José Carlos Chiaramonte
"Mercaderes del Litoral"
Economía y sociedad en la provincia de Corrientes, primera mitad del siglo XIX.
Introducción.
Pagina 21 a 54.
Introducción
La cuestión regional en el proceso de
gestación del estado nacional argentino.
Luego de proclamada la
independencia en 1816 cuando la
guerra contra España entra en su última fase y se traslada lejos del Río de la
Plata, parecía llegada la hora de afrontar la constitución definitiva de una
nueva nación. La realidad, en cambio, fue el
fracaso, por largo tiempo irreversible, de aquel propósito. Los años 1820 y 1826 dataron su
impracticabilidad; y hasta la caída de Juan
Manuel de Rosas en 1852 la organización estatal quedó reducida al mínimo y la
nación continuó constituyendo un enigmático proyecto. Existía
realmente una nación impedida de organizarse en una estructura estatal por
remanentes adversos del pasado colonial, o lo ocurrido fue por el contrario, la
manifestación de una realidad social ajena a ese supuesto?
Lo que sigue se guía por la segunda perspectiva,
entendiendo que conviene para una mejor comprensión de lo ocurrido que: si
existían factores de unión entre los pueblos rioplatenses que emergieron del
desplome del imperio español, también es cierto que ellos no alcanzaban a
conformar el fenómeno de una nación. Por eso, si repasáramos el conjunto de
fenómenos atinente a producciones, comercio local, interregional y exterior,
tendencias políticas, doctrinas constitucionales, emergencia del caudillismo y
otras tantas circunstancias del período entendemos que entre todos ellos el rasgo más
decisivo de la estructura social rioplatense en lo que respecta al problema
nacional fue la inexistencia de una clase social dirigente de amplitud nacional
capaz de ser el sujeto histórico de ese proceso.
La inexistencia de una nación en el Río de la Plata de la primera mitad del siglo XIX es: la
inexistencia de una nación revelada fundamentalmente para el análisis histórico
en lo que constituye el rasgo que consideramos más significativo del proceso:
la inexistencia de una clase dirigente en el nivel interprovincial, la sola
existencia de clases o grupos sociales de alcances locales.
Para revelar mejor su sentido
y su valor como punto de partida, si exponemos la necesidad de revisar un
supuesto (bastante difundido) respecto a la interpretación del hecho de la
independencia.
Se
trata del criterio según el cual la independencia de las ex colonias ibéricas
habría sido fruto de la maduración de una clase social, generalmente denominada
burguesía a lo largo del período colonial tardío. Maduración que, una vez llegada a cierto punto,
habría determinado que esa clase no pudiera ya encontrar cabida a su desarrollo
en el seno de la vieja sociedad y necesitara romper las estructuras coloniales,
tomar el poder y dar lugar al nuevo período histórico que posibilitaría su
desarrollo y con él de una sociedad nueva.[1]
Sin embargo, un punto de vista más verosímil y distinto: la independencia de las ex
colonias ibéricas habría sido más bien efecto conjugado del derrumbe de los
imperios ibéricos, de la presión acrecida a todo lo largo del siglo XVIII, de la nueva potencia dominante en la
arena mundial, Inglaterra, y de los factores de resentimiento y disconformidad
existentes en casi todas las capas sociales americanas hacia el dominio
colonial.[2] La
independencia, entonces, sobreviene cuando el grado de maduración de los
principales sectores sociales de las colonias estaba aún muy lejos de permitir
trascender los particularismos regionales o locales.
Lo que acabamos de apuntar
en esta breve justificación introductoria
entraña un criterio básico de este trabajo, que conviene tornar más
explicito.
En
un examen de la cuestión regional en Argentina como cuestión nacional,
consideramos que el centro del problema está en el análisis de la estructura
social.[3]
Nuestro interés fundamental será intentar una evaluación de las relaciones
sociales características y de sus transformaciones, que pueda dar cuenta de los
conflictos interregionales
La cuestión regional ha sido
considerada tradicionalmente como la cuestión de los obstáculos que se
interpusieron en el camino de la organización nacional. Desde esta perspectiva, habría desde un comienzo quienes
tendían a la unidad nacional y quienes se oponían a ella; quienes representaban
al “partido de la nación” y quienes representaban al “partido de la
fragmentación”. Habrían existido, así fuerzas nacionalistas y fuerzas
antinacionales desde el momento mismo de la independencia, división que obliga
entonces a postular partidos de lo nacional y partidos de la disolución y, por
consiguiente, a suponer una fuerza social que encarnaría los intereses
nacionales.
Por lo tanto, nos parece más
fructífero considerar distintas situaciones que puedan ser abonadas con la
información de que disponemos, sin dar
por supuesto lo que no existía y tratando en cambio de establecer las
tendencias nacionales y las opuestas que se gestaban al mismo tiempo y
frecuentemente en unos mismos grupos sociales. En efecto, ambas tendencias se
generaban, clara o confusamente según las circunstancias, en el seno de las
fuerzas sociales que contendían, en el agitado panorama interregional de la
primera mitad del siglo; lo común era, naturalmente,
que la necesidad de constituir una nación se entreviese bajo la forma de la
satisfacción de los intereses locales sin mengua alguna. La cuestión regional como cuestión nacional
será entonces la historia de un largo proceso en él que las distintas fuerzas contrapuestas, las fuerzas
provinciales, deberán cambiar para que de ese cambio surjan las posibilidades
de negociar una solución, un compromiso, que dé jugar a la nación constituida.
LA REGION-PROVINCIA
La
afirmación de que la misión histórica de la burguesía ha sido la formación de
las naciones modernas es demasiado general y a medida que avanza la
historiografía de la edad moderna surge un panorama en el cual las cosas no
transcurren tan claramente como ella lo hacía suponer.[4] Comencemos entonces por tratar de establecer la
naturaleza histórica de las clases pasibles de ser consideradas como burguesías
nacionalistas en la Argentina de la primera mitad del siglo XIX.[5] Intentaremos en cambio un análisis de las
situaciones para la que disponemos de información adecuada y algunas
inferencias sobre el conjunto a partir de tal análisis. Para ello, deberemos
enfrentarnos con la unidad sociopolítica de mayor vigencia en el período, la
provincia, cuyo espacio define gran parte del conjunto de problemas económicos,
sociales y políticos de la época.
Luego de la independencia, el escenario en que se
desenvuelven los fenómenos regionales está condicionado por una circunstancia
fundamental: el derrumbe de las viejas autoridades -Virrey, Audiencia, Intendentes- el declive
progresivo hasta su extinción de la del Cabildo, y el deterioro de la Iglesia
que perderá por mucho tiempo la función que tuvo en el período colonial. En este
vacío de poder que caracteriza la vida social de las provincias rebeladas
contra el estado español, dado el fracaso de las nuevas autoridades surgidas a
partir de mayo de 1810 en la mayor parte de su cometido, el
resultado será la fragmentación política expresada en la existencia hacia 1826 de 14 provincias autónomas.
Sin embargo, el proceso no condujo directamente a esa
fragmentación. Hay un breve lapso en el
cual las unidades políticas que suceden al dominio español son más amplias y
reflejan la diferenciación política del ex virreinato. En el Interior, en 1814,
se crean 4 intendencias-Salta comprende la provincia homónima, Jujuy y Orán;
Tucumán incluye Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero; Cuyo lo integran
Mendoza, San Juan y San Luis; Córdoba, la provincia del mismo nombre y La
Rioja- y hacia 1815 el triunfo artiguista se traduce en la constitución de la
Liga de los Pueblos Libres que une a la Banda Oriental, Corrientes, Entre Ríos,
Santa Fe y Córdoba.
Estas unidades políticas resisten muy poco tiempo. Las que serán
definitivamente las unidades menores –provincias- que recorrerán el largo
proceso hasta la unidad nacional, se van separando paulatinamente[6].
