viernes, 8 de febrero de 2019

Resumen: Jose Carlos Chiaramonte " Mercaderes del Litoral".

Resumen:

José Carlos Chiaramonte
"Mercaderes del Litoral"
Economía y sociedad en la provincia de Corrientes, primera mitad del siglo XIX.
Introducción.
Pagina 21 a 54.


Introducción
La cuestión regional en el proceso de gestación del estado nacional argentino.
Luego de proclamada la independencia en 1816 cuando la guerra contra España entra en su última fase y se traslada lejos del Río de la Plata, parecía llegada la hora de afrontar la constitución definitiva de una nueva nación. La realidad, en cambio, fue el fracaso, por largo tiempo irreversible, de aquel propósito. Los años 1820 y 1826 dataron su impracticabilidad; y hasta la caída de Juan Manuel de Rosas en 1852 la organización estatal quedó reducida al mínimo y la nación continuó constituyendo un enigmático proyecto. Existía realmente una nación impedida de organizarse en una estructura estatal por remanentes adversos del pasado colonial, o lo ocurrido fue por el contrario, la manifestación de una realidad social ajena a ese supuesto?
Lo que sigue se guía por la segunda perspectiva, entendiendo que conviene para una mejor comprensión de lo ocurrido que: si existían factores de unión entre los pueblos rioplatenses que emergieron del desplome del imperio español, también es cierto que ellos no alcanzaban a conformar el fenómeno de una nación. Por eso, si repasáramos el conjunto de fenómenos atinente a producciones, comercio local, interregional y exterior, tendencias políticas, doctrinas constitucionales, emergencia del caudillismo y otras tantas circunstancias del período entendemos que entre todos ellos el rasgo más decisivo de la estructura social rioplatense en lo que respecta al problema nacional fue la inexistencia de una clase social dirigente de amplitud nacional capaz de ser el sujeto histórico de ese proceso.
La inexistencia de una nación en el Río de la Plata de la primera mitad del siglo XIX es: la inexistencia de una nación revelada fundamentalmente para el análisis histórico en lo que constituye el rasgo que consideramos más significativo del proceso: la inexistencia de una clase dirigente en el nivel interprovincial, la sola existencia de clases o grupos sociales de alcances locales.
Para revelar mejor su sentido y su valor como punto de partida, si exponemos la necesidad de revisar un supuesto (bastante difundido) respecto a la interpretación del hecho de la independencia. Se trata del criterio según el cual la independencia de las ex colonias ibéricas habría sido fruto de la maduración de una clase social, generalmente denominada burguesía a lo largo del período colonial tardío. Maduración que, una vez llegada a cierto punto, habría determinado que esa clase no pudiera ya encontrar cabida a su desarrollo en el seno de la vieja sociedad y necesitara romper las estructuras coloniales, tomar el poder y dar lugar al nuevo período histórico que posibilitaría su desarrollo y con él de una sociedad nueva.[1]
Sin embargo, un punto de vista más verosímil  y distinto: la independencia de las ex colonias ibéricas habría sido más bien efecto conjugado del derrumbe de los imperios ibéricos, de la presión acrecida a todo lo largo del siglo XVIII, de la nueva potencia dominante en la arena mundial, Inglaterra, y de los factores de resentimiento y disconformidad existentes en casi todas las capas sociales americanas hacia el dominio colonial.[2] La independencia, entonces, sobreviene cuando el grado de maduración de los principales sectores sociales de las colonias estaba aún muy lejos de permitir trascender los particularismos regionales o locales.
Lo que acabamos de apuntar en esta breve justificación introductoria  entraña un criterio básico de este trabajo, que conviene tornar más explicito. En un examen de la cuestión regional en Argentina como cuestión nacional, consideramos que el centro del problema está en el análisis de la estructura social.[3] Nuestro interés fundamental será intentar una evaluación de las relaciones sociales características y de sus transformaciones, que pueda dar cuenta de los conflictos interregionales
La cuestión regional ha sido considerada tradicionalmente como la cuestión de los obstáculos que se interpusieron en el camino de la organización nacional. Desde esta perspectiva, habría desde un comienzo quienes tendían a la unidad nacional y quienes se oponían a ella; quienes representaban al “partido de la nación” y quienes representaban al “partido de la fragmentación”. Habrían existido, así fuerzas nacionalistas y fuerzas antinacionales desde el momento mismo de la independencia, división que obliga entonces a postular partidos de lo nacional y partidos de la disolución y, por consiguiente, a suponer una fuerza social que encarnaría los intereses nacionales.
Por lo tanto, nos parece más fructífero considerar distintas situaciones que puedan ser abonadas con la información de que disponemos, sin dar por supuesto lo que no existía y tratando en cambio de establecer las tendencias nacionales y las opuestas que se gestaban al mismo tiempo y frecuentemente en unos mismos grupos sociales. En efecto, ambas tendencias se generaban, clara o confusamente según las circunstancias, en el seno de las fuerzas sociales que contendían, en el agitado panorama interregional de la primera mitad del siglo; lo común era, naturalmente, que la necesidad de constituir una nación se entreviese bajo la forma de la satisfacción de los intereses locales sin mengua alguna. La cuestión regional como cuestión nacional será entonces la historia de un largo proceso en él que las distintas fuerzas contrapuestas, las fuerzas provinciales, deberán cambiar para que de ese cambio surjan las posibilidades de negociar una solución, un compromiso, que dé jugar a la nación constituida.
LA REGION-PROVINCIA
La afirmación de que la misión histórica de la burguesía ha sido la formación de las naciones modernas es demasiado general y a medida que avanza la historiografía de la edad moderna surge un panorama en el cual las cosas no transcurren tan claramente como ella lo hacía suponer.[4] Comencemos entonces por tratar de establecer la naturaleza histórica de las clases pasibles de ser consideradas como burguesías nacionalistas en la Argentina de la primera mitad del siglo XIX.[5] Intentaremos en cambio un análisis de las situaciones para la que disponemos de información adecuada y algunas inferencias sobre el conjunto a partir de tal análisis. Para ello, deberemos enfrentarnos con la unidad sociopolítica de mayor vigencia en el período, la provincia, cuyo espacio define gran parte del conjunto de problemas económicos, sociales y políticos de la época.
Luego de la independencia, el escenario en que se desenvuelven los fenómenos regionales está condicionado por una circunstancia fundamental: el derrumbe de las viejas autoridades  -Virrey, Audiencia, Intendentes- el declive progresivo hasta su extinción de la del Cabildo, y el deterioro de la Iglesia que perderá por mucho tiempo la función que tuvo en el período colonial.  En este vacío de poder que caracteriza la vida social de las provincias rebeladas contra el estado español, dado el fracaso de las nuevas autoridades surgidas a partir de mayo de 1810 en la mayor parte de su cometido, el resultado será la fragmentación política expresada en la existencia hacia 1826 de 14 provincias autónomas.
Sin embargo, el proceso no condujo directamente a esa fragmentación. Hay un breve lapso en el cual las unidades políticas que suceden al dominio español son más amplias y reflejan la diferenciación política del ex virreinato. En el Interior, en 1814, se crean 4 intendencias-Salta comprende la provincia homónima, Jujuy y Orán; Tucumán incluye Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero; Cuyo lo integran Mendoza, San Juan y San Luis; Córdoba, la provincia del mismo nombre y La Rioja- y hacia 1815 el triunfo artiguista se traduce en la constitución de la Liga de los Pueblos Libres que une a la Banda Oriental, Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba.
