habían de ser administradas para la colectividad y defendidas contra las invasiones y reclamaciones de fuera. En el Norte y en el Este, las aldeas campesinas contaban con menores tierras comunales, pero el propio cultivo se hallaba enmarcado por reglas comunales acerca de la rotación de las cosechas, la fijación de las fechas de cosecha, los derechos de pastura en el barbecho, las regulaciones de encierro, etc. Estas costumbres, también, no sólo tuvieron que ser aplicadas a los miembros de la comunidad, sino también en contra de los extraños. En la mayoría de los lugares, los señores –cuyas tierras de dominio con campesinos traslapaban a las comunidades campesinas- fueron los competidores clave por los derechos agrarios. Estaban en juego tan importantes derechos como el acceso a los bosques o a las pasturas, o la prerrogativa de decidir cómo habían de cultivarse las tierras. Fue ante todo en las luchas contra los señores por tales cuestiones, como las comunidades campesinas, pese a sus tensiones internas, mantuvieron cierto residuo de cohesión y conciencia de sí mismas

Más aún, en el siglo XVIII, las comunidades campesinas disfrutaron de un grado considerable de autogobierno. La penetración de la administración real en las localidades gradualmente fue apartando al señor. El o sus agentes, si era absentista (como a menudo ocurría) conservaban el control de la justicia señorial; éste era un derecho de gran significado económico, pero poco político. De otra manera los campesinos, con la ayuda del cura local, atendían sus propios asuntos, siendo responsables ante el intendant (intendente) por medio de su subdelegado. Los terroirs a menudo coincidían con las parroquias, de modo que la asamblea de los jefes de familia de la comunidad típicamente se reunía después de la misa, los domingos, para tratar de una vasta gama de asuntos de la comunidad, como “la venta, compra, intercambio o alquiler de la propiedad comunal; el mantenimiento de la iglesia, de los edificios públicos, caminos y puentes; la elección de síndicos comunales, del maestro de escuela, del pastor comunal, del encargado del heno, de los colectores de diezmos, los asesores y colectores de la taille

Aunque era cierto que las asambleas de aldea, las más de las veces, eran informalmente dominadas por los campesinos ricos, sin embargo, potencialmente funcionaban como vitales arenas para la discusión de los asuntos locales por todos los jefes de familia; y en sus decisiones se controlaban los aspectos claves de la vida de la aldea.

Los efectos de la crisis política de 1789

Pero, ¿cómo ayudan, exactamente, estas condiciones estructurales, a producir el desplome del antiguo régimen en el campo? Para encontrar la respuesta hemos de examinar las corrientes y los hechos del período revolucionario. Empezaremos con algunas corrientes económicas que ayudaron a encender los disturbios populares en 1788-1789, para luego enfocar la combinación de condiciones estructurales agrarias y acontecimientos políticos nacionales que dieron un aspecto revolucionario a los levantamientos populares de 1789.

Labrousse (historiador económico) ha establecido, que una crisis de la economía francesa precipitó los levantamientos populares de finales del antiguo régimen. Desde cerca de 1733, hasta 1770, la economía francesa fue parte de una fase, de casi un siglo de duración, de expansión económica. La productividad agrícola e industrial, el comercio colonial e interno: todo estaba en expansión. Los precios y los alquileres subían más que los salarios, de modo que este crecimiento benefició desproporcionadamente a los empresarios y a los grandes terratenientes. Sin embargo, muchas personas más pobres pudieron defenderse mientras continuó la expansión; después de 1770, “un período de depresión económica, un período de contracción comenzó para términos de 1778, lo más tarde, era un hecho consumado; los precios se hallaban por doquier en plena baja”. Los ingresos de los campesinos se desplomaron y la industria languideció; el desempleo aumentó.

aumento revolucionario de la población y una economía en estado de contracción

Para mediados de 1780, la economía empezaba a recuperarse. Luego, en 1788: la cosecha de trigo se frustró. Los ingresos campesinos cayeron (pues había muy poco que vender, aunque los precios fueran altos), y el desempleo agrícola aumentó. Los mercados para productos industriales se contrajeron, y así más campesinos pobres y artesanos y obreros urbanos que tenían que comprar toda o parte de su alimentación de pronto se encontraron en la penuria.