Entre 1814 y 1820 Corrientes y Entre Ríos formaron parte de la Liga de los
Pueblos Libres bajo el dominio artiguista; en 1820 integran la República
Entrerriana que proclama Francisco Ramírez al separarse de Artigas y que
incluye también a Misiones; en 1821 Corrientes se rebela contra el dominio
entrerriano, a la muerte de Ramírez, y se convierte en provincia autónoma,
incorporando en 1827 el territorio de las Misiones. Por su parte, Santa Fe
permaneció bajo el dominio de Buenos Aires hasta 1815, en que impuso su
autonomía.
Esta unidad de análisis, la provincia es en realidad una
dimensión, la más sólida de lo que podemos llamar región en la Argentina de la
primera mitad del siglo XIX. Provincia región unidad sociopolítica, primer
fruto estable del derrumbe del imperio español que representa el grado máximo
de cohesión social que ofreció la ex colonia al desaparecer las instituciones
anteriores. Por
un lado se trata de explicar por qué la disolución de la antigua estructura
virreinal cristaliza en unidades de esas dimensiones, de esa naturaleza. Por
otro lado, el porqué de la no desaparición de todo tipo de vínculo entre ellas,
de manera que a lo largo del siglo el proyecto de nación logró sobrevivir hasta
llegar a tiempos más propicios.
En el primer problema, se trata de advertir, ante todo, que
el hecho de que las estructuras más resistentes al proceso de disolución que
siguió a la independencia, las únicas que lograron afirmar condiciones para
continuar los procesos productivos y comerciales, las únicas capaces de
establecer un rudimento de organización social para mantener el orden, fueron
esas unidades que llamamos provincias. ¿En
qué consistían? una ciudad y el área rural
cercana que domina. Esto es, una ciudad de cierta importancia por su pasado
colonial como centro comercial o político, o ambas cosas a la vez; una ciudad
de concentración, aunque sea mínima, de elementos sociales capaces de afrontar
una administración; con vinculaciones con la campaña que por tradicionales a la
vez que estrechas permitían su control por el centro de residencia de la
autoridad política. Si vemos bien
las cosas, es casi como advertir que la disolución de la vieja maquinaria del
estado español en las Indias se tradujo por una reversión al mínimo posible de
cohesión política. Un mínimo
que, según las provincias, puede aún estrecharse algo más: cuando los grupos
sociales tradicionales fracasan en su intento de mantener una estructura
política, es decir, cuando se les hace imposible garantizar un espacio para el
juego de los intereses sociales, los fundamentos de la cohesión se estrechan
aun más – no en el sentido espacial sino político – y un régimen de instituciones representativas, por más menguada que
fuera su real eficacia, dejará lugar al dominio de una figura individual, el
caudillo o subsistirá subordinado a él.
Una explicación tradicional de este fenómeno remitiría, a
la vez al papel clave de los núcleos urbanos surgidos en el proceso de la
conquista y asentamiento españoles, a los efectos en ellos del aislamiento
debido a las distancias, dentro del nivel de las comunicaciones del período
colonial, y a la debilidad de los vínculos administrativos del estado español
en las Indias. [7] El supuesto fundamental de esta concepción reposa en
el concepto de localismo: el espíritu localista “…hostil a todo lo ajeno, complacido en la
propia suficiencia y habituado a su soledad, soportando con decoro la pobreza y
alimentando con orgullo el recuerdo de una ilustre prosapia y una ascendencia
hidalga..” según el mismo punto de vista, el
localismo municipal, nacido así del aislamiento, convertirá las ciudades en
provincias y luego de la independencia logrará suprimir el engranaje de las
intendencias para borrar todo rastro de subordinación de unas ciudades respecto
de otras. Ese localismo limitó las tendencias a unidades regionales mayores,
imponiendo la división del futuro país en ciudades-provincias. Con
los mismos fundamentos se explicaría también la peculiar relación ciudad-zona
rural dependiente, en la que el núcleo urbano domina la zona circundante y
extiende su nombre al conjunto; conjunto que, en definitiva, constituirá la
sustancia de la futura provincia.[8]
El desarrollo de la historia social y económica argentina
ha mostrado que, a la medida de la época, fuertes y perdurables flujos
comerciales las unían con mayor intensidad de lo que se creyó tradicionalmente.
La observación vale también para el período posterior a la independencia,
cuando los efectos de guerra y luchas civiles nos muestren, la intensidad e
importancia de aquellos vínculos. Sin embargo, el espíritu localista fue una realidad
y lo será todavía a lo largo del siglo XIX;
la realidad, última y primaria, de las unidades económicas, sociales y
políticas ciudad-provincia[9]. Se requiere entonces una explicación
de lo que fue la sociedad colonial y poscolonial y la disgregación, a la vez
económica y política, que mostrará el siglo XIX,
al mismo tiempo y sin perjuicio de los vínculos comerciales que, con fuertes
fluctuaciones, seguirán desarrollándose durante el período.
Al filo del desplome del poder español, “los pueblos
reasumen la soberanía”, de hecho o derecho no importa aquí, y llevan al fracaso
los intentos de nueva centralización del poder, fracaso definitivo al
rechazarse los intentos de organización constitucional posteriores a la
independencia. En un primer momento las
entidades convocadas por el Reglamento del 1815 fueron las ciudades. Pese a que
el Estatuto de 1815 prescribe la representación por provincias, se va
concediendo a la ciudad el carácter de realidad política fundamental del
posible nuevo país. Ciudad –o provincia, extensión del papel de una
ciudad – constituyen así los nuevos protagonistas de las primeras etapas de
vida independiente. El hecho de que,
dentro de esa creciente mercantilización de la vida económica colonial, tanto
la existencia de vínculos reales entre aquellas ciudades-provincias, como la no
existencia de vínculos suficientes para fundar un estado luego de la
independencia, se corresponden con el predominio de un tipo de capital, el
capital comercial (comercial y usurario) que en el siglo XVIII había
desarrollado su dominio sobre la producción y su papel primordial en la vida
económica colonial.
PARTICULARISMO
PROVINCIAL Y DOMINIO DEL CAPITAL COMERCIAL
La imagen del aislamiento
local tiene fuertes asideros en la realidad, particularmente en la
configuración del espacio colonial. Como se observará: los límites del territorio efectivamente ocupado
distaban mucho de los hipotéticos de las jurisdicciones políticas. Es que,
salvo la región cercana a Buenos Aires “hacia
la época de su creación, los territorios que abarcaba el Virreinato del Río de
la Plata (1776) no eran otra cosa que un extenso desierto, con islas de
población diseminadas en torno a diversos centros productivos o defensivos,
unidas intermitentemente por las caravanas de carretas que movilizaba el
comercio o barridas por los malones indígenas que practicaban aquella otra
forma del mismo basada en el robo de ganados”.
El fundamento de esa
configuración lo constituía el dominio del sector mercantil sobre la vida
económica colonial. El capital comercial cumple las funciones de
movilizar las producciones requeridas por el tráfico interregional y colocar
las mercancías que recibe de otras regiones o de la metrópoli. Si bien los metales altoperuanos siguen
constituyendo el objetivo primordial del
orden económico colonial, otras producciones van perfilando su futura
importancia, como ocurre con los cueros del Litoral. Tanto para la movilización de esos productos como de
otros necesarios a las economías locales, el
sector mercantil desarrolla una función dominante, al amparo del sistema de monopolio. Esa función consiste tanto en
proporcionar la estructura necesaria para la circulación mercantil como el
financiamiento de las producciones locales, bajo las formas típicas de la
época: créditos, “habilitaciones”, préstamos propiamente dichos. En el primer
caso, el intercambio de productos
metropolitanos por la plata altoperuana; al amparo del sistema de monopolio,
constituye la principal función, como hemos dicho, del sector mercantil
rioplatense. En el otro aspecto, el capital comercial cumple las
funciones de promover y sustentar la expansión de la producción mercantil en
las condiciones históricas de inexistencia de un capital industrial
independiente. El centro de esta red de funciones lo constituye la
ciudad: mercado para el intercambio de los productos metropolitanos por el
metálico o por aquellos productos que poseían demanda fuera del ámbito local;
mercado para las producciones rurales indispensables a la subsistencia de la
población urbana; mercado de crédito para esos intercambios y- fuera en metálico o, por lo general, en
mercancías- para los productores rurales o urbanos.[10]
Las informaciones disponibles indican que esta
forma de relaciones de producción persiste por lo menos a lo largo de la
primera mitad del siglo. En otros casos, el dominio comercial opera a través de
la propiedad de la unidad productiva, como en las manufacturas de curtido con
mano de obra esclava de Corrientes aprox entre 1815 y 1840. Asimismo, los grupos mercantiles locales controlaban
el negocio de la exportación de ganado en pie a Chile y la vitivinicultura
mendocina o el tráfico de mulas de Salta. Solo aquí, donde existía una
tradición de gran propiedad señorial que dominaba a la población indígena en
condiciones serviles, el grupo dominante se había transformado, a través de los
vínculos de parentesco, en grupo, a la vez mercantil y rural que dominaba el
comercio y la producción ganadera y agrícola, fusión que con rasgos distintos,
también se dará en Buenos Aires luego de la independencia y será característica
de la burguesía mendocina, comprobada, por lo menos, en las primeras décadas de
la segunda mitad de la centuria.