Estas unidades políticas resisten muy poco tiempo. Las que serán definitivamente las unidades menores –provincias- que recorrerán el largo proceso hasta la unidad nacional, se van separando paulatinamente[6]. Entre 1814 y 1820 Corrientes y Entre Ríos formaron parte de la Liga de los Pueblos Libres bajo el dominio artiguista; en 1820 integran la República Entrerriana que proclama Francisco Ramírez al separarse de Artigas y que incluye también a Misiones; en 1821 Corrientes se rebela contra el dominio entrerriano, a la muerte de Ramírez, y se convierte en provincia autónoma, incorporando en 1827 el territorio de las Misiones. Por su parte, Santa Fe permaneció bajo el dominio de Buenos Aires hasta 1815, en que impuso su autonomía.
Esta unidad de análisis, la provincia es en realidad una dimensión, la más sólida de lo que podemos llamar región en la Argentina de la primera mitad del siglo XIX. Provincia región unidad sociopolítica, primer fruto estable del derrumbe del imperio español que representa el grado máximo de cohesión social que ofreció la ex colonia al desaparecer las instituciones anteriores. Por un lado se trata de explicar por qué la disolución de la antigua estructura virreinal cristaliza en unidades de esas dimensiones, de esa naturaleza. Por otro lado, el porqué de la no desaparición de todo tipo de vínculo entre ellas, de manera que a lo largo del siglo el proyecto de nación logró sobrevivir hasta llegar a tiempos más propicios.
En el primer problema, se trata de advertir, ante todo, que el hecho de que las estructuras más resistentes al proceso de disolución que siguió a la independencia, las únicas que lograron afirmar condiciones para continuar los procesos productivos y comerciales, las únicas capaces de establecer un rudimento de organización social para mantener el orden, fueron esas unidades que llamamos provincias. ¿En qué consistían? una ciudad y el área rural cercana que domina. Esto es, una ciudad de cierta importancia por su pasado colonial como centro comercial o político, o ambas cosas a la vez; una ciudad de concentración, aunque sea mínima, de elementos sociales capaces de afrontar una administración; con vinculaciones con la campaña que por tradicionales a la vez que estrechas permitían su control por el centro de residencia de la autoridad política. Si vemos bien las cosas, es casi como advertir que la disolución de la vieja maquinaria del estado español en las Indias se tradujo por una reversión al mínimo posible de cohesión política. Un mínimo que, según las provincias, puede aún estrecharse algo más: cuando los grupos sociales tradicionales fracasan en su intento de mantener una estructura política, es decir, cuando se les hace imposible garantizar un espacio para el juego de los intereses sociales, los fundamentos de la cohesión se estrechan aun más – no en el sentido espacial sino político – y un régimen de instituciones representativas, por más menguada que fuera su real eficacia, dejará lugar al dominio de una figura individual, el caudillo o subsistirá subordinado a él.
Una explicación tradicional de este fenómeno remitiría, a la vez al papel clave de los núcleos urbanos surgidos en el proceso de la conquista y asentamiento españoles, a los efectos en ellos del aislamiento debido a las distancias, dentro del nivel de las comunicaciones del período colonial, y a la debilidad de los vínculos administrativos del estado español en las Indias. [7] El supuesto fundamental de esta concepción reposa en el concepto de localismo: el espíritu localista “…hostil a todo lo ajeno, complacido en la propia suficiencia y habituado a su soledad, soportando con decoro la pobreza y alimentando con orgullo el recuerdo de una ilustre prosapia y una ascendencia hidalga..” según el mismo punto de vista, el localismo municipal, nacido así del aislamiento, convertirá las ciudades en provincias y luego de la independencia logrará suprimir el engranaje de las intendencias para borrar todo rastro de subordinación de unas ciudades respecto de otras. Ese localismo limitó las tendencias a unidades regionales mayores, imponiendo la división del futuro país en ciudades-provincias. Con los mismos fundamentos se explicaría también la peculiar relación ciudad-zona rural dependiente, en la que el núcleo urbano domina la zona circundante y extiende su nombre al conjunto; conjunto que, en definitiva, constituirá la sustancia de la futura provincia.[8]
El desarrollo de la historia social y económica argentina ha mostrado que, a la medida de la época, fuertes y perdurables flujos comerciales las unían con mayor intensidad de lo que se creyó tradicionalmente. La observación vale también para el período posterior a la independencia, cuando los efectos de guerra y luchas civiles nos muestren, la intensidad e importancia de aquellos vínculos. Sin embargo, el espíritu localista fue una realidad y lo será todavía a lo largo del siglo XIX; la realidad, última y primaria, de las unidades económicas, sociales y políticas ciudad-provincia[9]. Se requiere entonces una explicación de lo que fue la sociedad colonial y poscolonial y la disgregación, a la vez económica y política, que mostrará el siglo XIX, al mismo tiempo y sin perjuicio de los vínculos comerciales que, con fuertes fluctuaciones, seguirán desarrollándose durante el período.
Al filo del desplome del poder español, “los pueblos reasumen la soberanía”, de hecho o derecho no importa aquí, y llevan al fracaso los intentos de nueva centralización del poder, fracaso definitivo al rechazarse los intentos de organización constitucional posteriores a la independencia. En un primer momento las entidades convocadas por el Reglamento del 1815 fueron las ciudades. Pese a que el Estatuto de 1815 prescribe la representación por provincias,  se va concediendo a la ciudad el carácter de realidad política fundamental del posible nuevo país. Ciudad –o provincia, extensión del papel de una ciudad – constituyen así los nuevos protagonistas de las primeras etapas de vida independiente. El hecho de que, dentro de esa creciente mercantilización de la vida económica colonial, tanto la existencia de vínculos reales entre aquellas ciudades-provincias, como la no existencia de vínculos suficientes para fundar un estado luego de la independencia, se corresponden con el predominio de un tipo de capital, el capital comercial (comercial y usurario) que en el siglo XVIII había desarrollado su dominio sobre la producción y su papel primordial en la vida económica colonial.
PARTICULARISMO PROVINCIAL Y DOMINIO DEL CAPITAL COMERCIAL
La imagen del aislamiento local tiene fuertes asideros en la realidad, particularmente en la configuración del espacio colonial. Como se observará: los límites del territorio efectivamente ocupado distaban mucho de los hipotéticos de las jurisdicciones políticas. Es que, salvo la región cercana a Buenos Aires “hacia la época de su creación, los territorios que abarcaba el Virreinato del Río de la Plata (1776) no eran otra cosa que un extenso desierto, con islas de población diseminadas en torno a diversos centros productivos o defensivos, unidas intermitentemente por las caravanas de carretas que movilizaba el comercio o barridas por los malones indígenas que practicaban aquella otra forma del mismo basada en el robo de ganados”.
El fundamento de esa configuración lo constituía el dominio del sector mercantil sobre la vida económica colonial. El capital comercial cumple las funciones de movilizar las producciones requeridas por el tráfico interregional y colocar las mercancías que recibe de otras regiones o de la metrópoli. Si bien los metales altoperuanos siguen constituyendo  el objetivo primordial del orden económico colonial, otras producciones van perfilando su futura importancia, como ocurre con los cueros del Litoral. Tanto para la movilización de esos productos como de otros necesarios a las economías locales, el sector mercantil desarrolla una función dominante, al amparo del sistema de monopolio. Esa función consiste tanto en proporcionar la estructura necesaria para la circulación mercantil como el financiamiento de las producciones locales, bajo las formas típicas de la época: créditos, “habilitaciones”, préstamos propiamente dichos. En el primer caso, el intercambio de productos metropolitanos por la plata altoperuana; al amparo del sistema de monopolio, constituye la principal función, como hemos dicho, del sector mercantil rioplatense. En el otro aspecto, el capital comercial cumple las funciones de promover y sustentar la expansión de la producción mercantil en las condiciones históricas de inexistencia de un capital industrial independiente. El centro de esta red de funciones lo constituye la ciudad: mercado para el intercambio de los productos metropolitanos por el metálico o por aquellos productos que poseían demanda fuera del ámbito local; mercado para las producciones rurales indispensables a la subsistencia de la población urbana; mercado de crédito para esos intercambios  y- fuera en metálico o, por lo general, en mercancías- para los productores rurales o urbanos.[10] Las informaciones disponibles indican que esta forma de relaciones de producción persiste por lo menos a lo largo de la primera mitad del siglo. En otros casos, el dominio comercial opera a través de la propiedad de la unidad productiva, como en las manufacturas de curtido con mano de obra esclava de Corrientes aprox entre 1815 y 1840. Asimismo, los grupos mercantiles locales controlaban el negocio de la exportación de ganado en pie a Chile y la vitivinicultura mendocina o el tráfico de mulas de Salta. Solo aquí, donde existía una tradición de gran propiedad señorial que dominaba a la población indígena en condiciones serviles, el grupo dominante se había transformado, a través de los vínculos de parentesco, en grupo, a la vez mercantil y rural que dominaba el comercio y la producción ganadera y agrícola, fusión que con rasgos distintos, también se dará en Buenos Aires luego de la independencia y será característica de la burguesía mendocina, comprobada, por lo menos, en las primeras décadas de la segunda mitad de la centuria.