Durante el siglo XVIII, siempre que los precios del pan subían de pronto, los pobres de los campos y de las ciudades respondían con “motines de pan”. Las comunidades campesinas se apoderaban del grano que estaba siendo transportado para su venta fuera de sus comunidades y, en cambio, lo vendían a “precio justo” a los consumidores locales. Los consumidores urbanos respondían a las escaseces y a la carestía apoderándose de los abastos de los panaderos y tratándolos de la misma manera. Dentro y fuera, el gobierno real trató de promover el libre comercio nacional de granos, pero el pueblo seguía creyendo en los precios fijos y en los abastos locales garantizados para todo. No mucho antes de la Revolución, en 1775, enormes “motines del pan” (la “guerre des farines, o guerra de las harinas”), obligó a la Corona a abandonar las políticas innovadoras y a restaurar el orden mediante una combinación de dar grano a los necesitados y reprimir las manifestaciones. Gran parte de lo ocurrido en 1789 fue una repetición de esta forma recurrente de disturbios populares.

Sin embargo, en 1789, los resultados fueron extraordinarios. Esto ocurrió, en parte, porque los motines del pan urbanos coincidieron con pugnas entre las élites privilegiadas por ciertas fórmulas de representación política que habían de producir la Revolución municipal. Más aún: porque los acontecimientos se desarrollaron en una revolución social ya completa en el campo. Durante la primavera, y mucho antes de la Revolución municipal, los campesinos empezaron a ir más allá de los motines del pan, atacando el sistema señorial. “La primera oleada de levantamientos rurales fue dirigida contra los diezmos, los derechos feudales y los hombres que los recibían. Muy a menudo, el blanco de su odio fueron los registros feudales de los señores locales, pero también los saqueos de los granos “acaparados”. La inquietud se intensificó y cundió por la mayor parte del país, en parte por el temible vehículo de “el Gran Miedo”. Fue éste un pánico colectivo, inspirado por la creencia en que unos “asaltantes” atacarían la cosecha de grano que por entonces maduraba. Creció la convicción de que existía una “conspiración aristocrática” para matar de hambre al pueblo; y los campesinos se organizaron para enfrentarse a esta nebulosa amenaza. La hostilidad se fundió con la esperanza de cambio que había surgido al ser llamados los Estados Generales, para intensificar la revuelta contra las clases superiores:

Ahora que los Estados Generales estaban reunidos, pero se mostraban lentos en responder a las esperanzas de libertad, la gran masa del campesinado tomó una decisión sencilla y espontánea. La cosecha había pasado. Ellos dejarían de pagar a los señores, recolectores e diezmos, y aun a los recolectores reales. Furiosas minorías atacaron las salas y los castillos, con rastrillos y antorchas. La mayoría adoptó el curso más seguro y eficaz, de la resistencia pasiva, y se negó a pagar.

Así, en el campo, el antiguo régimen vio cómo bajo sus pies cedían sus apoyos, y los reformadores políticos de las ciudades se enfrentaron a una inesperada crisis de la propiedad y del orden, que habrían preferido evitar.

¿Por qué se rebelaron los campesinos a partir de 1789, por que se levantaron, ante todo y en general contra el sistema señorial? Las causas fueron la interacción de las existentes estructuras socioeconómicas y políticas con los acontecimientos políticos de 1789, que reforzaron las capacidades existentes y crearon nuevas oportunidades para las revueltas colectivas señoriales.

De enorme importancia fueron los procesos puestos en marcha por la decisión del rey, del 29 de enero de 1789, de convocar los Estados Generales. Los diputados del Tercer Estado debían ser elegidos por los delegados de las comunidades urbanas y rurales. En cada comunidad rural, todo hombre de 25 años o más que pagara a algún impuesto era elegible para participar en la reunión, en que a la vez se elegirían los representantes de la asamblea del bailliage y se establecería un Cahier de doleances (Cuaderno de dolencias o quejas) que expresara todas las quejas de la localidad. Por extraordinario que pueda parecer, toda comunidad campesina fue invitada, por orden del rey, a reflexionar colectivamente en sus dificultades. El resultado fue, en general, aumentar las posibilidades de que los campesinos se rebelaran, especialmente contra los señores y recaudadores no locales de los diezmos. Las demandas en general no pudieron atribuirse simplemente al campesinado, porque las asambleas a menudo eran dirigidas por curas, burgueses y representantes locales de los señores. Pero más significativo que el contenido de estos cahiers fue el proceso por el cual se les redactó. Tal proceso hizo surgir esperanzas de cambio y unió a los campesinos en medios comunitarios donde las luchas antiseñoriales, especialmente, habían sido a lo largo de la historia una empresa común.

