Resumen desde pagina 194 a 209 del libro de Theda Skocpol "Los Estados y las revoluciones sociales)
Como los diferentes actores sociales se organizaron y participaron de la Revolución Francesa para culminar con cambios sociales y políticos revolucionarios limitados por la propias estructuras tradicionales que prevalecieron.
Campesinos contra señores en la Revolución Francesa
Revolución francesa: 4 de agosto de 1789, los miembros de
la Asamblea constituyente lucharon entre sí por denunciar y renunciar a las
estructuras “feudales” de la sociedad y de la política francesas. Los derechos
señoriales, la venalidad de los cargos judiciales, las inmunidades fiscales,
los derechos de caza, las tensiones de la Corte, la justicia señorial –todo fue
denunciado. Simbólicamente, fueron estos cambios los que harían que la
Revolución pudiese ser considerada como una revolución social –porque fueron
más allá de los cambios políticos para transformar a la sociedad- Y, sin
embargo, los nobles liberales y los representantes del Tercer Estado, reunidos
en Versalles, nunca habrían iniciado aquella sesión de reformas radicales, de
no ser porque una difundida revuelta agraria contra el sistema señorial los
obligó a ello, a pesar de su renuencia inicial. Los hombres escandalizados por
los diversos ataques a los castillos, por ejemplo, apresuradamente decidieron
hacer concesiones que no habían proyectado. Sin la revolución campesina “podríamos estar seguros de
que la Asamblea Constituyente no habría asestado tan serio golpe al régimen
feudal”. La revolución no se habría desarrollado más allá de unas
reformas constitucionales.
El potencial para
las revueltas campesinas que estallaron en 1789 fue inherente a la estructura
social agraria peculiar de Francia, dentro de la Europa del siglo XVIII. Las condiciones socioeconómicas y políticas que influían sobre la
capacidad del campesinado a reaccionar contra la explotación señorial eran,
comparativamente, favorables a Francia.(argumento de la autora)
En contraste con los
siervos de la Europa oriental y con los bajos estratos agrícolas, cada vez más
desposeídos, de Inglaterra, el campesinado francés virtualmente poseía una
porción considerable de las tierras en Francia. Al menos un tercio de la tierra –y una proporción
aun mayor de las tierras cultivables- era trabajada por millones de campesinos
en pequeñas parcelas que podían ser administradas, compradas y vendidas, y
trasmitidas a sus herederos, tan sólo sometidas a varios derechos señoriales.
Además, como muy pocos grandes terratenientes cultivaban
directamente sus propias heredades, aproximadamente otros dos quintos de la
tierra eran alquilados a aparceros y arrendatarios, principalmente en pequeñas
parcelas. Por tanto, los
campesinos controlaban el empleo de la mayor parte de las tierras dedicadas a
la producción agrícola.
Sin embargo, eran
sometidos a graves derechos de alquiler sobre lo que producían. La “renta
básica –real, señorial, de diezmo y propiedad- (fue) la fuerza motora del reino
y de su sistema social. Los contribuyentes (fueron) los gobernados, los receptores de la renta y
sus agentes, los gobernantes”. El diezmo-colectado en especie, en tiempos de
cosecha- tenía como promedio 8% e iba a parar, en gran parte a ricos obispos,
canónigos y señores laicos, fuera de las parroquias locales. Los derechos
señoriales (que iban a parar a terratenientes burgueses y a casas religiosas,
así como a los nobles) variaban enormemente, según la región y la localidad;
por lo general, eran pesados en Bretaña y en el este de Francia, y ligeros en
las zonas que rodean al sur del Loira (donde, en cambio, los diezmos eran
mayores). Los impuestos –de los que estaban en gran parte exentos los
terratenientes nobles- se llevaban entre 5 y 10% de la producción en el pays
d’élection, pero menos en el pays d’état. Las rentas de propiedad a menudo eran
las más onerosas: en las zonas del sur y del oeste donde predominaba el
métayage (la aparcería), los aparceros habían de entregar la mitad de la
cosecha a los terratenientes; en otras partes, los derechos exigían al menos un
quinto de la cosecha. En
general, los diversos derechos de renta sobre la producción campesina se
llevaban entre un quinto y tres quintos de su ingreso bruto (lo que les quedaba
después de que al menos una quinta parte era retenida para semillas, y se
apartaba para la subsistencia de los labradores y para cubrir los costos de
producción y mantenimiento), con variaciones importantes a través de las
diversas épocas y regiones. Normalmente, las rentas eran gravosas; en los
tiempos de crisis de producción o de crisis de mercado parecían una sangría
casi insoportable al margen dejado para la subsistencia.