Ese dominio del capital comercial sobre la producción generará, como veremos más adelante, pautas características en las sociedades provinciales, uno de cuyos rasgos más sobresalientes, y más significativos  para la historia rioplatense, será el particularismo regional.  Si bien es cierto que el particularismo provincial seguirá caracterizando la vida económica y política rioplatense, también es cierto que, de acuerdo con los datos disponibles y con las más recientes interpretaciones, el proceso de la independencia habría sido acompañado por una crisis de los viejos sectores mercantiles y un reemplazo de ellos en su función dirigente, en la economía y en la política por los productores rurales, cuyo ascenso se habría expresado políticamente en la figura del caudillo.
En la medida en que el papel dominante del capital comercial pueda haberse prolongado a lo largo de la primera etapa de la vida independiente, podemos preguntarnos por sus efectos sobre la conformación regional del posible país. Entre esos efectos se destacan, por su trascendencia en el proceso histórico estudiado, la preeminencia económica y social de las burguesías mercantiles características de aquellos centros urbanos frente a los productores rurales o urbanos, y su tendencia a la autonomía política local.
El dominio del capital comercial sobre la producción se funda en el intercambio no equivalente, característico de las transacciones en las que, sobre la base de no existencia de un mercado interior, el comerciante funda una parte sustancial de su ganancia en el efecto de su posición monopolista, monopolista de hecho, en el mercado de este período (posición monopolista que deriva de su exclusividad en el acceso al mercado, en el conocimiento de las condiciones mercantiles de su localidad y de las localidades lejanas y de otros factores emergentes, muchos de ellos, de su posición en la estructura social).
Similar situación se repite en la producción industrial en la que bajo variadas formas de trabajo a domicilio, el comerciante habilitaba la producción artesanal, fenómeno mejor conocido que el referente a la producción rural. Esta forma de “habilitar” al productor, realizada en metálico, funda el intercambio, no equivalente tanto en el momento del anticipo de mercancías, acentuado por el precio abultado de las mercancías rioplatenses y europeas que entrega el comerciante. La operación refleja la ventajosa posición del comerciante que conoce las condiciones del mercado y que al mismo tiempo posee la capacidad de habilitar al productor. Tal habilitación es una forma, en definitiva, de financiamiento de esa producción, que el productor no está en condiciones de buscar en otra fuente dada la situación de relativo aislamiento que lo condena el sistema de comunicaciones de la época. Aun más: si quisiéramos ahondar en la significación de este tipo de relaciones de producción, podríamos afirmar también que revela la no existencia de un mercado interior en el que se elaborasen los precios correlativos al supuesto intercambio equivalente, en el que las mercancías se cambiasen por su valor proporcional, estimado en el “tiempo de trabajo necesario”; concepto que remite a su vez a otro elemento el mercado interior capitalista no existente en el Río de la Plata, el mercado de trabajo.
Las variadas formas del crédito mercantil sirven de vehículo al dominio del comerciante sobre el productor y formalizan el intercambio no equivalente, fundamento de la ganancia comercial característica de esa forma de capital “precapitalista”.
Cuando el intercambio no equivalente se generaliza como forma decisiva de los intercambios, se orienta necesariamente hacia el ámbito municipal, dentro del cual el poder político puede intervenir para imponer este tipo de intercambio, y hacia los tráficos más lejanos, y en los que por lo tanto se prevé como máxima la ganancia.  Si la expansión de la producción pecuaria  para el mercado exterior, que comienza y continuará desarrollándose vinculada al papel del capital comercial, propone el problema de estimar en qué medida y en qué momentos los caracteres  de esa expansión pueden ir generando otras condiciones, podemos señalar, por lo pronto, que un factor característico del período continuará siendo, pese a los efectos sociales que la ruralización de las bases del poder lleven consigo en muchos espacios provinciales, incluso en Buenos Aires, la posición privilegiada del capital comercial en el comercio de exportación e importación realizado del puerto.
Al respecto, es necesario aclarar una curiosa confusión que deriva de los avances de la historiografía reciente, unidos a un inconsciente efecto ideológico. Sabemos que la independencia hace entrar en crisis al sector mercantil porteño y también al del interior y que en gran parte la presencia de españoles y criollos en ese sector es sustituida por la de los comerciantes ingleses, afincados en Buenos Aires y con operaciones que se extendían al interior del Río de la Plata. Aún así, considerando que los ingleses desplazan a los nativos de la mayoría de las posiciones en el comercio exterior rioplatense, lo cierto es que no por eso dejan de integrar el sector mercantil de esa economía que controla el comercio exterior. Si consideramos que la presencia de los mercaderes ingleses es uno de los más importantes factores de la crisis del sector mercantil rioplatense, estamos ante un equívoco: crisis, sí, de los mercaderes tradicionales hispanos o criollos, pero no tanto crisis del sector mercantil, en la medida en que ese sector se integra con esos más afortunados competidores de sus colegas hispanoparlantes. Por consiguiente, del hecho de que resulta problemático por ejemplo, incluirlos dentro del concepto de “clase dirigente de Buenos Aires”, por su condición extranjera y su relativo distanciamiento de la sociedad criolla, no se sigue que haya que olvidarlos en el análisis del sector dominante de la economía.  Si consideramos las cosas, entonces, la perspectiva del análisis de los grupos sociales, comprobamos que el principal de ellos en aquella provincia es un conjunto de fuertes mercaderes y propietarios de tierra, criollos o ingleses.
De manera que, encontramos todavía el predominio del capital comercial, entre otros motivos, por la persistencia de una situación en la que el crédito mercantil es resorte vital del sistema, dada la inexistencia de un sector bancario moderno, como el que surgirá en la segunda mitad del siglo. Aunque, por otro lado, el peso creciente de la gran propiedad pecuaria en los patrimonios familiares genere condiciones para la transformación de esa situación, cosa que ocurrirá con el pleno acoplamiento al mercado mundial capitalista que comenzará a cumplirse con el cambio de coyuntura, externa e interna, de la segunda mitad del siglo.
LAS ECONOMIAS PROVINCIALES
Hemos visto que los intentos de constituir unidades políticas con cierta extensión cercana a la que corresponde a la conformación política del ex virreinato fracasan rápidamente. En su lugar, surgirán en forma estable, pese a la agitada vida política de la época, las unidades menores provinciales.  La naturaleza de su éxito como forma estatal elemental pero perdurable; la de las contradictorias relaciones de cada una con las demás, afirmando la autonomía pero sin llegar a disolver totalmente un vínculo que, posteriormente, servirá de base a la unidad nacional: la de su compleja realidad, que coexiste, en cierto momento, junto a otra, que llamamos región –que parecería tener una fisonomía más clara y una unidad más justificable, en términos geográficos, y que, sin embargo, subyace desdibujadamente bajo el proceso social y económico del período –todos estos son aspectos sustanciales de un proceso que culminará, muy tardíamente, con la formación del estado nacional argentino.