El reforzamiento de la conciencia colectiva y de la organización se asoció con la redacción de los cahiers, y preparó mejor a los campesinos a actuar con fines insurreccionales en 1789. En realidad, algunas revueltas ocurrieron inmediatamente después de las asambleas locales., Lefebvre nos informa así del lamento de los funcionarios reales:

es que estas asambleas convocadas por lo general se han creído investidas con cierta autoridad soberana y que, al tocar a fin, los campesinos se fueron a sus casas con la idea de que en adelante estarían libres de diezmos, prohibiciones de caza y pago de los derechos feudales… “…Todos los campesinos de los alrededores, y en mi zona en general están preparándose a negar su cuota de gavillas a los recaudadores del diezmo, y dicen abiertamente que no habrá recaudación sin derramamiento de sangre, por el insensato motivo de que, como la petición de abolición de estos diezmos se incluyó en los cahiers…tal abolición ha entrado en vigor”.

Las revueltas típicamente brotaron en los mismos medios en que normalmente se habían celebrado las reuniones comunales.

A menudo el mismo tipo de revuelta antiseñorial estalló exactamente de la misma manera hasta 1792. Las cosas empezaban a moverse un domingo.

Otra circunstancia importante que facilitó la difusión de las revueltas a partir de 1789 fue la desorganización y división de los estratos superiores, incluso los que se encargaban de la policía y del ejército. Especialmente después de la Revolución municipal de julio, las clases poseedoras se encontraron en mala posición para reprimir los disturbios rurales. Muchos intendants habían sido despedidos. Las milicias urbanas se habían apoderado de las armas y de las municiones. Las deserciones del ejército eran crecientes. Más aún: los soldados campesinos recibieron autorización, como de costumbre, de irse a sus hogares en el verano para ayudar en la cosecha, y llevaban allí noticias de los acontecimientos políticos que ocurrían en las ciudades.

Acaso más decisivo aún fuera el hecho de que los partidarios de la Asamblea Nacional se hallaban en un aprieto: si empleaban las milicias locales o llamaban al ejército real para proteger los derechos de propiedad en los campos, caerían en manos de la reacción autocrática. Éste era el peligro que en su mayoría no estaban dispuestos a correr. Tan sólo en unas cuantas localidades actuaron las fuerzas humanas contra los campesinos. En general, las fuerzas locales no estaban coordinadas ni fueron decisivamente desplegadas, favoreciendo así las revueltas campesinas, y la resistencia empezó a cundir por los campos.

Por último, las fuerzas urbanas estaban atacando, a la que llamaban “reacción aristocrática”. Esto probablemente alentó a los campesinos a enfocar las prácticas de explotación: los derechos señoriales, las exenciones fiscales y los diezmos. Mediante las asambleas de bailliage, los delegados campesinos entraron en contacto regular con los líderes urbanos. Y, por último, los decretos de reforma de la Asamblea Constituyente facilitarían a los campesinos enfocar la resistencia efectiva continuada hasta 1793, en los diezmos y derechos feudales, y no en los alquileres regulares y en los impuestos.

Todos estos factores específicos de la crisis política de 1789 ayudan a explicar el hecho de que hubiese revueltas difundidas de comunidades campesinas especialmente contra el sistema señorial, a partir de la primavera de 1789. Desde luego, estos factores solos no habrían sido eficaces, de no ser por la gran conductividad de las estructuras rurales francesas a las revueltas campesinas antiseñoriales. En diversos grados y en diferentes lugares, pero casi por doquier, los señores y recaudadores de diezmos en nombre de absentistas privilegiados irritaban a los campesinos que poseían propiedades considerables, autonomía comunitaria y solidaridad antiseñorial. En suma, había un preexistente potencial para las revueltas antiseñoriales. Y los acontecimientos de 1789 aumentaron la solidaridad y la conciencia de los campesinos y debilitaron las defensas de la clase dominante (y particularmente la señorial) exactamente de las maneras que podrían liberar aquel potencial.