Ese dominio del capital
comercial sobre la producción generará, como veremos más adelante, pautas
características en las sociedades provinciales, uno de cuyos rasgos más
sobresalientes, y más significativos
para la historia rioplatense, será el particularismo regional. Si bien es cierto que el particularismo
provincial seguirá caracterizando la vida económica y política rioplatense,
también es cierto que, de acuerdo con los datos disponibles y con las más
recientes interpretaciones, el proceso de la independencia habría sido
acompañado por una crisis de los viejos sectores mercantiles y un reemplazo de
ellos en su función dirigente, en la economía y en la política por los
productores rurales, cuyo ascenso se habría expresado políticamente en la
figura del caudillo.
En la medida en que el papel dominante del capital
comercial pueda haberse prolongado a lo largo de la primera etapa de la vida
independiente, podemos preguntarnos por sus efectos sobre la conformación
regional del posible país. Entre esos efectos se destacan, por su trascendencia
en el proceso histórico estudiado, la
preeminencia económica y social de las burguesías mercantiles características
de aquellos centros urbanos frente a los productores rurales o urbanos, y su
tendencia a la autonomía política local.
El dominio del capital comercial sobre la producción se
funda en el intercambio no equivalente, característico de las transacciones en
las que, sobre la base de no existencia de un mercado interior, el comerciante
funda una parte sustancial de su ganancia en el efecto de su posición
monopolista, monopolista de hecho, en el mercado de este período (posición
monopolista que deriva de su exclusividad en el acceso al mercado, en el
conocimiento de las condiciones mercantiles de su localidad y de las
localidades lejanas y de otros factores emergentes, muchos de ellos, de su
posición en la estructura social).
Similar situación se repite en la producción industrial en
la que bajo variadas formas de trabajo a domicilio, el comerciante habilitaba
la producción artesanal, fenómeno mejor conocido que el referente a la
producción rural. Esta forma de “habilitar” al
productor, realizada en metálico, funda el intercambio, no equivalente tanto en
el momento del anticipo de mercancías, acentuado por el precio abultado de las
mercancías rioplatenses y europeas que entrega el comerciante. La operación refleja la ventajosa posición del
comerciante que conoce las condiciones del mercado y que al mismo tiempo posee
la capacidad de habilitar al productor.
Tal habilitación es una forma, en definitiva, de financiamiento de esa
producción, que el productor no está en condiciones de buscar en otra
fuente dada la situación de relativo aislamiento que lo condena el sistema de
comunicaciones de la época. Aun más: si quisiéramos ahondar en la significación
de este tipo de relaciones de producción, podríamos afirmar también que revela la
no existencia de un mercado interior en el que se elaborasen los precios
correlativos al supuesto intercambio equivalente, en el que las mercancías se
cambiasen por su valor proporcional, estimado en el “tiempo de trabajo
necesario”; concepto que remite a su vez a otro elemento el mercado interior
capitalista no existente en el Río de la Plata, el mercado de trabajo.
Las variadas formas del
crédito mercantil sirven de vehículo al dominio del comerciante sobre el
productor y formalizan el intercambio no equivalente, fundamento de la ganancia
comercial característica de esa forma de capital “precapitalista”.
Cuando el intercambio no equivalente se generaliza como
forma decisiva de los intercambios, se orienta necesariamente hacia el ámbito
municipal, dentro del cual el poder político puede intervenir para imponer este
tipo de intercambio, y hacia los tráficos más lejanos, y en los que por lo
tanto se prevé como máxima la ganancia. Si la expansión de la producción pecuaria para el mercado exterior, que comienza y
continuará desarrollándose vinculada al papel del capital comercial, propone el
problema de estimar en qué medida y en qué momentos los caracteres de esa expansión pueden ir generando otras
condiciones, podemos señalar, por lo pronto, que un factor característico del
período continuará siendo, pese
a los efectos sociales que la ruralización de las bases del poder lleven
consigo en muchos espacios provinciales, incluso en Buenos Aires, la posición privilegiada del capital
comercial en el comercio de exportación e importación realizado del
puerto.
Al
respecto, es necesario aclarar una curiosa confusión que deriva de los avances
de la historiografía reciente, unidos a un inconsciente efecto ideológico. Sabemos que la independencia hace entrar en crisis
al sector mercantil porteño y también al del interior y que en gran parte la
presencia de españoles y criollos en ese sector es sustituida por la de los
comerciantes ingleses, afincados en Buenos Aires y con operaciones que se
extendían al interior del Río de la Plata.
Aún así, considerando que los ingleses desplazan a los nativos de la mayoría de
las posiciones en el comercio exterior rioplatense, lo cierto es que no por eso
dejan de integrar el sector mercantil de esa economía que controla el comercio
exterior. Si consideramos que la
presencia de los mercaderes ingleses es uno de los más importantes factores de
la crisis del sector mercantil rioplatense, estamos ante un equívoco: crisis,
sí, de los mercaderes tradicionales hispanos o criollos, pero no tanto crisis
del sector mercantil, en la medida en que ese sector se integra con esos más
afortunados competidores de sus colegas hispanoparlantes. Por
consiguiente, del hecho de que resulta problemático por ejemplo, incluirlos
dentro del concepto de “clase dirigente de Buenos Aires”, por su condición
extranjera y su relativo distanciamiento de la sociedad criolla, no se sigue que
haya que olvidarlos en el análisis del sector dominante de la economía.
Si consideramos las cosas, entonces, la perspectiva
del análisis de los grupos sociales, comprobamos que el principal de ellos en
aquella provincia es un conjunto de fuertes mercaderes y propietarios de
tierra, criollos o ingleses.
De manera que, encontramos
todavía el predominio del capital comercial, entre otros motivos, por la
persistencia de una situación en la que el crédito mercantil es resorte vital
del sistema, dada la inexistencia de un sector bancario moderno, como el
que surgirá en la segunda mitad del siglo. Aunque, por otro lado, el peso creciente de la gran
propiedad pecuaria en los patrimonios familiares genere condiciones para la
transformación de esa situación, cosa que ocurrirá con el pleno acoplamiento al
mercado mundial capitalista que comenzará a cumplirse con el cambio de
coyuntura, externa e interna, de la segunda mitad del siglo.
LAS ECONOMIAS PROVINCIALES
Hemos visto que los intentos de constituir unidades políticas
con cierta extensión cercana a la que corresponde a la conformación política
del ex virreinato fracasan rápidamente. En su lugar, surgirán en forma estable,
pese a la agitada vida política de la época, las unidades menores provinciales. La naturaleza de
su éxito como forma estatal elemental pero perdurable; la de las
contradictorias relaciones de cada una con las demás, afirmando la autonomía
pero sin llegar a disolver totalmente un vínculo que, posteriormente, servirá
de base a la unidad nacional: la de su compleja realidad, que coexiste, en
cierto momento, junto a otra, que llamamos región –que parecería tener una
fisonomía más clara y una unidad más justificable, en términos geográficos, y
que, sin embargo, subyace desdibujadamente bajo el proceso social y económico
del período –todos estos son aspectos
sustanciales de un proceso que culminará, muy tardíamente, con la formación del
estado nacional argentino.