Es de notar aquí un equívoco de lenguaje: solemos referirnos, por ejemplo, a las economías regionales cuando en realidad tratamos de economías provinciales. Este equivoco recubre, el meollo del problema que afrontamos cuando nos proponemos estudiar la cuestión regional en la primera mitad del siglo: el hecho de que, al no existir la nación, las unidades políticas reales son las provincias,[11]. Es así que el ordenamiento regional colonial, una vez hecho trizas y la desaparición de la unidad política colonial, va desdibujándose mientras se refuerzan los rasgos del mundo económico y social emergente de la independencia: la desaparición de un Estado, la emergencia de los estados-provincias. Es decir que asistimos a la pérdida de significación de cierto ordenamiento regional, a la emergencia en su lugar, de las soberanías provinciales y al proceso hacia un nuevo ordenamiento regional en función del mundo exterior: el vuelco hacia el Pacífico, hacia Bolivia y Perú, hacia Uruguay y Brasil.
¿Cuáles eran las economías correspondientes a esa configuración regional-provincial? Luego de la guerra de independencia  y de las luchas civiles, las provincias litorales padecen los graves efectos de aquellos conflictos.[12]
Mientras Santa Fe y Entre ríos marchan a la mono producción ganadera y Corrientes intenta defender sin mayores logros las posibilidades de expandir su más diversificada economía, Buenos Aires vive la mejor conocida historia de la conjunción de sus sectores comercial y ganadero en una notable expansión pecuaria que sirve tanto al mercado externo (cueros, carne salada y otros productos ganaderos) como al mercado local de carne para consumo. Esa expansión, a la vez territorial y productiva, compensa en cuanto concierne al mercado externo el declive de las zonas que se habían expandido a fines del período colonial (el sur correntino, Entre Ríos, la Banda Oriental).
En cuanto al interior, señala Halperin, las consecuencias del proceso de la independencia son menores de lo esperado. Mejor preservado el orden interno que en el Litoral por la inexistencia  hasta 1820 de guerras civiles prolongadas y por la menor incidencia bélica, pudieron comenzar a corregirse las consecuencias de las guerras de la independencia antes que en el Litoral. Si bien la guerra aisló al interior, que había funcionado como intermediario mercantil entre Buenos Aires y el Alto Perú y Chile, desde 1817 la liberación de Chile y la recuperación de la economía chilena le abre nuevamente el acceso al mercado trasandino. En el transcurso de la década de 1820 resurge el comercio de exportación hacia el oeste de los Andes (mulas para la minería, ganados vacunos para abasto y saladeros, junto a productos como el jabón cuyano y las frutas secas de toda la zona andina). La reapertura  de este mercado llega oportunamente, pues, al mismo tiempo, comenzaba a debilitarse el mercado del Litoral, y Buenos Aires para la vitivinicultura cuyana debido a la competencia europea. La vid entre nuevamente en crisis y retrocede ante los avances de la alfalfa para el ganado de exportación y el trigo, que tiene mercado incluso en Buenos Aires debido a la protección que esta implanta para su propia agricultura frente a la competencia exterior. Las provincias de la “ruta chilena” recuperan así una cierta prosperidad –especialmente Mendoza- sin llegar, empero, a los niveles prerrevolucionarios.
La recuperación se da, pero más limitada, también en el Norte. La estimula la independencia del Alto Perú, transformando en la República de Bolivia (1825), aunque se trate de un mercado muy disminuido y que se provee de productos internacionales a través del Pacífico. En compensación, los salteños intentan desarrollar la ganadería y la agricultura y hasta buscar la salida atlántica a través de a navegación del Bermejo y del Paraná, con escasas perspectivas.
Las provincias del interior mediterráneo –Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán- sienten mejor los efectos de la expansión de las exportaciones. La ganadería se extiende en las tres provincias y aún en Tucumán deja de orientarse exclusivamente al mercado local. Además, la cría de ganado –vacuno y molar- para el tráfico hacia Chile se expande en estas provincias así como en los llanos de La Rioja, desde donde las arrias de mulas cruzan San Juan hacia los Andes. Por esta expansión ganadera, esta zona se vincula con la “franja de oasis” al pie de la cordillera, donde se extienden los potreros de alfalfa destinados al descanso y rehabilitación del ganado en tránsito.
De tal manera, la producción primaria del interior se recupera de los efectos de la revolución.
La decadencia de las artesanías fue menos rápida que la del comercio; la textil recibió algunos golpes de la apertura del comercio libre con la Europa industrial[13] .
De tal manera el interior afronta los cambios pos revolucionarios con menos perjuicios que los que era dable esperar. Sin embargo, el futuro no parece propicio: “…lo que le permite sobrevivir es la adhesión sucesiva a soluciones económicas de efímera vigencia…” la vasta zona es incapaz de incorporarse de modo estable a la nueva economía marcada por la relación más íntima con las metrópolis industriales y financieras de Europa”.
Por su  parte, durante el resto del período que se cierra hacia comienzos de la segunda mitad del siglo la economía bonaerense mantiene los rasgos fundamentales de la estructura productiva y comercial de la década inicial de su expansión ganadera.[14] Sin embargo, esta ganadería continua con buenas perspectivas el reemplazo de la explotación vacuna por la ovina, ayudada por una importante inmigración de mano de obra europea  (irlandeses, vascos, gallegos) que, al mismo tiempo, proveerá buena parte de los propietarios de estancias ovinas al sur de Buenos Aires o de los aparceros en tierras más alejadas.
Las provincias del Litoral argentino muestran en este período un desarrollo no homogéneo, pese a lo que se acostumbra considerar. Por un lado, Santa Fe y Entre Ríos marchan también hacia el predominio de la producción ganadera para la exportación, pero con retardo y mayores dificultades que Bs As. Este proceso de desarrollo ganadero las convierte en dependientes de la más poderosa vecina, a cuya política terminarán secundando luego de un comienzo reticente durante el inicio de las negociaciones de la Liga del Litoral (1831). En ellas, el debilitamiento de su vieja capa mercantil durante el proceso posterior a la independencia acentúa la ruralización de la vida económica y social, en la que participan ahora propietarios de Bs.As.
La provincia de Corrientes tiene, en cambio, una historia económica y social distinta. Si en la mayoría de los espacios provinciales consiste en el debilitamiento del viejo grupo mercantil y el ascenso de los productores rurales  que, en algunos casos, parecen tomar en sus manos el proceso de comercialización, la provincia de Corrientes muestra otras facetas. Como hemos visto, la economía de la provincia de Corrientes, devastado el sur ganadero durante las luchas civiles, siguió conservando el predominio del triángulo noroeste caracterizado por una cierta diversificación productiva. En esta provincia, la ciudad capital conservaba el predominio social y político sobre la campaña, característico de la etapa final de la colonia.[15]
El área central del interior (Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán) comparte, cada una en distinta medida, la orientación hacia el Litoral atlántico con la del Pacífico. El área del norte (Salta) se inclina hacia el mercado alto y bajo peruano, aunque también se vincula con Chile, mientras que el área andina –Mendoza, la provincia de San Juan, el oeste riojano y Catamarca y las zonas de San Luis, Córdoba, Santiago del Estero y los llanos riojanos, que producen ganado para Chile –se vuelve a la producción para el mercado chileno. En efecto, el renacimiento de la producción minera chilena a partir de 1831, primero con la plata y más tarde con el cobre, que estimula el desarrollo de la agricultura chilena, produce también efectos similares en el interior andino argentino. Esta cierta prosperidad de las provincias andinas, señala Halperín, se refleja en gobiernos consagrados a la reconstrucción económica con amplio apoyo de la población, pero se acompaña de tensiones sociales, que estallarán en las décadas siguientes, derivadas del despojo de tierras o aguas a poblaciones antiguas, mucho más densas que en el Litoral. Allá, el problema es poblar la tierra: aquí, el problema es vaciarla de aquella población innecesaria para la coyuntura.