Las variaciones regionales de las combinaciones de estructuras comunitarias, pautas de tenencia de la tierra, forma de extracción de rentas y corrientes socioeconómicas del siglo XVIII, al parecer no fueron muy importantes al determinar la forma e incidencia general de las revueltas campesinas en 1789  Lo ocurrido después de 1788 fue fomentado por una crisis política nacional, a la cual fueron arrastrados los campesinos por doquier –aquellos que tenían quejas potenciales, así como auténticas-, casi simultáneamente, acontecimientos ocurridos por todo el reino, como la redacción de los cahiers y la Revolución municipal. La rebelión campesina en realidad fue autónoma y espontánea, pero sólo dentro de este marco nacional. Así pues, las acciones de los campesinos en 1789 no pueden interpretarse sólo como extensiones de luchas “asubterráneas” entabladas en localidades durante todo el siglo XVIII. El historiador social francés Emmanuel Le Roy Ladurie ha hecho minuciosos estudios de las relaciones sociales rurales, para demostrar que había marcadas variaciones regionales en la forma, en la extensión y en la intensidad de las luchas campesinas durante el período (libre de grandes rebeliones) de 1675 a 1788. Las luchas “antiseñoriales” fueron importantes sólo en el Norte y en el Nordeste, donde unos terratenientes modernizadores estaban aplicando mecanismos “feudales” para extender la agricultura comercial, contra la resistencia de las comunidades campesinas. En las regiones del Centro, del Sur y del Oeste, los terratenientes eran menos poderosos y menos dinámicos; las luchas campesinas fueron moderadas y no notablemente antiseñoriales. Sin embargo, como observa el propio Le Roy Ladurie, en 1789, las comunidades campesinas de la Baja Auvernia y de Bretaña, que habían sido absolutamente pasivas entre 1675-1788, rápidamente se unieron a las revueltas antiseñoriales de 1789. Y los campesinos del Languedoc unieron su ya vieja resistencia a los diezmos, al fermento revolucionario en general.

Lo que parecen indicar estos hechos es que, con el propósito específico de explicar la revolución campesina que comenzó en 1789, hemos de atribuir mayor peso, tanto a 1) los rasgos estructurales, básicamente similares, que caracterizaron las relaciones sociales a través de toda Francia y 2) la dinámica política nacional de 1789, más que a las variaciones locales y regionales sobre los temas en general. Sería agradable poder correlacionar la información detallada sobre las pautas estructurales sociales y los procesos exactos de movilización política para cada localidad y región. Pero mientras ello no sea posible, debemos y podemos seguir haciendo generalizaciones acerca de la revolución en conjunto. Pues, por naturaleza, fue algo completamente distinta de una simple agregación de acontecimientos y procesos locales o regionales. Como muy correctamente lo ha dicho Charles Tilly, “una revolución es un estado de toda una sociedad; no de cada segmento de la sociedad”.

Los límites de la revolución campesina francesa

Ya hemos visto que, antes de la Revolución, las rentas estrictamente de propiedad eran probablemente la carga más pesada sobre el campesinado en general. Seguramente, constituía una carga más pesada que los derechos señoriales y los diezmos. Más aún, se notó que, durante el siglo XVIII en Francia, la creciente población había causado una aguda hambre de tierras entre la mayoría de los campesinos, que no poseían ni alquilaban tierras, o no suficientes para mantener a sus familias exclusivamente mediante la producción agrícola. Sin embargo, es un hecho claro acerca de la Revolución francesa que, pese a la decisiva contribución de las revueltas campesinas a su triunfo, hubo muy poca redistribución de propiedad de las tierras como tales. Tan sólo cerca del 10% de la tierra confiscada a la Iglesia y a algunos emigrados cambió de manos en la Revolución. Y no más de la mitad de ello fue a parar a manos de los campesinos. Además, los integrantes de las tierras confiscadas hubieron de comprarlas a los gobiernos revolucionarios escasos de recursos, y este requisito efectivamente impidió a los campesinos más pobres adquirir nuevas tierras. Una cuestión obvia acerca del componente agrario de la Revolución francesa es por qué el campesinado rebelde, dado que en su mayoría tenía hambre de tierras, no llegó a arrebatar realmente las tierras que eran propiedad de los señores, de la Iglesia y de otros, incluso de rentistas de las ciudades.