Es de notar aquí un equívoco de lenguaje: solemos
referirnos, por ejemplo, a las economías regionales cuando en realidad tratamos
de economías provinciales. Este
equivoco recubre, el meollo del problema que afrontamos cuando nos proponemos
estudiar la cuestión regional en la primera mitad del siglo: el hecho de que,
al no existir la nación, las unidades políticas reales son las provincias,[11].
Es así que el ordenamiento regional colonial, una vez hecho trizas y la
desaparición de la unidad política colonial, va desdibujándose mientras se
refuerzan los rasgos del mundo económico y social emergente de la
independencia: la desaparición de un Estado, la emergencia de los
estados-provincias. Es decir que
asistimos a la pérdida de significación de cierto ordenamiento regional, a la
emergencia en su lugar, de las soberanías provinciales y al proceso hacia un
nuevo ordenamiento regional en función del mundo exterior: el vuelco hacia el
Pacífico, hacia Bolivia y Perú, hacia Uruguay y Brasil.
¿Cuáles eran las economías
correspondientes a esa configuración regional-provincial? Luego de la guerra de
independencia y de las luchas civiles, las
provincias litorales padecen los graves efectos de aquellos conflictos.[12]
Mientras Santa Fe y Entre ríos marchan
a la mono producción ganadera y Corrientes intenta defender sin mayores logros
las posibilidades de expandir su más diversificada economía, Buenos Aires vive
la mejor conocida historia de la conjunción de sus sectores comercial y
ganadero en una notable expansión pecuaria que sirve tanto al mercado externo
(cueros, carne salada y otros productos ganaderos) como al mercado local de
carne para consumo. Esa expansión, a la vez territorial y productiva, compensa en cuanto
concierne al mercado externo el declive de las zonas que se habían expandido a
fines del período colonial (el sur correntino, Entre Ríos, la Banda Oriental).
En cuanto al interior, señala
Halperin, las consecuencias del proceso de la independencia son menores de lo
esperado. Mejor
preservado el orden interno que en el Litoral por la inexistencia hasta 1820 de guerras civiles prolongadas y
por la menor incidencia bélica, pudieron comenzar a corregirse las
consecuencias de las guerras de la independencia antes que en el Litoral.
Si bien la guerra aisló al interior, que había
funcionado como intermediario mercantil entre Buenos Aires y el Alto Perú y
Chile, desde 1817 la liberación de Chile y la recuperación de la economía
chilena le abre nuevamente el acceso al mercado trasandino. En el transcurso de la década de 1820 resurge el
comercio de exportación hacia el oeste de los Andes (mulas para la minería, ganados
vacunos para abasto y saladeros, junto a productos como el jabón cuyano y las
frutas secas de toda la zona andina). La
reapertura de este mercado llega
oportunamente, pues, al mismo tiempo, comenzaba a debilitarse el mercado del
Litoral, y Buenos Aires para la vitivinicultura cuyana debido a la competencia
europea. La vid entre nuevamente en
crisis y retrocede ante los avances de la alfalfa para el ganado de exportación
y el trigo, que tiene mercado incluso en Buenos Aires debido a la protección
que esta implanta para su propia agricultura frente a la competencia exterior. Las provincias de la “ruta chilena”
recuperan así una cierta prosperidad –especialmente Mendoza- sin llegar,
empero, a los niveles prerrevolucionarios.
La recuperación se da, pero más
limitada, también en el Norte. La estimula la independencia del Alto Perú,
transformando en la República de Bolivia (1825), aunque se trate de un mercado
muy disminuido y que se provee de productos internacionales a través del
Pacífico. En compensación, los salteños intentan desarrollar la ganadería y la
agricultura y hasta buscar la salida atlántica a través de a navegación del
Bermejo y del Paraná, con escasas perspectivas.
Las provincias del interior
mediterráneo –Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán- sienten mejor los efectos
de la expansión de las exportaciones. La ganadería se extiende en las tres provincias y
aún en Tucumán deja de orientarse exclusivamente al mercado local. Además, la cría de ganado –vacuno y molar- para el
tráfico hacia Chile se expande en estas provincias así como en los llanos de La
Rioja, desde donde las arrias de mulas cruzan San Juan hacia los Andes. Por esta expansión ganadera, esta zona se vincula
con la “franja de oasis” al pie de la cordillera, donde se extienden los potreros
de alfalfa destinados al descanso y rehabilitación del ganado en tránsito.
De
tal manera, la producción primaria del interior se recupera de los efectos de
la revolución.
La decadencia de las artesanías fue
menos rápida que la del comercio; la textil recibió algunos golpes de la
apertura del comercio libre con la Europa industrial[13] .
De tal manera el interior afronta los
cambios pos revolucionarios con menos perjuicios que los que era dable esperar. Sin embargo, el futuro no parece propicio: “…lo que le
permite sobrevivir es la adhesión sucesiva a soluciones económicas de efímera
vigencia…” la vasta zona es incapaz de
incorporarse de modo estable a la nueva economía marcada por la relación más
íntima con las metrópolis industriales y financieras de Europa”.
Por su
parte, durante el resto del período que se cierra hacia comienzos de la
segunda mitad del siglo la economía bonaerense mantiene los rasgos
fundamentales de la estructura productiva y comercial de la década inicial de
su expansión ganadera.[14]
Sin embargo, esta ganadería continua con buenas perspectivas el reemplazo de la
explotación vacuna por la ovina, ayudada por una importante inmigración de mano
de obra europea (irlandeses, vascos,
gallegos) que, al mismo tiempo, proveerá buena parte de los propietarios de
estancias ovinas al sur de Buenos Aires o de los aparceros en tierras más
alejadas.
Las
provincias del Litoral argentino muestran en este período un desarrollo no
homogéneo, pese a lo que se acostumbra
considerar. Por un lado, Santa Fe y Entre Ríos
marchan también hacia el predominio de la producción ganadera para la
exportación, pero con retardo y mayores dificultades que Bs As. Este proceso de desarrollo ganadero las convierte en
dependientes de la más poderosa vecina, a cuya política terminarán
secundando luego de un comienzo reticente durante el inicio de las
negociaciones de la Liga del Litoral (1831).
En ellas, el debilitamiento de su vieja capa
mercantil durante el proceso posterior a la independencia acentúa la
ruralización de la vida económica y social, en la que participan ahora
propietarios de Bs.As.
La
provincia de Corrientes tiene, en cambio, una historia económica y social
distinta. Si
en la mayoría de los espacios provinciales consiste en el debilitamiento del
viejo grupo mercantil y el ascenso de los productores rurales que, en algunos casos, parecen tomar en sus
manos el proceso de comercialización, la provincia de Corrientes muestra otras
facetas. Como hemos visto, la economía de la provincia de Corrientes, devastado
el sur ganadero durante las luchas civiles, siguió conservando el predominio
del triángulo noroeste caracterizado por una cierta diversificación productiva.
En esta provincia, la ciudad capital
conservaba el predominio social y político sobre la campaña, característico de
la etapa final de la colonia.[15]
El área central del interior (Córdoba,
Santiago del Estero, Tucumán) comparte, cada una en distinta medida, la
orientación hacia el Litoral atlántico con la del Pacífico. El área del norte
(Salta) se inclina hacia el mercado alto y bajo peruano, aunque también se
vincula con Chile, mientras que el área andina –Mendoza, la provincia de San
Juan, el oeste riojano y Catamarca y las zonas de San Luis, Córdoba, Santiago
del Estero y los llanos riojanos, que producen ganado para Chile –se vuelve a
la producción para el mercado chileno. En efecto, el renacimiento de la producción minera
chilena a partir de 1831, primero con la plata y más tarde con el cobre,
que estimula el desarrollo de la agricultura
chilena, produce también efectos similares en el interior andino argentino. Esta
cierta prosperidad de las provincias andinas, señala Halperín, se refleja en
gobiernos consagrados a la reconstrucción económica con amplio apoyo de la
población, pero se acompaña de tensiones sociales, que estallarán en las
décadas siguientes, derivadas del despojo de tierras o aguas a poblaciones
antiguas, mucho más densas que en el Litoral. Allá, el problema es poblar la tierra: aquí, el
problema es vaciarla de aquella población innecesaria para la coyuntura.