Se acentúa entonces en la Mesopotamia una reconstrucción que ya venía de antes. Las rutas de Río Grande do Sul y de Montevideo, ya mencionadas, escapan al control porteño y el ganado en pie de Corrientes y nordeste de Entre Ríos se exporta a través del Uruguay hacia los saladeros riograndeses.[16] Desde Concepción del Uruguay hasta Gualeyguachú el sureste entrerriano conoce una súbita prosperidad. La prosperidad se difunde y favorece la vida urbana; en los puertos se afincan los comerciantes, casi todos extranjeros que se han dedicado previamente al cabotaje fluvial.
El resto del litoral se recupera con más lentitud: la ruta fluvial del Paraná puede ser mejor controlada por Bs As y no hay salidas alternativas como las que brindan las tierras contiguas al Uruguay. Más lentamente aun, se incorpora a la recuperación Santa Fe; en el sur de la provincia propietarios locales y también porteños comienzan la explotación de estancias en terrenos baldíos. [17].
Tanto en el Interior como en el Litoral, los avances económicos son también los de los nexos con áreas limítrofes extranjeras. El peligro es muy real y son muchos, comenta Halperín, los que piensan que para afrontarlo es necesario reemplazar el sistema que se asienta sobre la hegemonía porteña por otro que signifique una real unificación política, suprima las barreras anteriores y elimine las ventajas que Bs As ha conservado celosamente.
EL CAPITAL COMERCIAL EN LA EXPANSION GANADERA
Después de esta descripción del panorama económico argentino posterior a la independencia, se pueden ver las distintas líneas de tensión que deciden en la configuración regional. ¿Cuál es el fundamento de los estados provinciales? Señalamos la incidencia del binomio ciudad-campaña que, con escasas variantes, funda la existencia de los estados provinciales. Detrás de él encontramos una estructura económica caracterizada por la coexistencia de un conjunto de poblaciones que viven en una economía de auto subsistencia con eventuales accesos al mercado, productores mercantiles de nivel artesanal, urbanos y rurales, y un sector mercantil dominante en el que junto a mercaderes que controlan comercio y producciones se irá destacando la producción pecuaria para el mercado externo de gran parte de las provincias. De allí que el papel primordial de la ciudad a la vez mercado productor, consumidor y financiero y centro político administrativo – función heredada del pasado colonial- pueda verse debilitado, según los casos, por el ascenso de la campaña.
Pero,  el proceso  hay que entenderlo como el paso de un dominio indiscutido del comerciante urbano sobre las producciones de nivel artesanal  urbanas o rurales, a una situación en la que se van desarrollando unidades productivas mercantiles de mayor envergadura, fundamentalmente pecuarias, y en la que por lo tanto el grupo social más fuerte se va transformando por la asociación de comerciantes y productores mercantiles, sea que esa vinculación cobre forma de empresas unitarias –frecuentemente familiares- o no. A falta de una industria capitalista dominante ¿estamos ante un capitalismo agrario que ha subordinado al sector comercial? No parece ser eso lo sucedido en el Río de La Plata de la primera mitad del siglo XIX. La posición dominante, en los distintos espacios económicos regionales (regiones-provincias) del capital comercial es herencia del pasado colonial en el que cumplía la función de intermediario entre las colonias y las economías metropolitanas.[18]
Hay en la información disponible suficientes datos para considerar que estamos por lo menos en un momento intermedio en el que si bien se van desarrollando una cantidad de rasgos que prefiguran la estancia de la segunda mitad del siglo, sobre todo en la cría de ovinos, las unidades económicas más fuertes son una conjunción de actividades mercantiles y pecuarias en las que predomina aún el control mercantil. Por ejemplo, en los primeros tiempos alrededor de los años 1820 1830, el viejo mercader porteño o uno de sus hijos continuaba al frente de la casa de comercio, mientras otro de los hijos o algún otro miembro de la familia organizaba y dirigía la estancia y, al mismo tiempo, fuera en sus manos o en la de otros familiares, se desarrollaban actividades de comercio y acopio en la campaña, se poseían medios de transporte propios –terrestres fluviales o marítimos (costeros)- se poseían barracas sobre el riachuelo y un puesto en el mercado ganadero de la ciudad, además de tiendas, sin que faltasen, en ocasiones, habilitación de actividades artesanales y comerciales a cargo de terceros. Incluso los saladeros, las unidades económicas más identificables, en el caso de las de mayor envergadura como empresas capitalistas –constituían en el caso de los de mayor desarrollo, manufacturas con división del trabajo y mano de obra libre- suelen estar integrados en la empresa mercantil. “En las familias que poseían saladeros o estancias ovinas, el mercader estanciero cambió claramente hacia el tipo de gran mercader”.
Cabe considerar, que el grupo económico que predominaba en el negocio de la ganadería de exportación era el de mercaderes, extranjeros y nacionales, que en una buena porción del mismo puede ser llamado mercader-estanciero. Junto a él existía,  un amplio sector de ganaderos que, en su mayor parte, poseían el carácter de pequeños y medianos productores, subordinados, a través de los mecanismos de financiamiento, acopio y comercialización, al otro sector. [19]
Un aspecto que tampoco ha sido puesto en claro es el del financiamiento de aquella expansión ganadera que, si bien facilitada por la escasa incidencia del gasto en tierra, requería otros rubros de inversión –compra de ganado, por ejemplo- para los cuales la gran cantidad de pequeños y medianos ganaderos no tendrían otro recurso que la habilitación u otra forma de crédito mercantil. De tal manera, la antigua y poco fructífera discusión sobre el carácter feudal o capitalista de la estancia argentina de la primera mitad del siglo, es obviada llevando el problema de la naturaleza histórica de aquella economía al ámbito de una forma de empresa mercantil-ganadera que continuaría aún revelando una prolongación, pronta a desaparecer, del dominio del capital comercial en la economía rioplatense.
LA CUESTION DE BUENOS AIRES
Si hay algo que permitía el acceso al nudo de la cuestión nacional en esta etapa de la historia argentina, es la llamada “cuestión de Buenos Aires”. Por una parte, la lógica de la economía mercantil proveniente del período colonial tendía a ver la cuestión de Buenos Aires, como la de la necesaria eliminación de los privilegios político-económicos que aquella disfrutaba. Redistribución de los ingresos aduaneros y aranceles protectores expresaban lo sustancial de esa tendencia en el plano de la política económica, mientras el federalismo parecía definir su programa de organización estatal.
Desde esta perspectiva Buenos Aires era un mal inevitable que era preciso controlar ya que no podía ser suprimido, fundamentalmente respecto de un problema considerado por lo general como el meollo del asunto: el problema de la aduana.[20]
El monopolio de esos ingresos por una de las provincias ponía en sus manos una enorme e insalvable distancia en cuanto a la posibilidad de montar un aparato de estado y, en consecuencia, de costear los recursos necesarios para imponer por la fuerza sus intereses. La economía pecuaria bonaerense  -esto también concernía a provincias que, como Santa Fe y Entre Ríos poseían intereses similares a los de la Buenos Aires- propugnaba por el librecambio en cuanto favorecía el intercambio con el exterior y posibilitaba reducir los costos de la explotación ganadera [21]

Sin embargo, el problema de la aduana era aún más complejo.[22] El problema de la aduana no podía ni puede formularse como el del dominio físico del puerto, pues constituía un aspecto de la estructura infantil no capitalista del Río de la Plata, puesta en contacto con el mercado mundial en desarrollo. La nacionalización de la ciudad de Buenos Aires, o de la provincia, proyecto intentado por los rivadavianos, constituía, en este aspecto una solución simplista. La nacionalización de la Aduana de Bs. As no era función de una medida administrativa fruto de una ocasional transacción política. La nacionalización de la aduna solo podía resultar de la nacionalización de la economía argentina, esto es, de la formación de un mercado nacional.