El bienestar campesino dependía del grado en que una
familia poseía tierras sujetas a mínimos derechos de renta, además de los
medios, incluso herramientas y ganado, necesarios para trabajar la tierra. En
todas las zonas de la Francia del siglo XVIII, quienes podían vivir con
seguridad de sus tierras, o de considerables tierras rentadas, sólo eran una pequeña
proporción del campesinado, pero en su mayoría eran pobres e inseguros. O bien,
como inquilinos, tenían que pagar onerosos alquileres por trabajar pequeñas
parcelas para su subsistencia, o bien no poseían más que una casa y un huerto y
habían de encontrar ingresos suplementarios mediante un empleo agrícola día
tras días, o una producción industrial diaria, o bien la emigración estacional
para encontrar trabajo lejos de su hogar.
En el fondo mismo de la escala socioeconómica se hallaban los vagabundos: como la
población crecía más rápidamente que el desarrollo económico, que pudiese
ofrecer los nuevos empleos, el número de aquellos vagabundos empobrecidos,
aumentó a finales del antiguo régimen. Y muchas familias establecidas nunca se
hallaron lejos del destino de aquellos vagabundos. Los crecientes precios de la
tierra y los granos no podían ayudarlos, pues su perspectiva –y su problema-
era sencillamente conservar tierras suficientes, y empleos para pagar los
alquileres y arrebatarle a la tierra una subsistencia precaria.
La diferenciación económica dentro de las filas del
campesinado estaba muy avanzada, y el “individualismo agrario” había hecho
grandes avances por los campos. La base fundamental de la comunidad era económica. El centro de
la disposición era el terroir, es
decir, “la suma de todos los tipos de tierra cultivada o explotada por un grupo
de varios caseríos, o bien dispersos por una zona de campos dispersos”. La comunidad campesina tenía
intereses en “la propiedad colectiva y el uso de bienes comunales”, o “frenos
colectivos a la propiedad privada en beneficio de los habitantes como grupo”.
En los pays de bocage de Normandía y Bretaña, donde se hallaban dispersas las
granjas, las comunidades campesinas poseían tierras comunes, que incluían bosques,
que habían de ser administradas para la colectividad y defendidas contra las
invasiones y reclamaciones de fuera. En el Norte y en el Este, las aldeas
campesinas contaban con menores tierras comunales, pero el propio cultivo se
hallaba enmarcado por reglas comunales acerca de la rotación de las cosechas,
la fijación de las fechas de cosecha, los derechos de pastura en el barbecho,
las regulaciones de encierro, etc. Estas costumbres, también, no sólo tuvieron
que ser aplicadas a los miembros de la comunidad, sino también en contra de los
extraños. En la mayoría de
los lugares, los señores –cuyas tierras de dominio con campesinos traslapaban a
las comunidades campesinas- fueron los competidores clave por los derechos
agrarios. Estaban en juego tan importantes derechos como el acceso a los
bosques o a las pasturas, o la prerrogativa de decidir cómo habían de
cultivarse las tierras. Fue
ante todo en las luchas contra los señores por tales cuestiones, como las
comunidades campesinas, pese a sus tensiones internas, mantuvieron cierto
residuo de cohesión y conciencia de sí mismas
Más aún, en el siglo XVIII, las comunidades campesinas
disfrutaron de un grado considerable de autogobierno. La penetración de la
administración real en las localidades gradualmente fue apartando al señor. El
o sus agentes, si era absentista (como a menudo ocurría) conservaban el control
de la justicia señorial; éste era un derecho de gran significado económico,
pero poco político. De otra manera los campesinos, con la ayuda del cura local,
atendían sus propios asuntos, siendo responsables ante el intendant
(intendente) por medio de su subdelegado. Los terroirs a menudo coincidían con
las parroquias, de modo que la asamblea de los jefes de familia de la comunidad
típicamente se reunía después de la misa, los domingos, para tratar de una
vasta gama de asuntos de la comunidad, como “la venta, compra, intercambio o
alquiler de la propiedad comunal; el mantenimiento de la iglesia, de los
edificios públicos, caminos y puentes; la elección de síndicos comunales, del
maestro de escuela, del pastor comunal, del encargado del heno, de los
colectores de diezmos, los asesores y colectores de la taille
Aunque era cierto que las asambleas de aldea, las más de
las veces, eran informalmente dominadas por los campesinos ricos, sin embargo,
potencialmente funcionaban como vitales arenas para la discusión de los asuntos
locales por todos los jefes de familia; y en sus decisiones se controlaban los
aspectos claves de la vida de la aldea.