Se acentúa entonces en la Mesopotamia una reconstrucción
que ya venía de antes. Las rutas de Río Grande do Sul y de Montevideo, ya
mencionadas, escapan al control porteño y el ganado en pie de Corrientes y
nordeste de Entre Ríos se exporta a través del Uruguay hacia los saladeros
riograndeses.[16] Desde Concepción del Uruguay hasta Gualeyguachú el
sureste entrerriano conoce una súbita prosperidad. La prosperidad se difunde y
favorece la vida urbana; en los puertos se afincan los comerciantes, casi todos
extranjeros que se han dedicado previamente al cabotaje fluvial.
El resto del litoral se
recupera con más lentitud: la ruta fluvial del Paraná puede ser mejor
controlada por Bs As y no hay salidas alternativas como las que brindan las
tierras contiguas al Uruguay. Más lentamente aun, se
incorpora a la recuperación Santa Fe; en el sur de la provincia propietarios
locales y también porteños comienzan la explotación de estancias en terrenos
baldíos. [17].
Tanto en el Interior como en el Litoral, los avances
económicos son también los de los nexos con áreas limítrofes extranjeras. El
peligro es muy real y son muchos, comenta Halperín, los que piensan que para
afrontarlo es necesario reemplazar el sistema que se asienta sobre la hegemonía
porteña por otro que signifique una real unificación política, suprima las
barreras anteriores y elimine las ventajas que Bs As ha conservado celosamente.
EL CAPITAL COMERCIAL EN LA EXPANSION GANADERA
Después de esta descripción del
panorama económico argentino posterior a la independencia, se pueden ver las
distintas líneas de tensión que deciden en la configuración regional. ¿Cuál es el fundamento de los estados
provinciales? Señalamos la incidencia del binomio ciudad-campaña que, con
escasas variantes, funda la existencia de los estados provinciales. Detrás de él
encontramos una estructura económica caracterizada por la coexistencia de un
conjunto de poblaciones que viven en una economía de auto subsistencia con
eventuales accesos al mercado, productores mercantiles de nivel artesanal,
urbanos y rurales, y un sector mercantil dominante en el que junto a mercaderes
que controlan comercio y producciones se irá destacando la producción pecuaria
para el mercado externo de gran parte de las provincias. De allí
que el papel primordial de la ciudad a la vez mercado productor, consumidor y
financiero y centro político administrativo – función heredada del pasado
colonial- pueda verse debilitado, según los casos, por el ascenso de la
campaña.
Pero, el proceso
hay que entenderlo como el paso de un dominio indiscutido del
comerciante urbano sobre las producciones de nivel artesanal urbanas o rurales, a una situación en la que
se van desarrollando unidades productivas mercantiles de mayor envergadura,
fundamentalmente pecuarias, y en la que por lo tanto el grupo social más fuerte
se va transformando por la asociación de comerciantes y productores
mercantiles, sea que esa vinculación cobre forma de empresas unitarias
–frecuentemente familiares- o no. A falta de
una industria capitalista dominante ¿estamos ante un capitalismo agrario que ha
subordinado al sector comercial? No parece ser eso lo sucedido en el Río de La
Plata de la primera mitad del siglo XIX. La posición dominante, en los distintos espacios económicos
regionales (regiones-provincias) del capital comercial es herencia del pasado
colonial en el que cumplía la función de intermediario entre las colonias y las
economías metropolitanas.[18]
Hay en la información disponible
suficientes datos para considerar que estamos por lo menos en un momento
intermedio en el que si bien se van desarrollando una cantidad de rasgos que
prefiguran la estancia de la segunda mitad del siglo, sobre todo en la cría de
ovinos, las unidades económicas más fuertes son una conjunción de actividades
mercantiles y pecuarias en las que predomina aún el control mercantil. Por ejemplo, en los
primeros tiempos alrededor de los años 1820 1830, el viejo mercader porteño o
uno de sus hijos continuaba al frente de la casa de comercio, mientras otro de
los hijos o algún otro miembro de la familia organizaba y dirigía la estancia
y, al mismo tiempo, fuera en sus manos o en la de otros familiares, se
desarrollaban actividades de comercio y acopio en la campaña, se poseían medios
de transporte propios –terrestres fluviales o marítimos (costeros)- se poseían
barracas sobre el riachuelo y un puesto en el mercado ganadero de la ciudad,
además de tiendas, sin que faltasen, en ocasiones, habilitación de actividades
artesanales y comerciales a cargo de terceros. Incluso los saladeros, las
unidades económicas más identificables, en el caso de las de mayor envergadura
como empresas capitalistas –constituían en el caso de los de mayor desarrollo,
manufacturas con división del trabajo y mano de obra libre- suelen estar
integrados en la empresa mercantil. “En
las familias que poseían saladeros o estancias ovinas, el mercader estanciero
cambió claramente hacia el tipo de gran mercader”.
Cabe considerar, que el grupo económico que predominaba en
el negocio de la ganadería de exportación era el de mercaderes, extranjeros y
nacionales, que en una buena porción del mismo puede ser llamado
mercader-estanciero. Junto a él existía, un amplio
sector de ganaderos que, en su mayor parte, poseían el carácter de pequeños y
medianos productores, subordinados, a través de los mecanismos de
financiamiento, acopio y comercialización, al otro sector. [19]
Un aspecto que tampoco ha sido puesto en claro es el del
financiamiento de aquella expansión ganadera que, si bien facilitada por la
escasa incidencia del gasto en tierra, requería otros rubros de inversión
–compra de ganado, por ejemplo- para los cuales la gran cantidad de pequeños y
medianos ganaderos no tendrían otro recurso que la habilitación u otra forma de
crédito mercantil. De tal manera, la antigua y poco fructífera discusión sobre
el carácter feudal o capitalista de la estancia argentina de la primera mitad
del siglo, es obviada llevando el problema de la naturaleza histórica de
aquella economía al ámbito de una forma de empresa mercantil-ganadera que
continuaría aún revelando una prolongación, pronta a desaparecer, del dominio
del capital comercial en la economía rioplatense.
LA CUESTION DE BUENOS AIRES
Si hay algo que permitía el acceso al
nudo de la cuestión nacional en esta etapa de la historia argentina, es la
llamada “cuestión de Buenos Aires”. Por una parte, la lógica de la economía
mercantil proveniente del período colonial tendía a ver la cuestión de Buenos
Aires, como la de la necesaria eliminación de los privilegios
político-económicos que aquella disfrutaba. Redistribución de los ingresos
aduaneros y aranceles protectores expresaban lo sustancial de esa tendencia en
el plano de la política económica, mientras el federalismo parecía definir su
programa de organización estatal.
Desde
esta perspectiva Buenos Aires era un mal inevitable que era preciso controlar
ya que no podía ser suprimido, fundamentalmente respecto de un problema
considerado por lo general como el meollo del asunto: el problema de la aduana.[20]
El monopolio de esos
ingresos por una de las provincias ponía en sus manos una enorme e insalvable
distancia en cuanto a la posibilidad de montar un aparato de estado y, en
consecuencia, de costear los recursos necesarios para imponer por la fuerza sus
intereses.
La economía pecuaria bonaerense -esto
también concernía a provincias que, como Santa Fe y Entre Ríos poseían
intereses similares a los de la Buenos Aires- propugnaba por el librecambio en
cuanto favorecía el intercambio con el exterior y posibilitaba reducir los
costos de la explotación ganadera [21]
Sin embargo, el problema
de la aduana era aún más complejo.[22] El problema de la aduana no podía ni puede formularse
como el del dominio físico del puerto, pues constituía un aspecto de la
estructura infantil no capitalista del Río de la Plata, puesta en contacto con
el mercado mundial en desarrollo. La
nacionalización de la ciudad de Buenos Aires, o de la provincia, proyecto
intentado por los rivadavianos, constituía, en este aspecto una solución
simplista. La nacionalización de la Aduana de Bs. As no era función de
una medida administrativa fruto de una ocasional transacción política. La
nacionalización de la aduna solo podía resultar de la nacionalización de la
economía argentina, esto es, de la formación de un mercado nacional.