Pero por otra parte, una segunda tendencia modificaba sustancialmente la cuestión de Buenos Aires. Era la que derivaba del progresivo acceso al mercado mundial a través de la producción pecuaria para la exportación y el desarrollo de la producción ganadera momentáneamente integrada –una integración no necesariamente armónica -, con los sectores mercantiles de cada provincia. En las condiciones abiertas por el librecambio posterior a la independencia, la expansión de la producción ganadera a todas las áreas en las que existían condiciones de rentabilidad llevó consigo la necesidad y posibilidad de un contacto sin restricciones con el mercado externo por parte de provincias como las del Litoral; Córdoba y aun otras del interior.  Para estas provincias, Buenos Aires era una fuente de perjuicios a la vez que una pieza imprescindible en la integración a la economía mundial, de necesario control, además, para la conciliación del comercio importador con los intereses vinculados a las producciones locales. [23] En función entonces del desarrollo de esos vínculos económicos con el mercado exterior atlántico, se fueron dibujando rasgos de diferenciación regional, unidos a los que generaban las vinculaciones con las economías de países limítrofes.
EL PARTICULARISMO PROVINCIAL
Si asistimos ya a un proceso de cierta división del trabajo, entre el Litoral y el interior, no puede decirse lo mismo dentro de cada conjunto regional, salvo en la reducida escala de ciertos intercambios tradicionales. En la misma forma en que no podemos hablar de la existencia de un mercado nacional, tampoco parece posible hacerlo de mercados regionales.
Estamos lejos de poder hablar de una real integración regional. Esas presuntas regiones son más bien conjuntos escindidos por las divisiones provinciales: divisiones administrativas, rentísticas, mercantiles, militares. De la misma manera que el país en bosquejo, las futuras regiones son aún esbozos, en los que parte de la economía fuerza en una dirección y la estructura social en otra. Porque el nudo de la cuestión consiste en que son la estructura social y sus expresiones políticas las que imponen, a través del fuerte particularismo provincial, otra realidad, realidad ceñida a los límites de los estados provinciales, aunque la conformación económica que le dio origen estuviese en proceso de transformación.
Aquella vieja estructura económica en la que nuevos procesos de producción mercantil se desarrollan con distintas características según los casos, se corresponde con los rasgos de la vida política argentina de la primera mitad del siglo. La vida provinciana rioplatense, incluida la de la propia Buenos Aires, fue modelada en esos cauces, que mostraron prolongado vigor. La ruralización de la vida social rioplatense modifica algunas de esas pautas con manifestaciones inéditas, como lo fue la presencia armada de masas rurales en las disputas en torno a la cosa pública, pero sin variar los aspectos sustanciales de esa sociedad: la preeminencia de los grupos propietarios, no comprometida por la acción de los caudillos, la hegemonía sobre los sectores populares que asegura el mismo caudillo, el fuerte particularismo provincial, que comparten los nuevos sectores movilizados en el caudillismo, la preeminencia de las solidaridades personales o familiares sobre las programáticas, entre otras.
La presencia de la gran propiedad rural no deja de trastornar expresiones políticas tradicionales de las burguesías mercantiles. En este sentido, es útil comparar la formación del estado correntino con el de las provincias vecinas del Litoral. Mientras en Corrientes el dominio del grupo mercantil, prolongado a través de las luchas abiertas por la independencia, se expresa en un relativamente organizado aparato estatal, dentro de las condiciones del período, en Santa Fe y Entre Ríos el debilitamiento del sector de mercaderes y la mayor incidencia de la propiedad rural se corresponde con el clásico poder caudillista, común a otras provincias argentinas. En Corrientes asistimos a una temprana formulación constitucional con un régimen representativo funcionante, con una organización rentística, administrativa y militar más efectiva de lo que es común advertir en el período, y con gobernadores que se suceden en el poder según las normas constitucionales, al punto de lograr encauzar legalmente las rivalidades políticas agudizadas al comienzo de los años treinta. El peso en el estado correntino de  los sectores urbanos, incluso populares, como el batallón de artesanos, es notoriamente mayor.
Esta distinta conformación socioeconómica se tradujo en una distinta política frente al problema de la organización nacional, que hizo de Corrientes la piedra fundamental de las políticas antirrosistas durante el período. Comprimidas las posibilidades de expansión mercantil por los efectos de la política libre cambrista y de la hegemonía bonaerense sobre la navegación de los ríos y la aduana, Corrientes enfrentó la política de Rosas en el proceso de constitución de la Liga del Litoral con una irritante demanda de proteccionismo económico y de urgente unificación nacional, e intentó organizar tras su liderazgo a las provincias del Litoral y del interior. Finalmente derrotada, hubo de resignarse a suscribir el Pacto Federal que dilataba indefinidamente la organización nacional, luego de haberse retirado de las negociaciones en señal de protesta.
En cambio, es posible inferir que la resignación de las tentativas de hacer funcionar regímenes representativos realmente válidos por las elites mercantiles de casi todas las provincias, ante el poder personal de los caudillos, apoyados en la movilización de las masas rurales, refleje en el nivel político esa relación nueva y contradictoria entre los grupos mercantiles y el crecimiento de la importancia de la propiedad rural, dado que lo común en la historia del capital comercial, en cuanto atañe a sus avances sobre la producción, es vincularse con productores directos, generalmente pequeña propiedad artesanal, urbana o rural. Mientras que en esta etapa del desarrollo de la economía rioplatense, en cuanto economía orientada al mercado pero aún no capitalista, la relación con la gran propiedad rural lo pone en contacto con una situación social más completa: la expresada en la relación social propietario-peón.[24] El fenómeno de la ruralización de las bases del poder y de la emergencia de regímenes de caudillo expresa esa nueva situación social e indica, en el plano político, uno de los efectos más difíciles de controlar que en una economía todavía tributaria del capital comercial, emerge de la vinculación por más débil que sea en esta primera mitad del siglo, al mercado mundial capitalista en desarrollo.
Por otra parte, lo que no existe al filo de la caída de Rosas es una clase social dirigente que pueda llamarse nacional, al menos en el de poseer una solidaridad y fusión de intereses en el ámbito de lo que se concebía como bases de la nación posible. Lo que existe son grupos dominantes locales, burguesías mercantiles o mercantil/rurales. Si se nos permite la expresión, que controlan la producción y comercio locales, en las que los lazos de parentesco predominan en la constitución de las empresas y cuyo espíritu particularista predomina en los hechos sobre los posibles conatos nacionalistas.
Los límites que la naturaleza mercantil precapitalista de las burguesías provinciales imponía a sus relaciones recíprocas explican la dificultad de su fusión en una clase nacional. Las tendencias nacionalistas existentes en todo el ámbito rioplatense, apoyadas, entre otras razones, sobre la necesidad de organizar los vínculos con el exterior, no alcanzaban aquellos límites.
El proceso de expansión económica bonaerense por ejemplo, es usufructuado por una clase dirigente mercantil-estanciera cuya tendencia más notoria no es hacia la unificación nacional sino hacia la preservación del statu quo: un mínimo de vinculación con el resto de las provincias que a la vez que permita el mantenimiento de los lazos económicos  referidos y una mayor fuerza en las negociaciones con el exterior, haga también posible la exclusividad del aprovechamiento de las ventajas naturales de la provincia, expresadas en el control de la navegación de los ríos y en el del comercio exterior a través de la aduana. El particularismo de esa burguesía mercantil, fracasado en años anteriores en los intentos de unificación nacional bajo su hegemonía, al par que exitoso en impedir la unidad a costa de sus privilegios, tenderá tanto bajo el período rosista como posteriormente durante el predominio de la política mitrista, a obstruir toda política de organización nacional que implique el sacrificio de aquellos intereses particularistas. En este cometido, la alianza con parte de las provincias del Litoral será vital para el predominio de la política de no organización  nacional durante el período.