Los efectos de la crisis
política de 1789
Pero, ¿cómo ayudan, exactamente, estas condiciones
estructurales, a producir el desplome del antiguo régimen en el campo? Para
encontrar la respuesta hemos de examinar las corrientes y los hechos del
período revolucionario. Empezaremos
con algunas corrientes económicas que ayudaron a encender los disturbios
populares en 1788-1789, para luego enfocar la combinación de condiciones
estructurales agrarias y acontecimientos políticos nacionales que dieron un
aspecto revolucionario a los levantamientos populares de 1789.
Labrousse
(historiador económico) ha establecido, que una crisis de la economía francesa
precipitó los levantamientos populares de finales del antiguo régimen. Desde cerca de 1733, hasta 1770, la economía
francesa fue parte de una fase, de casi un siglo de duración, de expansión
económica. La productividad agrícola e industrial, el comercio colonial e
interno: todo estaba en expansión. Los precios y los alquileres subían más que los salarios,
de modo que este crecimiento benefició desproporcionadamente a los empresarios
y a los grandes terratenientes. Sin embargo, muchas personas más pobres
pudieron defenderse mientras continuó la expansión; después de 1770, “un período de depresión
económica, un período de contracción comenzó para términos de 1778, lo más
tarde, era un hecho consumado; los precios se hallaban por doquier en plena
baja”. Los ingresos de los campesinos se desplomaron y la industria
languideció; el desempleo aumentó.
aumento revolucionario de la población y una economía en
estado de contracción
Para mediados de 1780, la economía empezaba a recuperarse.
Luego, en 1788: la cosecha de trigo se frustró. Los ingresos campesinos cayeron
(pues había muy poco que vender, aunque los precios fueran altos), y el
desempleo agrícola aumentó. Los mercados para productos industriales se
contrajeron, y así más campesinos pobres y artesanos y obreros urbanos que
tenían que comprar toda o parte de su alimentación de pronto se encontraron en
la penuria.
Durante el siglo XVIII, siempre que los precios del pan
subían de pronto, los pobres de los campos y de las ciudades respondían con
“motines de pan”. Las comunidades campesinas se apoderaban del grano que estaba
siendo transportado para su venta fuera de sus comunidades y, en cambio, lo
vendían a “precio justo” a los consumidores locales. Los consumidores urbanos
respondían a las escaseces y a la carestía apoderándose de los abastos de los
panaderos y tratándolos de la misma manera. Dentro y fuera, el gobierno real
trató de promover el libre comercio nacional de granos, pero el pueblo seguía
creyendo en los precios fijos y en los abastos locales garantizados para todo.
No mucho antes de la Revolución, en 1775, enormes “motines del pan” (la “guerre
des farines, o guerra de las harinas”), obligó a la Corona a abandonar las
políticas innovadoras y a restaurar el orden mediante una combinación de dar
grano a los necesitados y reprimir las manifestaciones. Gran parte de lo
ocurrido en 1789 fue una repetición de esta forma recurrente de disturbios populares.