Pero por otra parte, una
segunda tendencia modificaba sustancialmente la cuestión de Buenos Aires. Era la que derivaba del progresivo acceso al mercado
mundial a través de la producción pecuaria para la exportación y el desarrollo
de la producción ganadera momentáneamente integrada –una integración no
necesariamente armónica -, con los sectores mercantiles de cada provincia. En las
condiciones abiertas por el librecambio posterior a la independencia, la
expansión de la producción ganadera a todas las áreas en las que existían
condiciones de rentabilidad llevó consigo la necesidad y posibilidad de un
contacto sin restricciones con el mercado externo por parte de provincias como
las del Litoral; Córdoba y aun otras del interior. Para estas
provincias, Buenos Aires era una fuente de perjuicios a la vez que una pieza
imprescindible en la integración a la economía mundial, de necesario control,
además, para la conciliación del comercio importador con los intereses
vinculados a las producciones locales. [23] En función
entonces del desarrollo de esos vínculos económicos con el mercado exterior
atlántico, se fueron dibujando rasgos de diferenciación regional, unidos a los
que generaban las vinculaciones con las economías de países limítrofes.
EL PARTICULARISMO PROVINCIAL
Si
asistimos ya a un proceso de cierta división del trabajo, entre el Litoral y el
interior, no puede decirse lo mismo dentro de cada conjunto regional, salvo en
la reducida escala de ciertos intercambios tradicionales. En la misma forma en que no podemos hablar
de la existencia de un mercado nacional, tampoco parece posible hacerlo de
mercados regionales.
Estamos lejos de poder
hablar de una real integración regional.
Esas presuntas regiones son más bien conjuntos
escindidos por las divisiones provinciales: divisiones administrativas,
rentísticas, mercantiles, militares. De la misma manera que el país en
bosquejo, las futuras regiones son aún esbozos, en los que parte de la economía
fuerza en una dirección y la estructura social en otra. Porque el nudo de la cuestión consiste en que son la estructura
social y sus expresiones políticas las que imponen, a través del fuerte
particularismo provincial, otra realidad, realidad ceñida a los límites de los
estados provinciales, aunque la conformación económica que le dio origen
estuviese en proceso de transformación.
Aquella vieja estructura económica en la que nuevos
procesos de producción mercantil se desarrollan con distintas características
según los casos, se corresponde con los rasgos de la vida política argentina de
la primera mitad del siglo. La vida
provinciana rioplatense, incluida la de la propia Buenos Aires, fue modelada en
esos cauces, que mostraron prolongado vigor.
La ruralización de la vida social rioplatense
modifica algunas de esas pautas con manifestaciones inéditas, como lo fue la
presencia armada de masas rurales en las disputas en torno a la cosa pública,
pero sin variar los aspectos sustanciales de esa sociedad: la preeminencia de
los grupos propietarios, no comprometida por la acción de los caudillos, la
hegemonía sobre los sectores populares que asegura el mismo caudillo, el fuerte
particularismo provincial, que comparten los nuevos sectores movilizados en el
caudillismo, la preeminencia de las solidaridades personales o familiares sobre
las programáticas, entre otras.
La presencia de la gran
propiedad rural no deja de trastornar expresiones políticas tradicionales de
las burguesías mercantiles. En este
sentido, es útil comparar la formación del estado correntino con el de las
provincias vecinas del Litoral. Mientras en Corrientes el dominio del grupo
mercantil, prolongado a través de las luchas abiertas por la independencia, se
expresa en un relativamente organizado aparato estatal, dentro de las
condiciones del período, en Santa Fe y Entre Ríos el debilitamiento del sector
de mercaderes y la mayor incidencia de la propiedad rural se corresponde con el
clásico poder caudillista, común a otras provincias argentinas. En Corrientes asistimos a una temprana formulación
constitucional con un régimen representativo funcionante, con una organización
rentística, administrativa y militar más efectiva de lo que es común advertir
en el período, y con gobernadores que se suceden en el poder según las normas
constitucionales, al punto de lograr encauzar legalmente las rivalidades
políticas agudizadas al comienzo de los años treinta. El peso en el
estado correntino de los sectores
urbanos, incluso populares, como el batallón de artesanos, es notoriamente
mayor.
Esta distinta
conformación socioeconómica se tradujo en una distinta política frente al
problema de la organización nacional, que hizo de Corrientes la piedra
fundamental de las políticas antirrosistas durante el período. Comprimidas las
posibilidades de expansión mercantil por los efectos de la política libre
cambrista y de la hegemonía bonaerense sobre la navegación de los ríos y la
aduana, Corrientes enfrentó la política de Rosas en el proceso de constitución
de la Liga del Litoral con una irritante demanda de proteccionismo económico y
de urgente unificación nacional, e intentó organizar tras su liderazgo a las
provincias del Litoral y del interior. Finalmente derrotada, hubo de resignarse
a suscribir el Pacto Federal que dilataba indefinidamente la organización
nacional, luego de haberse retirado de las negociaciones en señal de protesta.
En cambio, es posible inferir que la resignación de las tentativas de hacer
funcionar regímenes representativos realmente válidos por las elites
mercantiles de casi todas las provincias, ante el poder personal de los caudillos,
apoyados en la movilización de las masas rurales, refleje en el nivel político esa relación nueva y contradictoria entre
los grupos mercantiles y el crecimiento de la importancia de la propiedad
rural, dado que lo común en la historia del capital comercial, en cuanto
atañe a sus avances sobre la producción, es vincularse con productores
directos, generalmente pequeña propiedad artesanal, urbana o rural. Mientras que en esta
etapa del desarrollo de la economía rioplatense, en cuanto economía orientada
al mercado pero aún no capitalista, la relación con la gran propiedad rural lo
pone en contacto con una situación social más completa: la expresada en la
relación social propietario-peón.[24] El fenómeno
de la ruralización de las bases del poder y de la emergencia de regímenes de
caudillo expresa esa nueva situación social e indica, en el plano político, uno
de los efectos más difíciles de controlar que en una economía todavía
tributaria del capital comercial, emerge de la vinculación por más débil que sea
en esta primera mitad del siglo, al mercado mundial capitalista en desarrollo.
Por otra parte, lo que no existe al filo de la caída de
Rosas es una clase social dirigente que pueda llamarse nacional, al menos en el
de poseer una solidaridad y fusión de intereses en el ámbito de lo que se
concebía como bases de la nación posible. Lo que
existe son grupos dominantes locales, burguesías mercantiles o
mercantil/rurales. Si se nos permite la expresión, que controlan la producción
y comercio locales, en las que los lazos de parentesco predominan en la
constitución de las empresas y cuyo espíritu particularista predomina en los
hechos sobre los posibles conatos nacionalistas.
Los límites que la
naturaleza mercantil precapitalista de las burguesías provinciales imponía a
sus relaciones recíprocas explican la dificultad de su fusión en una clase
nacional. Las
tendencias nacionalistas existentes en todo el ámbito rioplatense, apoyadas,
entre otras razones, sobre la necesidad de organizar los vínculos con el
exterior, no alcanzaban aquellos límites.
El proceso de expansión
económica bonaerense por ejemplo, es usufructuado por una clase dirigente
mercantil-estanciera cuya tendencia más notoria no es hacia la unificación
nacional sino hacia la preservación del statu quo: un mínimo de vinculación con
el resto de las provincias que a la vez que permita el mantenimiento de los
lazos económicos referidos y una mayor
fuerza en las negociaciones con el exterior, haga también posible la
exclusividad del aprovechamiento de las ventajas naturales de la provincia,
expresadas en el control de la navegación de los ríos y en el del comercio
exterior a través de la aduana. El particularismo de esa burguesía mercantil,
fracasado en años anteriores en los intentos de unificación nacional bajo su
hegemonía, al par que exitoso en impedir la unidad a costa de sus privilegios,
tenderá tanto bajo el período rosista como posteriormente durante el predominio
de la política mitrista, a obstruir toda política de organización nacional que
implique el sacrificio de aquellos intereses particularistas. En este cometido,
la alianza con parte de las provincias del Litoral será vital para el
predominio de la política de no organización
nacional durante el período.