La existencia de una provincia del Litoral marítimo y fluvial, con el gran puerto del comercio exterior y con las características culturales y políticas de su centro urbano, fue tradicionalmente el gran motivo de escándalo y discordia para el resto de las provincias argentinas. Sin embargo, paradójicamente fue también el gran factor de unión, quizás el más firme elemento en que se apoyaban las tendencias nacionalistas en pleno proceso de disgregación política.[25]
Lo más llamativo del período lo constituye la emergencia del estado provincial, al mismo tiempo es posible ir advirtiendo los cambios que a largo plazo el proceso económico y social va produciendo en el sentido de promover una configuración regional más amplia.[26]
Tenemos entonces que al producirse la independencia, los intentos de conformar nuevas entidades políticas sobre la base de cierta uniformidad regional, según el patrón de las viejas intendencias, fracasan. [27]. Pero esta configuración regional era por demás débil si trascendemos al punto de vista geográfico. Y las razones de esto se encuentran, como vimos, en el tipo de estructura económica y social que no generaba más vínculos económicos entre las provincias que los de circulación mercantil del tipo ya descrito.[28]
Por otra parte, la historia de la primera mitad del siglo apunta a la conformación de regiones económicas más amplias que engloban en conjuntos de provincias argentinas con parte de los países vecinos. Ante la inexistencia del estado nacional, esos vínculos económicos pueden amenazar con desarrollar una solidez mayor que los que unen a esas provincias con lo que sigue siendo el centro visible de la posible nación: Buenos Aires.[29] Para una perspectiva, insistimos en la que la nación existente a fines del siglo XIX fue un fruto del proceso histórico y no la tardía formalización de una realidad ya existente al filo de la independencia, importa saber que estos distintos esbozos de solidaridades fundadas en nexos económicos, nexos políticos y tradiciones de diverso tipo- constituyeron factores de peso en las tensiones políticas rioplatenses.
Los cambios internos y la percepción de una nueva coyuntura internacional posterior al promediar del siglo renovarán las nunca extinguidas tendencias hacia la unificación nacional. Sin embargo, la nueva situación política existente en Buenos Aires al caer Rosas no bastará, ni mucho menos, para asegurarla. La coalición del resto de las provincias no bastaría al logro de la unificación nacional, serían necesarias transformaciones más profundas, emergentes de los cambios económicos y sociales que se irán dando en la segunda mitad del siglo para producir la fusión de intereses de varios de los principales grupos provinciales con parte de los de la misma Buenos Aires, dejando en el camino, derrotados, los viejos intereses particularistas, tanto bonaerenses como del interior. Porque, a diferencia de lo que se suele interpretar, en el proceso de organización definitiva de la nación, que va desde la Constitución del 53 al ajuste definitivo del 80, el triunfo no es de esa “oligarquía porteña”, que con expresión de escasa realidad histórica definiría un inmenso grupo social desde 1820 en adelante y con la que se quiere designar a una clase que representaría los intereses porteños y que había conseguido derrotar a los provincianos luego de una serie de vicisitudes no siempre favorables. Por el contrario, lo derrotado en el 80 son los sectores políticos, incluido el más tradicional de Buenos Aires, que expresaban aquellos particularismos provinciales gestados a fines del período colonial y fortalecidos durante las primeras etapas de vida independiente. Y lo que triunfa y hace realidad la organización nacional es la conjunción de parte de los viejos protagonistas, transformados en el proceso de paulatina integración del país en el mercado mundial, que conciliaron sus intereses en pos del objetivo que les permitía disfrutar de las brillantes perspectivas que al promediar el siglo ya se habían advertido en la posibilidad de tal integración. Es ese mismo proceso de conjunción que culmina en el 80, el que marca también la cristalización de una clase social nacional, distinta de los grupos particularistas que habían caracterizado la historia anárquica argentina de la mayor parte del siglo XIX, con expresiones políticas que, como el partido mitrista de Buenos Aires, vieron desaparecer las razones de su existencia.


[1] Según esta perspectiva, las burguesías iberoamericanas habrían echado abajo, así el viejo edificio colonial, aprovechando la coyuntura abierta por las guerras napoleónicas, y habrían iniciado una nueva etapa histórica durante la cual deberían aún pagar tributo a los resabios del pasado colonial, antes de lograr su gran cometido histórico: constituir las nuevas naciones.
[2] [2] Estos últimos factores, si bien pesaron decisivamente en la emancipación, no alcanzan a dar cuenta del proceso de independencia estallado en aquella coyuntura
[3] Fundamentalmente, en el intento de aclararnos los sujetos sociales que configuran el panorama regional de cada período y que juegan en el proceso que culmina en la organización del estado nacional.
[4] Sin embargo, en la medida en que por lo menos en cierto momento del proceso las burguesías de los países europeos se convirtieron en portadoras de la ideología nacionalista, la analogía histórica implícita en aquella interpretación de la historia latinoamericana obliga a suponer la existencia de burguesías como clases sociales dominantes, o con voluntad de serlo, en el momento de la independencia y en las décadas posteriores a ella.
[5] Como veremos, la historia económica regional argentina padece una sensible escasez de trabajos de utilidad, el análisis de la estructura social es aún más deficiente, deficiencia agravada por las dificultades que son propias en general de la historia de las clases sociales. Este trabajo no podrá ofrecer, ni mucho menos, un panorama de la conformación regional de las fuerzas sociales que protagonizan la historia argentina del siglo XIX.
[6] Salta 1815-Tucumán 1819-Córdoba, La Rioja, San Juan, San Luis, Santiago del Estero, Entre Ríos y Catamarca 1820- Corrientes 1821-Jujuy 1834. Entre 1814 y 1820 Corrientes y Entre Ríos formaron parte de la Liga de los Pueblos Libres bajo el dominio artiguista; en 1820 integran la República Entrerriana que proclama Francisco Ramírez al separarse de Artigas y que incluye también a Misiones; en 1821 Corrientes se rebela contra el dominio entrerriano, a la muerte de Ramírez, y se convierte en provincia autónoma, incorporando en 1827 el territorio de las Misiones. Por su parte, Santa Fe permaneció bajo el dominio de Buenos Aires hasta 1815, en que impuso su autonomía.
[7] Desde tal punto de vista, no existió en la organización política de la época colonial una cohesión suficiente para generar una subordinación efectiva de unas ciudades respecto de otras debido a que no existía contacto entre las respectivas zonas de influencia, de modo que las jerarquías establecidas por la administración colonial no tenían expresión en la realidad.
[8] En lo territorial colonial de lo que será la Argentina había 13 ciudades cuyos nombres, con una sola excepción, serán los de otras tantas futuras provincias (la excepción, la constituyó la provincia de Entre Ríos con su capital entonces llamada Bajada del Parná).
[9] también será rasgo característico del siglo XIX, heredado de la historia colonial y del proceso de la independencia
[10] De tal manera, las habilitaciones de los artesanos urbanos, el trabajo a domicilio para producciones rurales o urbanas, los préstamos en metálico para operaciones mercantiles de diverso tipo y otras formas del crédito, tenían en los grupos mercantiles su fuente por excelencia; eran ellos –fuese por cuenta propia o por la de sus comitentes del centro mayor, en este caso Buenos Aires para el Interior o España para los porteños- quienes disponían de la liquidez o de las mercancías necesarias para tales propósitos. En unos casos, grupos de mercaderes urbanos ejercían su hegemonía sobre una economía de pequeños productores (pequeña producción campesina y artesanal). Tal es el caso de los labradores que cultivan trigo en zona cercana a Buenos Aires, de los pequeños ganaderos-curtidores de Tucumán y Corrientes, de las tejedoras de lana de Santiago del Estero y Córdoba, de los productores de tabaco correntinos.