Sin embargo, en
1789, los resultados fueron extraordinarios. Esto ocurrió, en parte, porque los
motines del pan urbanos coincidieron con pugnas entre las élites privilegiadas
por ciertas fórmulas de representación política que habían de producir la
Revolución municipal. Más aún: porque los
acontecimientos se desarrollaron en una revolución social ya completa en el
campo. Durante la primavera, y mucho antes de la Revolución municipal, los campesinos
empezaron a ir más allá de los motines del pan, atacando el sistema señorial.
“La primera oleada de levantamientos rurales fue dirigida contra los diezmos,
los derechos feudales y los hombres que los recibían. Muy a menudo, el blanco
de su odio fueron los registros feudales de los señores locales, pero también
los saqueos de los granos “acaparados”. La inquietud se intensificó y cundió
por la mayor parte del país, en parte por el temible vehículo de “el Gran
Miedo”. Fue éste un pánico colectivo, inspirado por la creencia en que unos
“asaltantes” atacarían la cosecha de grano que por entonces maduraba. Creció la
convicción de que existía una “conspiración aristocrática” para matar de hambre
al pueblo; y los campesinos se organizaron para enfrentarse a esta nebulosa
amenaza. La hostilidad se fundió con la esperanza de cambio que había surgido
al ser llamados los Estados Generales, para intensificar la revuelta contra las
clases superiores:
Ahora que los Estados Generales estaban reunidos, pero se
mostraban lentos en responder a las esperanzas de libertad, la gran masa del
campesinado tomó una decisión sencilla y espontánea. La cosecha había pasado.
Ellos dejarían de pagar a los señores, recolectores e diezmos, y aun a los
recolectores reales. Furiosas minorías atacaron las salas y los castillos, con
rastrillos y antorchas. La mayoría adoptó el curso más seguro y eficaz, de la
resistencia pasiva, y se negó a pagar.
Así, en el campo, el antiguo régimen vio cómo bajo sus pies
cedían sus apoyos, y los reformadores políticos de las ciudades se enfrentaron
a una inesperada crisis de la propiedad y del orden, que habrían preferido
evitar.
¿Por qué se rebelaron los campesinos
a partir de 1789, por que se levantaron, ante todo y en general contra el
sistema señorial? Las causas fueron la interacción
de las existentes estructuras socioeconómicas y políticas con los
acontecimientos políticos de 1789, que reforzaron las capacidades existentes y
crearon nuevas oportunidades para las revueltas colectivas señoriales.
De enorme importancia fueron los procesos puestos en marcha
por la decisión del rey, del 29 de enero de 1789, de convocar los Estados
Generales. Los diputados del Tercer Estado debían ser elegidos por los
delegados de las comunidades urbanas y rurales. En cada comunidad rural, todo
hombre de 25 años o más que pagara a algún impuesto era elegible para
participar en la reunión, en que a la vez se elegirían los representantes de la
asamblea del bailliage y se establecería un Cahier de doleances (Cuaderno de
dolencias o quejas) que expresara todas las quejas de la localidad. Por
extraordinario que pueda parecer, toda comunidad campesina fue invitada, por
orden del rey, a reflexionar colectivamente en sus dificultades. El resultado
fue, en general, aumentar las posibilidades de que los campesinos se rebelaran,
especialmente contra los señores y recaudadores no locales de los diezmos. Las
demandas en general no pudieron atribuirse simplemente al campesinado, porque
las asambleas a menudo eran dirigidas por curas, burgueses y representantes
locales de los señores. Pero más significativo que el contenido de estos
cahiers fue el proceso por el cual se les redactó. Tal proceso hizo surgir
esperanzas de cambio y unió a los campesinos en medios comunitarios donde las
luchas antiseñoriales, especialmente, habían sido a lo largo de la historia una
empresa común.