La existencia de una
provincia del Litoral marítimo y fluvial, con el gran puerto del comercio
exterior y con las características culturales y políticas de su centro urbano,
fue tradicionalmente el gran motivo de escándalo y discordia para el resto de
las provincias argentinas. Sin embargo, paradójicamente fue también el gran
factor de unión, quizás el más firme elemento en que se apoyaban las tendencias
nacionalistas en pleno proceso de disgregación política.[25]
Lo más llamativo del
período lo constituye la emergencia del estado provincial, al mismo tiempo es
posible ir advirtiendo los cambios que a largo plazo el proceso económico y
social va produciendo en el sentido de promover una configuración regional más
amplia.[26]
Tenemos entonces que al
producirse la independencia, los intentos de conformar nuevas entidades
políticas sobre la base de cierta uniformidad regional, según el patrón de las
viejas intendencias, fracasan. [27]. Pero esta
configuración regional era por demás débil si trascendemos al punto de vista
geográfico. Y las razones de esto se encuentran, como vimos, en el tipo de
estructura económica y social que no generaba más vínculos económicos entre las
provincias que los de circulación mercantil del tipo ya descrito.[28]
Por otra parte, la historia de la primera mitad del siglo
apunta a la conformación de regiones económicas más amplias que engloban en
conjuntos de provincias argentinas con parte de los países vecinos. Ante la
inexistencia del estado nacional, esos vínculos económicos pueden amenazar con
desarrollar una solidez mayor que los que unen a esas provincias con lo que
sigue siendo el centro visible de la posible nación: Buenos Aires.[29] Para una perspectiva, insistimos en la que la nación
existente a fines del siglo XIX fue un fruto del proceso histórico y no la
tardía formalización de una realidad ya existente al filo de la independencia,
importa saber que estos distintos esbozos de solidaridades fundadas en nexos
económicos, nexos políticos y tradiciones de diverso tipo- constituyeron
factores de peso en las tensiones políticas rioplatenses.
Los cambios internos y
la percepción de una nueva coyuntura internacional posterior al promediar del
siglo renovarán las nunca extinguidas tendencias hacia la unificación nacional. Sin embargo, la nueva
situación política existente en Buenos Aires al caer Rosas no bastará, ni mucho
menos, para asegurarla. La coalición del resto de las provincias no bastaría
al logro de la unificación nacional, serían necesarias transformaciones más
profundas, emergentes de los cambios económicos y sociales que se irán dando en
la segunda mitad del siglo para producir la fusión de intereses de varios de
los principales grupos provinciales con parte de los de la misma Buenos Aires,
dejando en el camino, derrotados, los viejos intereses particularistas, tanto
bonaerenses como del interior. Porque, a diferencia de lo que se suele interpretar,
en el proceso de organización definitiva de la nación, que va desde la
Constitución del 53 al ajuste definitivo del 80, el triunfo no es de esa
“oligarquía porteña”, que con expresión de escasa realidad histórica definiría
un inmenso grupo social desde 1820 en adelante y con la que se quiere designar
a una clase que representaría los intereses porteños y que había conseguido
derrotar a los provincianos luego de una serie de vicisitudes no siempre
favorables. Por el contrario, lo derrotado en el 80 son los sectores políticos,
incluido el más tradicional de Buenos Aires, que expresaban aquellos
particularismos provinciales gestados a fines del período colonial y
fortalecidos durante las primeras etapas de vida independiente. Y lo que
triunfa y hace realidad la organización nacional es la conjunción de parte de
los viejos protagonistas, transformados en el proceso de paulatina integración
del país en el mercado mundial, que conciliaron sus intereses en pos del
objetivo que les permitía disfrutar de las brillantes perspectivas que al
promediar el siglo ya se habían advertido en la posibilidad de tal integración.
Es ese mismo proceso de conjunción que culmina
en el 80, el que marca también la cristalización de una clase social nacional,
distinta de los grupos particularistas que habían caracterizado la historia
anárquica argentina de la mayor parte del siglo XIX, con expresiones políticas
que, como el partido mitrista de Buenos Aires, vieron desaparecer las razones
de su existencia.
[1] Según esta perspectiva, las burguesías iberoamericanas
habrían echado abajo, así el viejo edificio colonial, aprovechando la coyuntura
abierta por las guerras napoleónicas, y habrían iniciado una nueva etapa histórica
durante la cual deberían aún pagar tributo a los resabios del pasado colonial,
antes de lograr su gran cometido histórico: constituir las nuevas naciones.
[2]
[2] Estos últimos factores,
si bien pesaron decisivamente en la emancipación, no alcanzan a dar cuenta del
proceso de independencia estallado en aquella coyuntura
[3] Fundamentalmente,
en el intento de aclararnos los sujetos sociales que configuran el panorama
regional de cada período y que juegan en el proceso que culmina en la
organización del estado nacional.
[4] Sin embargo, en la medida en que por lo menos en cierto
momento del proceso las burguesías de los países europeos se convirtieron en
portadoras de la ideología nacionalista, la analogía histórica implícita en
aquella interpretación de la historia latinoamericana obliga a suponer la
existencia de burguesías como clases sociales dominantes, o con voluntad de
serlo, en el momento de la independencia y en las décadas posteriores a ella.
[5] Como veremos, la historia económica regional argentina padece
una sensible escasez de trabajos de utilidad, el análisis de la estructura
social es aún más deficiente, deficiencia agravada por las dificultades que son
propias en general de la historia de las clases sociales. Este trabajo no podrá ofrecer, ni mucho menos, un panorama de la
conformación regional de las fuerzas sociales que protagonizan la historia
argentina del siglo XIX.
[6] Salta 1815-Tucumán 1819-Córdoba, La Rioja, San Juan, San
Luis, Santiago del Estero, Entre Ríos y Catamarca 1820- Corrientes 1821-Jujuy
1834. Entre 1814 y 1820 Corrientes y Entre Ríos formaron parte de la Liga de
los Pueblos Libres bajo el dominio artiguista; en 1820 integran la República
Entrerriana que proclama Francisco Ramírez al separarse de Artigas y que
incluye también a Misiones; en 1821 Corrientes se rebela contra el dominio
entrerriano, a la muerte de Ramírez, y se convierte en provincia autónoma,
incorporando en 1827 el territorio de las Misiones. Por su parte, Santa Fe
permaneció bajo el dominio de Buenos Aires hasta 1815, en que impuso su
autonomía.
[7] Desde tal punto de vista, no existió en la organización
política de la época colonial una cohesión suficiente para generar una
subordinación efectiva de unas ciudades respecto de otras debido a que no
existía contacto entre las respectivas zonas de influencia, de modo que las
jerarquías establecidas por la administración colonial no tenían expresión en
la realidad.
[8] En lo territorial colonial de lo que será la Argentina
había 13 ciudades cuyos nombres, con una sola excepción, serán los de otras
tantas futuras provincias (la excepción, la constituyó la provincia de Entre
Ríos con su capital entonces llamada Bajada del Parná).
[9] también será rasgo característico del siglo XIX, heredado de la historia colonial y
del proceso de la independencia
[10] De tal manera, las habilitaciones de
los artesanos urbanos, el trabajo a domicilio para producciones rurales o
urbanas, los préstamos en metálico para operaciones mercantiles de diverso tipo
y otras formas del crédito, tenían en los grupos mercantiles su fuente por
excelencia; eran ellos –fuese por cuenta
propia o por la de sus comitentes del centro mayor, en este caso Buenos Aires
para el Interior o España para los porteños- quienes disponían de la liquidez o
de las mercancías necesarias para tales propósitos. En unos casos, grupos de mercaderes urbanos ejercían su hegemonía
sobre una economía de pequeños productores (pequeña producción campesina y
artesanal). Tal es el caso de los
labradores que cultivan trigo en zona cercana a Buenos Aires, de los pequeños
ganaderos-curtidores de Tucumán y Corrientes, de las tejedoras de lana de
Santiago del Estero y Córdoba, de los productores de tabaco correntinos.