[11] y lo regional, por lo tanto, más que ser expresión de diferenciaciones internas a una unidad casi inexistente es cauce de hipotética integración de las unidades menores, las provincias; integración fracasada en el primer momento posterior a la independencia al diluirse las provincias mayores
[12] Santa Fe y Entre Ríos se encuentran con su producción ganadera dramáticamente disminuida y con su contenido debilitado y sin perspectivas. Corrientes, que ha sufrido similares efectos en la ganadería intenta apoyar las distintas producciones mercantiles de su triángulo noroeste, cercano a la capital, donde la ganadería mayor y menor alternan con el algodón, maíz, caña, tabaco, frutales y en la que también se destacan la producción de maderas de construcción y algunas industrias urbanas, como la de cueros curtidos y la naval (de nivel artesanal). Pese a la política fuertemente proteccionista del estado correntino, las perspectivas del dominante sector comercial no son promisorias cuando llega la hora de enfrentar nuevamente la guerra civil a fines de la década de los treinta.
[13] especialmente el algodón catamarqueño, ya agonizante, que aun en la época colonial competía mal con la producción peruana y quiteña- Pero sus productos de lana resisten todavía la competencia del extranjero, más caro y de menor calidad. Y aun compiten bien en el mercado del Litoral.
[14] La expansión continuará como fruto de la persistencia del proceso de ocupación de nuevas tierras, aunque su ritmo habrá de decaer a mediados de los años cuarenta como resultado, entre otros factores, del desarrollo ganadero mesopotámico y oriental, vinculado a los saladeros de Río Grande do Sul y competidor, con precios más bajos, de la ganadería bonaerense.
[15] El grupo social dominante consistía en una fusión de mercaderes y productores mercantiles diversos, con una fisonomía mucho más próxima también al pasado colonial que la de las otras provincias del Litoral marcadas por la creciente ruralización de su vida económica. Pese a estos desarrollos, hacia el final del período el sur correntino participará, junto a la ganadería de Santa Fe, Entre Ríos y la del Uruguay, en la creciente vinculación a la economía ganadera de Rio do Sul, generando en el ámbito litoral las tendencias regionales “centrifugas” que afectaron también otras provincias.
[16] Los puertos entrerrianos sobre el Uruguay envían a Montevideo cueros, tasajo y sebo. Aun durante el segundo bloqueo de BsAs la hostilidad política no impide a Urquiza la relación comercial.
[17] La expansión del litoral no significa riesgo para la economía porteña: antes de 1852, en los mejores años, las exportaciones de tasajo entrerriano alcanzan al 10% de las porteñas, pero es indudable que esa limitada prosperidad se debe a las zonas que pueden escapar al control de Buenos Aires.
[18] En el interregno abierto por la independencia y que habrá de desembocar en una nueva forma de dominación económica externa, generalmente denominada dependencia, el papel del capital comercial se prolonga con las comentadas innovaciones que lleva consigo la paulatina pero aún débil incorporación al mercado mundial
[19] Posiblemente, otro factor que ha facilitado aquel anacronismo al que aludimos antes, consista en juzgar la envergadura de la propiedad ganadera por la extensión de la tierra ocupada en propiedad o en enfiteusis- y no por el precio de mercado de la misma que, aunque en ascenso, era aún acentuadamente bajo, al punto de hacer considerar la inversión en tierras, en los comienzos de la etapa, casi despreciable dentro de la inversión inicial.
[20] En primer lugar, el hecho de constituir la fuente por excelencia de los recursos de la provincia de Buenos Aires y, por lo tanto, del posible estado nacional. Entre 1822 y 1829 los ingresos aduaneros representaron alrededor del 80% de las rentas de aquella provincia.
[21] por sus efectos sobre el consumo de la población efecto que, además, contribuía a reducir tensiones sociales que podían emerger de la población urbana. Por el contrario, provincias del Interior, o en el Litoral, las producciones agrícolas y artesanales, tanto por lo que las mercancías extranjeras pudieran afectar los mercados locales todavía defendidos por la protección natural de las distancias expresada en altos costos de transporte, como por el efecto mucho más real para la época que la competencia del exterior ejercía en el sentido de comprimir o vedar el mercado del Litoral para sus mercancías, efecto particularmente sensible, por ejemplo, para los productos de la vitivinicultura cuyana o de las artesanías textiles de Córdoba y otras provincias.
[22] Las aspiraciones provinciales de nacionalizarla, prorrateando sus ingresos y manejando las tarifas con fines proteccionistas, encontraban obstáculos mucho más profundos que la resistencia de Buenos Aires a resignar su privilegiado monopolio aduanero. En la renuncia a resolver por la fuerza la cuestión – y hubo momentos en que las provincias coligadas pudieron haberlo intentado- no debió contar solamente el cálculo sobre las posibilidades de convertir en definitiva una momentánea derrota porteña, sino también el de las escasas posibilidades de conciliar los intereses particularistas provinciales, cuyas producciones y comercio eran naturalmente competidores mutuos y cuya división del trabajo era muy limitada con excepción de ciertos aspectos de las relaciones de Buenos Aires con el interior.
[23] Lo mismo vale para otras provincias que, aunque no tuviesen productos a colocar en el mercado europeo, o no les fuera posible colocarlos en las condiciones creadas por las distancias y las características del transporte de la época, participaban de los beneficios de las otras en virtud de la ampliación de mercados que ella significaban para sus producciones, como era el caso de las de Cuyo
[24] Por añadidura, ello ocurre en un momento histórico en que las masas rurales en toda Hispanoamérica habían sido recientemente sustraídas a la disciplina del trabajo en aras de las luchas por la independencia, movilización efectuada por lo general mediante programas de naturaleza igualitarista que calaron hondo en la conciencia popular e hicieron más que difícil la necesaria tarea de reinsertarlos en el mundo productivo
[25] Y no queremos referirnos con esto a los efectos de la política bonaerense, tendiente tanto a impedir la organización, como a conservar un mínimo de unidad en cuanto ella era factor fundamental para su propio desarrollo, sino a los efectos de la existencia misma de Buenos Aires dentro del resto de las provincias; al hecho de que la satisfacción de múltiples intereses provinciales exigía la anulación de los privilegios que disfrutaba Buenos Aires y de que ello solo fuera posible en el cauce de una organización nacional que la englobara y que arbitrase los intereses encontrados
[26] Hemos visto que al amparo de la inexistencia de un poder central y ante las exigencias de una economía debilitada por las luchas armadas y comprimida en sus posibilidades de desarrollo por el período de dificultades que vive la economía mundial entre el fin de las guerras napoleónicas y la mitad del siglo, las provincias se vuelcan a las posibilidades que su ubicación geográfica les brinda. Es el caso de las vinculaciones con Chile de una parte de ellas, con Bolivia de otras, con el sur brasileño y el Uruguay de las litoral.
[27] La configuración regional que esos proyectos dibujaban tenía cierto asidero en la realidad, fundado en motivos de orden geográfico y económico, de vínculos históricos debidos a la proximidad espacial o a otras razones, como las derivadas del ordenamiento administrativo hispanocolonial.
[28] Estas configuraciones regionales tuvieron alguna proyección en las luchas sociales y políticas del período. En unos casos- Liga del Interior, liberado por el general Paz-,se trataba de una unión transitoria derivada predominantemente de la estrategia militar y tendiente a apoyarse en la más genérica oposición interior Buenos Aires. En otro caso –Liga del Litoral-, las mismas razones se unieron a la emergencia de reivindicaciones regionales más definidas que, sin embargo, no mostraron el vigor suficiente para asegurar su perduración.
[29] No se ha intentado una evaluación precisa del peso de unos y otros nexos, que permita estimar hasta qué punto era real el peligro, pero basta saber que en la conciencia política de la época constituyó una preocupación que estimuló en parte en los protagonistas la tendencia a la unificación nacional.

Theda Skocpol Los Estados y las revoluciones sociales (segunda parte)

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