El reforzamiento de la conciencia colectiva y de la
organización se asoció con la redacción de los cahiers, y preparó mejor a los
campesinos a actuar con fines insurreccionales en 1789. En realidad, algunas
revueltas ocurrieron inmediatamente después de las asambleas locales., Lefebvre
nos informa así del lamento de los funcionarios reales:
es que estas asambleas
convocadas por lo general se han creído investidas con cierta autoridad
soberana y que, al tocar a fin, los campesinos se fueron a sus casas con la
idea de que en adelante estarían libres de diezmos, prohibiciones de caza y
pago de los derechos feudales… “…Todos los
campesinos de los alrededores, y en mi zona en general están preparándose a
negar su cuota de gavillas a los recaudadores del diezmo, y dicen abiertamente
que no habrá recaudación sin derramamiento de sangre, por el insensato motivo
de que, como la petición de abolición de estos diezmos se incluyó en los
cahiers…tal abolición ha entrado en vigor”.
Las revueltas típicamente brotaron en los mismos medios en
que normalmente se habían celebrado las reuniones comunales.
A menudo el mismo tipo de revuelta antiseñorial estalló
exactamente de la misma manera hasta 1792. Las cosas empezaban a moverse un
domingo.
Otra circunstancia
importante que facilitó la difusión de las revueltas a partir de 1789 fue la
desorganización y división de los estratos superiores, incluso los que se
encargaban de la policía y del ejército. Especialmente después de la Revolución
municipal de julio, las clases poseedoras se encontraron en mala posición para
reprimir los disturbios rurales. Muchos intendants habían sido despedidos. Las milicias urbanas se habían
apoderado de las armas y de las municiones. Las deserciones del ejército eran
crecientes. Más aún: los soldados campesinos recibieron autorización, como de
costumbre, de irse a sus hogares en el verano para ayudar en la cosecha, y
llevaban allí noticias de los acontecimientos políticos que ocurrían en las
ciudades.
Acaso más decisivo aún fuera el hecho de que los
partidarios de la Asamblea Nacional se hallaban en un aprieto: si empleaban las
milicias locales o llamaban al ejército real para proteger los derechos de
propiedad en los campos, caerían en manos de la reacción autocrática. Éste era
el peligro que en su mayoría no estaban dispuestos a correr. Tan sólo en unas
cuantas localidades actuaron las fuerzas humanas contra los campesinos. En general, las fuerzas locales
no estaban coordinadas ni fueron decisivamente desplegadas, favoreciendo así
las revueltas campesinas, y la resistencia empezó a cundir por los campos.
Por último, las
fuerzas urbanas estaban atacando, a la que llamaban “reacción aristocrática”. Esto probablemente
alentó a los campesinos a enfocar las prácticas de explotación: los derechos
señoriales, las exenciones fiscales y los diezmos. Mediante las asambleas de
bailliage, los delegados campesinos entraron en contacto regular con los
líderes urbanos. Y, por último, los decretos de reforma de la Asamblea
Constituyente facilitarían a los campesinos enfocar la resistencia efectiva
continuada hasta 1793, en los diezmos y derechos feudales, y no en los
alquileres regulares y en los impuestos.
Todos estos factores
específicos de la crisis política de 1789 ayudan a explicar el hecho de que
hubiese revueltas difundidas de comunidades campesinas especialmente contra el
sistema señorial, a partir de la primavera de 1789. Desde luego, estos factores
solos no habrían sido eficaces, de no ser por la gran conductividad de las
estructuras rurales francesas a las revueltas campesinas antiseñoriales.
En diversos grados y en diferentes lugares, pero casi por doquier, los señores
y recaudadores de diezmos en nombre de absentistas privilegiados irritaban a
los campesinos que poseían propiedades considerables, autonomía comunitaria y
solidaridad antiseñorial. En
suma, había un preexistente potencial para las revueltas antiseñoriales.
Y los acontecimientos de
1789 aumentaron la solidaridad y la conciencia de los campesinos y debilitaron
las defensas de la clase dominante (y particularmente la señorial) exactamente
de las maneras que podrían liberar aquel potencial.