Las respuestas se hallan en los límites intrínsecos de la solidaridad de la comunidad aldeana. Como hemos visto, el campesinado francés estaba internamente diferenciado respecto a la propiedad individual de la tierra, el ganado y los aperos. Y, aun de mayor importancia, las costumbres comunitarias, aunque pudieran limitar los usos que podían darse a la propiedad individual, no incluían ninguna violación de la propiedad individual, como las reglas contra las ventas privadas o las redistribuciones periódicas de parcelas que eran de propiedad individual. En cambio, las costumbres comunitarias unían a los grupos de cultivadores particulares contra los extraños, cuyos derechos y pretensiones afectaban a todos. Así, en las prácticas habituales y el interés universal, por igual, unían a pueblos enteros contra diezmos, derechos señoriales y exenciones fiscales a los nobles, así como a las pretensiones señoriales a tierras comunales, designadas. Pero todo ataque a la propiedad individual de las tierras habría amenazado a muchos pequeños terratenientes ricos o de clase media, la gente misma que dirigía a las comunidades locales. Además, semejantes ataques habrían vulnerado la acción campesina en pro de acciones nada tradicionales

La revolución campesina se detuvo mucho antes de llegar a revueltas tan radicales contra la propiedad. Cuando se trató de diezmos y derechos, fue persistente la resistencia colectiva de las comunidades campesinas a pagarlos, o a comprarlos, como primero lo decretó la Asamblea Nacional Constituyente de 1789. Siendo tan inequívoca y persistente, esta resistencia a la postre obtuvo el triunfo, cuando todos aquellos derechos fueron abolidos sin compensación en 1793. En general, los campesinos fueron librados de una carga cerca del 10% de sus ingresos (aunque, asimismo, los beneficios fueron a dar, desproporcionadamente, a los terratenientes más ricos). Especialmente al ir menguando la revolución, las comunidades campesinas también resistieron, frecuentemente, a las pretensiones de las autoridades revolucionarias, en materia de impuestos y mano de obra. Pero esta forma de resistencia tradicional estaba condenada a la derrota, hasta el punto en que se atrevió a manifestarse, porque  la Revolución sólo fortaleció la administración centralizada de Francia. En cuanto al blanco restante, aparentemente “lógico” para la revuelta campesina –las grandes heredades como tales- no se desarrollaron verdaderos movimientos de igualación radical. Había muchos campesinos pobres manifiestamente en realidad, una mayoría. Sin embargo, las pautas sociales agrarias que facilitaron y dieron forma a las primeras revueltas colectivas contra el señorialismo, al mismo tiempo bloquearon su extensión contra la propiedad de la tierra en general.

En realidad, un resultado muy irónico de la revolución campesina francesa fue que su triunfo mismo tendió a socavar la residual solidaridad comunitaria que había empezado por hacer posible la Revolución. El señor –tradicional antagonista local contra el cual se había forjado y unido la comunidad campesina- desapareció, institucionalmente hablando, de la escena. Y los cambios jurídicos de la Revolución fortalecieron la propiedad privada, facilitando así burlar los controles comunales a la agricultura. Desde luego, muchas costumbres colectivas sobrevivieron largo tiempo a la Revolución, y hubo disturbios campesinos de base comunal, en Francia, durante la mitad del siglo XIX. No obstante, la revolución agraria de 1789-1793 dejó a los campesinos franceses más divididos internamente en sus intereses económicos, y con menor capacidad de acción unida contra los no campesinos. Lo que ocurrió, escribe R.R. Palmer, fue que, durante la Revolución, el bloque campesino y la aldea comunal, la solidaridad agraria fueron quebrantados. Nunca más podría haber un universal levantamiento agrario como en 1789”.

En suma, las revueltas agrarias de la Revolución francesa fueron obra de los campesinos ricos y pobres, por igual. Pero los resultados fueron, desproporcionadamente, en beneficio de aquellos campesinos que ya estaban económicamente seguros y bien establecidos como dirigentes de la política local

Theda Skocpol Los Estados y las revoluciones sociales (segunda parte)

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