[11] y
lo regional, por lo tanto, más que ser expresión de diferenciaciones internas a
una unidad casi inexistente es cauce de hipotética integración de las unidades
menores, las provincias; integración fracasada en el primer momento posterior a
la independencia al diluirse las provincias mayores
[12] Santa Fe y Entre Ríos se encuentran
con su producción ganadera dramáticamente disminuida y con su contenido
debilitado y sin perspectivas. Corrientes, que ha sufrido similares efectos en
la ganadería intenta apoyar las distintas producciones mercantiles de su
triángulo noroeste, cercano a la capital, donde la ganadería mayor y menor
alternan con el algodón, maíz, caña, tabaco, frutales y en la que también se
destacan la producción de maderas de construcción y algunas industrias urbanas,
como la de cueros curtidos y la naval (de nivel artesanal). Pese a la política
fuertemente proteccionista del estado correntino, las perspectivas del
dominante sector comercial no son promisorias cuando llega la hora de enfrentar
nuevamente la guerra civil a fines de la década de los treinta.
[13]
especialmente el algodón catamarqueño, ya
agonizante, que aun en la época colonial competía mal con la producción peruana
y quiteña- Pero sus productos de lana resisten
todavía la competencia del extranjero, más caro y de menor calidad. Y aun
compiten bien en el mercado del Litoral.
[14]
La expansión continuará como
fruto de la persistencia del proceso de ocupación de nuevas tierras, aunque su
ritmo habrá de decaer a mediados de los años cuarenta como resultado, entre
otros factores, del desarrollo ganadero mesopotámico y oriental, vinculado a
los saladeros de Río Grande do Sul y competidor, con precios más bajos, de la
ganadería bonaerense.
[15] El grupo social dominante consistía en
una fusión de mercaderes y productores mercantiles diversos, con una fisonomía
mucho más próxima también al pasado colonial que
la de las otras provincias del Litoral marcadas por la creciente ruralización
de su vida económica. Pese a estos
desarrollos, hacia el final del período el sur correntino participará, junto a
la ganadería de Santa Fe, Entre Ríos y la del Uruguay, en la creciente
vinculación a la economía ganadera de Rio do Sul, generando en el ámbito
litoral las tendencias regionales “centrifugas” que afectaron también otras
provincias.
[16]
Los puertos entrerrianos sobre el Uruguay envían a
Montevideo cueros, tasajo y sebo. Aun durante el segundo bloqueo de BsAs la
hostilidad política no impide a Urquiza la relación comercial.
[17]
La expansión del litoral no significa riesgo para
la economía porteña: antes de 1852, en los mejores años, las exportaciones de tasajo
entrerriano alcanzan al 10% de las porteñas, pero es indudable que esa limitada
prosperidad se debe a las zonas que pueden escapar al control de Buenos Aires.
[18]
En el interregno abierto por la
independencia y que habrá de desembocar en una nueva forma de dominación
económica externa, generalmente denominada dependencia, el papel del capital
comercial se prolonga con las comentadas innovaciones que lleva consigo la
paulatina pero aún débil incorporación al mercado mundial
[19]
Posiblemente, otro factor que ha
facilitado aquel anacronismo al que aludimos antes, consista en juzgar la
envergadura de la propiedad ganadera por la extensión de la tierra ocupada –en propiedad o en
enfiteusis- y no por el precio de mercado de la misma que, aunque en
ascenso, era aún acentuadamente bajo, al punto
de hacer considerar la inversión en tierras, en los comienzos de la etapa, casi
despreciable dentro de la inversión inicial.
[20]
En primer lugar, el hecho de constituir la fuente
por excelencia de los recursos de la provincia de Buenos Aires y, por lo tanto,
del posible estado nacional. Entre 1822 y 1829 los ingresos aduaneros
representaron alrededor del 80% de las rentas de aquella provincia.
[21]
por sus efectos sobre el consumo de la población
efecto que, además, contribuía a reducir tensiones sociales que podían emerger
de la población urbana. Por el contrario, provincias del Interior, o en el
Litoral, las producciones agrícolas y artesanales, tanto por lo que las
mercancías extranjeras pudieran afectar los mercados locales todavía defendidos
por la protección natural de las distancias expresada en altos costos de
transporte, como por el efecto mucho más real para la época que la competencia
del exterior ejercía en el sentido de comprimir o vedar el mercado del Litoral
para sus mercancías, efecto particularmente sensible, por ejemplo, para los
productos de la vitivinicultura cuyana o de las artesanías textiles de Córdoba
y otras provincias.
[22] Las aspiraciones provinciales de
nacionalizarla, prorrateando sus ingresos y manejando las tarifas con fines
proteccionistas, encontraban obstáculos mucho más profundos que la resistencia
de Buenos Aires a resignar su privilegiado monopolio aduanero. En la renuncia a resolver por la fuerza la cuestión – y
hubo momentos en que las provincias coligadas pudieron haberlo intentado- no debió contar solamente el cálculo sobre las
posibilidades de convertir en definitiva una momentánea derrota porteña, sino
también el de las escasas posibilidades de conciliar los intereses
particularistas provinciales, cuyas producciones y comercio eran naturalmente
competidores mutuos y cuya división del trabajo era muy limitada con excepción
de ciertos aspectos de las relaciones de Buenos Aires con el interior.
[23]
Lo mismo vale para otras provincias que, aunque no
tuviesen productos a colocar en el mercado europeo, o no les fuera posible
colocarlos en las condiciones creadas por las distancias y las características
del transporte de la época, participaban de los beneficios de las otras en
virtud de la ampliación de mercados que ella significaban para sus
producciones, como era el caso de las de Cuyo
[24]
Por añadidura, ello ocurre en un momento histórico
en que las masas rurales en toda Hispanoamérica habían sido recientemente
sustraídas a la disciplina del trabajo en aras de las luchas por la
independencia, movilización efectuada por lo general mediante programas de
naturaleza igualitarista que calaron hondo en la conciencia popular e hicieron
más que difícil la necesaria tarea de reinsertarlos en el mundo productivo
[25]
Y no queremos referirnos con
esto a los efectos de la política bonaerense, tendiente tanto a impedir la
organización, como a conservar un mínimo de unidad en cuanto ella era factor
fundamental para su propio desarrollo, sino a los efectos de la existencia misma
de Buenos Aires dentro del resto de las provincias; al hecho de que la
satisfacción de múltiples intereses provinciales exigía la anulación de los
privilegios que disfrutaba Buenos Aires y de que ello solo fuera posible en el
cauce de una organización nacional que la englobara y que arbitrase los
intereses encontrados
[26]
Hemos visto que al amparo de la inexistencia de un
poder central y ante las exigencias de una economía debilitada por las luchas
armadas y comprimida en sus posibilidades de desarrollo por el período de dificultades que vive la economía mundial entre el
fin de las guerras napoleónicas y la mitad del siglo, las provincias se vuelcan
a las posibilidades que su ubicación geográfica les brinda. Es el caso de las vinculaciones con Chile de una
parte de ellas, con Bolivia de otras, con el sur brasileño y el Uruguay de las
litoral.
[27]
La configuración regional que esos proyectos
dibujaban tenía cierto asidero en la realidad, fundado en motivos de orden
geográfico y económico, de vínculos históricos debidos a la proximidad espacial
o a otras razones, como las derivadas del ordenamiento administrativo
hispanocolonial.
[28]
Estas configuraciones regionales tuvieron alguna
proyección en las luchas sociales y políticas del período. En unos casos- Liga
del Interior, liberado por el general Paz-,se trataba de una unión transitoria
derivada predominantemente de la estrategia militar y tendiente a apoyarse en
la más genérica oposición interior Buenos Aires. En otro caso –Liga del
Litoral-, las mismas razones se unieron a la emergencia de reivindicaciones
regionales más definidas que, sin embargo, no mostraron el vigor suficiente
para asegurar su perduración.
[29]
No se ha intentado una evaluación precisa del peso
de unos y otros nexos, que permita estimar hasta qué punto era real el peligro,
pero basta saber que en la conciencia política de la época constituyó una
preocupación que estimuló en parte en los protagonistas la tendencia a la
unificación nacional.