Las variaciones regionales de las combinaciones de estructuras
comunitarias, pautas de tenencia de la tierra, forma de extracción de rentas y
corrientes socioeconómicas del siglo XVIII, al parecer no fueron muy
importantes al determinar la forma e incidencia general de las revueltas
campesinas en 1789 Lo ocurrido después de 1788 fue fomentado por una crisis política
nacional, a la cual
fueron arrastrados los campesinos por doquier –aquellos que tenían quejas
potenciales, así como auténticas-, casi simultáneamente, acontecimientos
ocurridos por todo el reino, como la redacción de los cahiers y la Revolución
municipal. La
rebelión campesina en realidad fue autónoma y espontánea, pero sólo dentro de
este marco nacional. Así pues, las acciones de los campesinos en 1789 no pueden
interpretarse sólo como extensiones de luchas “asubterráneas” entabladas en
localidades durante todo el siglo XVIII. El historiador social francés
Emmanuel Le Roy Ladurie ha hecho minuciosos estudios de las relaciones sociales
rurales, para demostrar que había marcadas variaciones regionales en la forma,
en la extensión y en la intensidad de las luchas campesinas durante el período
(libre de grandes rebeliones) de 1675 a 1788. Las luchas “antiseñoriales” fueron
importantes sólo en el Norte y en el Nordeste, donde unos terratenientes
modernizadores estaban aplicando mecanismos “feudales” para extender la
agricultura comercial, contra la resistencia de las comunidades campesinas. En
las regiones del Centro, del Sur y del Oeste, los terratenientes eran menos
poderosos y menos dinámicos; las luchas campesinas fueron moderadas y no
notablemente antiseñoriales. Sin embargo, como observa el propio Le Roy
Ladurie, en 1789, las comunidades campesinas de la Baja Auvernia y de Bretaña,
que habían sido absolutamente pasivas entre 1675-1788, rápidamente se unieron a
las revueltas antiseñoriales de 1789. Y los campesinos del Languedoc unieron su
ya vieja resistencia a los diezmos, al fermento revolucionario en general.
Lo que parecen indicar estos hechos es que, con el propósito específico
de explicar la revolución campesina que comenzó en 1789, hemos de atribuir
mayor peso, tanto a 1) los rasgos estructurales, básicamente similares, que
caracterizaron las relaciones sociales a través de toda Francia y 2) la
dinámica política nacional de 1789, más que a las variaciones locales y
regionales sobre los temas en general. Sería agradable poder correlacionar la
información detallada sobre las pautas estructurales sociales y los procesos
exactos de movilización política para cada localidad y región. Pero mientras
ello no sea posible, debemos y podemos seguir haciendo generalizaciones acerca
de la revolución en conjunto. Pues, por naturaleza, fue algo completamente
distinta de una simple agregación de acontecimientos y procesos locales o
regionales. Como muy correctamente lo ha dicho Charles Tilly, “una revolución
es un estado de toda una sociedad; no de cada segmento de la sociedad”.
Los
límites de la revolución campesina francesa
Ya hemos visto que, antes de la
Revolución, las rentas estrictamente de propiedad eran probablemente la carga
más pesada sobre el campesinado en general. Seguramente, constituía una carga más
pesada que los derechos señoriales y los diezmos. Más aún, se notó que, durante
el siglo XVIII en Francia, la creciente población había causado una aguda
hambre de tierras entre la mayoría de los campesinos, que no poseían ni
alquilaban tierras, o no suficientes para mantener a sus familias
exclusivamente mediante la producción agrícola. Sin embargo, es un hecho claro acerca de la
Revolución francesa que, pese a la decisiva contribución de las revueltas
campesinas a su triunfo, hubo muy poca redistribución de propiedad de las
tierras como tales. Tan
sólo cerca del 10% de la tierra confiscada a la Iglesia y a algunos emigrados
cambió de manos en la Revolución. Y no más de la mitad de ello fue a
parar a manos de los campesinos. Además, los integrantes de las tierras
confiscadas hubieron de comprarlas a los gobiernos revolucionarios escasos de
recursos, y este requisito efectivamente impidió a los campesinos más pobres
adquirir nuevas tierras. Una
cuestión obvia acerca del componente agrario de la Revolución francesa es por
qué el campesinado rebelde, dado que en su mayoría tenía hambre de tierras, no
llegó a arrebatar realmente las tierras que eran propiedad de los señores, de
la Iglesia y de otros, incluso de rentistas de las ciudades.
Las respuestas se hallan en los límites intrínsecos de la solidaridad
de la comunidad aldeana. Como hemos visto, el campesinado francés estaba internamente
diferenciado respecto a la propiedad individual de la tierra, el ganado y los
aperos. Y, aun de mayor importancia, las costumbres comunitarias, aunque
pudieran limitar los usos que podían darse a la propiedad individual, no
incluían ninguna violación de la propiedad individual, como las reglas contra
las ventas privadas o las redistribuciones periódicas de parcelas que eran de
propiedad individual. En cambio, las costumbres comunitarias unían a los grupos
de cultivadores particulares contra los extraños, cuyos derechos y pretensiones
afectaban a todos. Así, en las prácticas habituales y el interés
universal, por igual, unían a pueblos enteros contra diezmos, derechos
señoriales y exenciones fiscales a los nobles, así como a las pretensiones
señoriales a tierras comunales, designadas. Pero todo ataque a la propiedad individual de las tierras
habría amenazado a muchos pequeños terratenientes ricos o de clase media, la
gente misma que dirigía a las comunidades locales. Además, semejantes
ataques habrían vulnerado la acción campesina en pro de acciones nada
tradicionales
La revolución campesina se detuvo mucho
antes de llegar a revueltas tan radicales contra la propiedad. Cuando se trató de diezmos y
derechos, fue persistente la resistencia colectiva de las comunidades
campesinas a pagarlos, o a comprarlos, como primero lo decretó la Asamblea
Nacional Constituyente de 1789. Siendo tan inequívoca y persistente, esta
resistencia a la postre obtuvo el triunfo, cuando todos aquellos derechos
fueron abolidos sin compensación en 1793. En general, los campesinos
fueron librados de una carga cerca del 10% de sus ingresos (aunque, asimismo,
los beneficios fueron a dar, desproporcionadamente, a los terratenientes más
ricos). Especialmente al
ir menguando la revolución, las comunidades campesinas también resistieron,
frecuentemente, a las pretensiones de las autoridades revolucionarias, en
materia de impuestos y mano de obra. Pero esta forma de resistencia tradicional
estaba condenada a la derrota, hasta el punto en que se atrevió a manifestarse,
porque la Revolución sólo fortaleció la
administración centralizada de Francia. En cuanto al blanco restante,
aparentemente “lógico” para la revuelta campesina –las grandes heredades como
tales- no se desarrollaron verdaderos movimientos de igualación radical. Había
muchos campesinos pobres manifiestamente en realidad, una mayoría. Sin embargo,
las pautas sociales agrarias que facilitaron y dieron forma a las primeras
revueltas colectivas contra el señorialismo, al mismo tiempo bloquearon su
extensión contra la propiedad de la tierra en general.
En realidad, un resultado muy irónico
de la revolución campesina francesa fue que su triunfo mismo tendió a socavar
la residual solidaridad comunitaria que había empezado por hacer posible la
Revolución. El señor –tradicional
antagonista local contra el cual se había forjado y unido la comunidad
campesina- desapareció, institucionalmente hablando, de la escena. Y los cambios jurídicos de la
Revolución fortalecieron la propiedad privada, facilitando así burlar los
controles comunales a la agricultura. Desde luego, muchas costumbres
colectivas sobrevivieron largo tiempo a la Revolución, y hubo disturbios
campesinos de base comunal, en Francia, durante la mitad del siglo XIX. No obstante, la revolución
agraria de 1789-1793 dejó a los campesinos franceses más divididos internamente
en sus intereses económicos, y con menor capacidad de acción unida contra los
no campesinos. “Lo que ocurrió, escribe R.R. Palmer, fue
que, durante la Revolución, el bloque campesino y la aldea comunal, la
solidaridad agraria fueron quebrantados. Nunca más podría haber un universal
levantamiento agrario como en 1789”.